En medio de las tormentas, luces de sensatez
Julio María Sanguinetti (LA NACION)
Cuando partidos históricos se derrumban, opciones de centro buscan un autor como personajes pirandellianos, las segundas vueltas enfrentan minorías de las dos puntas y llenan el panorama líderes populistas que lo mismo asaltan al Congreso norteamericano o amenazan con desconocer la elección brasileña, aparece, desde el fondo de la sociedad, un sereno mensaje de calma: una sensatez ciudadana, una prudencia cívica, aquella “moderación” que Montesquieu consideraba el único ámbito en que la libertad se encontraba.
Vamos por partes. Acaba de ocurrir en los Estados Unidos una peligrosísima elección de medio término. Peligrosísima siempre para los gobiernos, que normalmente pierden la mayoría con la que habían llegado al poder. El periodismo, las encuestas, los politólogos consideraban inminente una avalancha de la derecha republicana, encabezada por Trump. Al final resultó que el gobierno mantuvo la mayoría demócrata en el Senado y si la perdió en la Cámara de Diputados, fue por muy pocos votos. Festejaron los que perdieron y casi lloran lo que “ganaron”, como le ocurrió al propio Trump, montado ya en un corcel blanco pronto para llevarlo hasta la luz resplandeciente del éxito.
El microclima de redes, periodistas y encuestas no arrastró a todo el mundo.
Si nos vamos a Brasil, se repite el panorama. Se esperaba una avalancha de la izquierda, ya desde la primera vuelta. Las encuestas le daban a Lula una ventaja que iba desde el 6% hasta el 16%. Ante una sorpresa generalizada, Bolsonaro obtuvo una votación mucho mayor, quedó a solo 5% de distancia y así se llegó a segunda vuelta. En esta la mayoría de Lula fue de 59,90% contra 49,13%, mientras que 14 gobernaciones (entre ellas, San Pablo, Río de Janeiro y Minas Gerais) se decantan para el costado derecho. En el Parlamento, a su vez, la bancada mayoritaria es la del Partido Liberal de Bolsonaro y el gran “centrão” volverá a ser, como ya es tradición, el fiel de la balanza.
El anunciado aluvión de izquierda no ocurrió, pese a que no recordamos un candidato que hiciera más disparates para perder que el actual presidente de Brasil. Desde la negación de la pandemia hasta groseros desplantes machistas, no faltó nada, ni la constante amenaza de enfrentar un presunto fraude que se suponía se gestaba en las sombras.
Ganó Lula pero no el PT, que obtuvo una veintena de diputados menos que el bolsonarismo; no arrasó la izquierda, que obtuvo muchas menos gobernaciones que sus rivales y perdió por distancia en las regiones industriales y agrícolas. Lula tuvo la sabiduría de apoyarse en el centro, instalar como vicepresidente un viejo adversario, exgobernador de San Pablo y otrora candidato presidencial del Partido de la Social Democracia Brasileña que en esta ocasión no compareció, publicitándose empero el voto de Fernando Henrique Cardoso y José Serra. La política es marginalista, se define en esos segmentos menos comprometidos que finalmente deciden. La estrechez del margen los ubica como decisivos.
La ciudadanía, entonces, no se dejó arrastrar por el microclima. Con mucha sensatez le devolvió el gobierno a Lula, pero mantuvo el poder en el centro.
Lo que ocurrió antes en Chile es también revelador. Luego de las revueltas de 2019, se consultó a la ciudadanía si aspiraba a una nueva Constitución y el 80 por ciento dijo que sí. Elegida una Asamblea Constituyente en que perdieron pie los partidos, se volvió a consultar a la misma ciudadanía, que ahora rechazó, también de modo contundente, el nuevo proyecto constitucional. Y ello ocurrió pese a que en el medio se había producido una elección en que el candidato más a la izquierda había triunfado y, ya instalado en el gobierno, apoyó en el plebiscito el nuevo texto.
Dicho de otro modo, la ciudadanía chilena dijo claramente que quería una nueva Constitución, pero no extravagancias identitarias de minorías, tan respetables en esa condición como inaceptables para diseñar un nuevo sistema institucional disgregador de las bases republicanas del país.
Estos casos nos dicen, entonces, que hay en el fondo de la sociedad contemporánea un remanente de prudencia, no digamos de conservadurismo, que la aleja de las aventuras. Nos reiteran, también, la fragilidad inocultable de encuestas que no terminan de asumir los límites de sus metodologías. Lo de Brasil fue un escándalo, aunque hubo casos peores, como el del Brexit en Inglaterra.
En sus meditaciones sobre la violencia, Merleau-Ponty decía que la capacidad revolucionaria iba en razón inversa de lo que el pueblo tenía para ganar o tenía para perder. Cuando nada se tiene para perder, la violencia se instala con facilidad; cuando hay algo para perder, la tentación revolucionaria decrece. Pienso que algo así está en la base de estos pronunciamientos ciudadanos en que predomina la búsqueda de un equilibrio y no la deriva a una pulsión de cambio cuyo destino no se vislumbra.
Esas clases medias que en los últimos años se han forjado en medio de la expansión de los mercados globalizados por cierto hoy están temerosas frente a la perspectiva del descenso. El incremento inflacionario y la obsolescencia progresiva de puestos de trabajo producida por el avance tecnológico, desasosiegan. Llevan a la protesta, al grito airado. En la hora de la decisión, sin embargo, se piensa dos veces.
En medio de tantos infortunios para la estabilidad democrática, asoman luces de sensatez desde el fondo de la sociedad. No todo está perdido…