Jorge Larrañaga: la presencia de una ausencia
Guzmán Ifrán
El pasado jueves 30 de mayo ocurrió una masacre en Montevideo de características poco comunes y cuyas repercusiones y valoraciones van mucho más allá del mero suceso policial en sí mismo. Hasta el momento, no se han dado a conocer posibles motivos o sospechosos del crimen. La cantidad de casquillos encontrados en la escena del crimen rondan los 100, indicando un ataque no solamente visceral sino además planificado y violento. Los fallecidos fueron un hombre de 40 años, otro de 18, un adolescente de 17 y un niño de apenas 11 años de edad, lo que resulta especialmente impactante y trágico. Además, hay otro adolescente de 17 años herido e internado en el CTI. La violencia de este crimen ha conmocionado a la comunidad del barrio Maracaná y a la sociedad en general. Se espera que las autoridades continúen con la investigación para esclarecer lo sucedido y llevar a los responsables ante la justicia.
Sin embargo, algo más destaca en general por sobre el hecho en particular, y es la ausencia de un líder respetado y asentado en el Ministerio del Interior, posiblemente, la cartera de Estado que más requiere de un perfil con tales características para cumplir a cabalidad con tan determinantes y delicados cometidos.
Cabe mencionar que lo antedicho no es una crítica al actual Ministro del Interior, el Dr. Nicolás Martinelli, cuya seriedad y capacidad de trabajo no pongo en duda ni mucho menos. Pese a lo cual, todos somos contestes en que es el tercer Ministro del Interior de la actual administración, no es una persona especializada en la temática y lejos de sus planes -así como del gobierno todo- estaba hacerse con el liderazgo de dicho Ministerio hasta hace poco tiempo atrás. Es por ello que la falta de un perfil como el de Jorge Larrañaga en dicha posición se siente y padece, cada vez más.
Larrañaga era un líder que lograba conectar con la gente a través de su vasta experiencia en el servicio público, fina lectura del humor social y destacable firmeza en la toma de decisiones. Su estilo de comunicación era directo y claro, lo que le permitía transmitir sus ideas de forma efectiva y convincente. Dicha habilidad le consignó cuantiosos seguidores y simpatizantes, tanto dentro como fuera de su partido. Era una persona querida por muchos, pero además, respetada por todos.
Había demostrado ser capaz de identificar y priorizar los problemas más urgentes de la sociedad uruguaya en materia de seguridad, proponiendo soluciones concretas y realistas que lo posicionaron como uno de los Ministros de Estado más destacados, sino directamente el mejor y con mayor proyección futura. Lamentablemente, además de la irreparable pérdida a nivel personal de su familia y amigos -claro está-, su trágica y abrupta muerte dejaron un vacío en el Ministerio del Interior que, para infortunio del gobierno y todo el pueblo uruguayo, ha sido a las claras imposible de llenar.
Para tener una política de seguridad pública eficaz y contundente es imprescindible contar con un liderazgo firme y ejemplar que inspire confianza y emane autoridad. Pero además, es necesario realizar un diagnóstico exhaustivo de la situación de seguridad identificando los principales delitos que afectan a la población y atacando directamente sus causas. Una vez identificados dichos problemas es menester establecer objetivos claros y definir estrategias y acciones concretas para abordarlos de manera efectiva. Asimismo, para ello es imprescindible contar con una aceitada coordinación interinstitucional, en tanto la seguridad pública es un tema que involucra a diferentes actores gubernamentales, por lo que es fundamental promover la coordinación entre las distintas instituciones y niveles de gobierno. También es importante involucrar a la sociedad civil en la implementación de políticas de seguridad pública, promoviendo la participación activa de la comunidad en la prevención del delito. Además es necesario contar con instituciones sólidas y capacitadas para garantizar la implementación efectiva de las políticas de seguridad, así como para investigar y sancionar los delitos de manera rápida y diligente. Último, pero no menos importante, es fundamental realizar una evaluación constante de las políticas de seguridad pública para identificar los logros alcanzados y profundizarlos, las ventanas de oportunidad que van surgiendo en el devenir de la ejecución de las políticas públicas en materia de seguridad, así como ajustar en tiempo real aquellas estrategias pasibles de ser modificadas para garantizar la consecución de los objetivos preestablecidos. Sólo así podremos abordar de manera eficiente, integral y con visión de largo plazo, una dimensión del quehacer nacional que, a diferencia de otras, no admite margen para discursos facilistas, politiquería barata o demagogia electoral. Y ese ha de ser un compromiso irrenunciable de todos quienes hacemos política desde uno u otro lugar. Sin excusas ni distinciones.