La Caverna
Nicolás Martínez
Las agujas del reloj en esa suerte de rueda universal parecen no detener jamás su andar apresurado, con una firme y clara determinación de cumplir con aquello que ha sido acordado por el tiempo. El tiempo, se esboza como una danza de ciclos que parece eterna, que atesora en la cornisa del firmamento, las memorias de nuestro pasar por este mundo a modo de un diario de proezas, batallas, victorias y derrotas. El tiempo, una vez más inmutable, nos observa desde la lejanía de aquello que está por encima de lo finito y lo mortal, un sitial en el que nos cuesta pensar por las limitaciones propias e innatas de nuestra mundana finitud.
Escenas de cada rincón del universo, danzan elegantes ante el tablado del tiempo, donde el ser humano es protagonista una vez más. Hay escenas que se repiten una y otra vez, como un dulce tormento del que no podemos prescindir, quizás por ignorancia, quizás por ingenuidad, quizás por ambas. La Caverna, aquella de la que nos hablaba el divino Platón, se manifiesta coronada por los laureles de la gloria, con nuevos ropajes y modernos escenarios, pero manteniendo de manera intrínseca, su férrea voluntad.
Los hombres se encuentran encerrados en la caverna, sentados y encadenados, mientras observan con asombro las impresiones en la pared. En esa pared, las imágenes de fuera se suceden las unas a las otras, alimentando la imaginación de los esclavos, aquellos que desconocen su condición de tales, seducidos por el engaño de sentirse libres, sin saber en qué consiste la libertad. Solo pueden ver sombras, sombras de lo que sucede en el exterior, de lo que fue, de lo que es y de lo que será. Sombras que son parte del engaño, sombras que son tomadas como una realidad, sombras que aparentan la verdad.
El tiempo una vez más, transcurre indefinidamente hasta que un buen día, aparece un buen hombre, un hombre libre, un hombre despojado de sus cadenas. Este hombre enseña su verdad, señala las cadenas y advierte la condición de esclavitud, pero las sombras son más fuertes que la luz. Él les habla de la libertad, ellos de totalitarismos, él les habla de pensar, ellos solo de gritar. La libertad entonces, se vuelve una cadena que los ata a sus ideas que no son más que opiniones, opiniones formadas en los cúmulos de las emociones y las pasiones más básicas de nuestra condición de mortales. Una condición a la que le resulta difícil el discernimiento entre lo bueno y lo no bueno, entre lo justo y lo no justo, entre lo eterno y lo no eterno.
Quien asomó por instantes a la cálida luz del sol, con entusiasmo sublime, busca contagiar esa sana alegría de quien ríe, de quien siente y respira esa libertad, esa extraña sensación de pertenencia a un lugar, a un sitial de fuego incandescente donde no se permiten las sombras. El fuego una vez conocido, deja de ser solo fuego, se vuelve fuego y se vuelve luz, también calor para quienes portan bondad en el corazón. El hombre que vio la luz vuelve a la caverna para ponerle fin a la oscuridad, una oscuridad de cadenas y de sombras, una oscuridad material y superficial.
Quienes siguen atados a sus cadenas, no pueden ver más que oscuridad, sus ojos se acostumbraron y adaptaron a un mundo sin luz, a un mundo donde lo desconocido deja se ser real, y por menos real se torna parte de la no verdad. Ellos son libres según su sentir, son libres al gritar y son libres al opinar. Aunque libertad no es gritar. Aunque libertad no es opinar. Libertad es la maravilla del asombro, es la búsqueda del saber, libertad es la no pretensión del conocimiento. Libertad es despojarse de las cadenas de las ideologías, de las opiniones, de las barreras epistemológicas de nuestro ser ante lo nuevo, ante lo que desafía romper con lo propio, con lo que se cree tener o saber.
Libertad no es enseñar a gritar. Libertad no es enseñar a opinar. Libertad no es twittear “igualdad y democracia”. Libertad es enseñar a escuchar. Libertad es enseñar a pensar, es la pausa intermitente de la reflexión, es ir contra la inmediatez de los estériles debates que usufrutuan los esclavos que se creen libres sin libertad. Libertad es observar desde la distancia las cosas, lejos de las sombras, despojados de las cadenas y desnudos de la humildad de solo ser. Las opiniones que llegan desde el interior de la caverna no son más que eso, opiniones que cambian al son de la brisa de lo emocional, tan voluble come el fuego, tan cambiante como el viento.
Las cadenas de la caverna no siempre parecen cadenas, parecen a veces banderas de libertad. Los totalitarismos no siempre parecen totalitarismos, parecen a veces democracias plenas, imperfectibles y difíciles de cuestionar. Nos hemos acostumbrado al letargo de percibir la realidad mediante sombras, sombras que distorsionan y deforman la verdad, nos conducen a una nada no cierta, nos transforman en uno más de la manada, nos condicionan como no pensantes, como seres pasivos de dudar, nos encarcela en los barrotes de la caverna que aparentan revolución y libertad.
Pensar sigue siendo el acto más revolucionario de la humanidad, pensar y preguntar. Pensar, porque en la duda se percibe el cuestionamiento de lo establecido, de lo dado por hecho, de lo irrefutable, de aquello que creemos verdad, sin saber cómo es que llegamos a esa verdad, sin tener certezas de donde proviene esa verdad. Dudar de todo mediante la duda cartesiana, dudar de los sentidos, dudar de la mente, salvo de lo claro y distinto. Preguntar, porque la pregunta esconde en su seno la inocencia del niño que descubre, el asombro de lo que se revela por vez primera, la capacidad de sorprendernos ante lo más simple de la naturaleza, ante lo mistérico, ante lo desconocido.
La pregunta tiene misterio, tiene la capacidad tenaz de ver más allá de lo que se suele ver, de pensar por encima de las premisas. La pregunta es desestabilizadora, es el renacimiento del fénix desde las cenizas de lo que hasta ayer sosteníamos como incuestionable, es convertir en perecedero lo imperecedero, es volar sobre alas de renacimiento y transformación. La pregunta es pregunta mientras tanto se pregunta por lo no preguntado, por lo que no se quiere preguntar y por lo que no se debe preguntar. La pregunta es pregunta porque se puede preguntar y es pregunta porque se pregunta para seguir preguntando, para seguir dudando.
La Caverna yace solemne desde la antigüedad, rodeada por la tenue oscuridad que proyectan las sombras desde su interior, mientras las cadenas sostienen y arrebatan las almas de los individuos que allí habitan, seres que se piensan libres en el abismo de la no libertad. Las cadenas residen de manera voluntaria y sujetas a las emociones de esos asientos donde se proyectas luces desde las sombras, luces que creemos nacidas de la luz primigenia de la verdad, pero que en realidad se esconde en la profundidad de las más bajas pasiones de la humanidad. El hombre que vio la luz, sigue allí con el fuego de la sabiduría, intentando iluminar las penumbras de la oscuridad, mostrando verdad donde no la hay, intentando ayudarnos a romper las cadenas de nuestra ignorancia y de nuestra propia oscuridad.