La diplomacia ausente:
EEUU, Trump y la legitimación de la agresión rusa
Guzmán A. Ifrán
La politica exterior de Estados Unidos bajo el segundo mandato de Donald Trump está dejando una huella profundamente preocupante, especialmente en lo que respecta a su rol como potencia mediadora en el conflicto entre Rusia y Ucrania. Lo que históricamente fue una superpotencia comprometida con la defensa del orden liberal internacional, hoy se presenta como un actor ambiguo, errático, y funcional a los intereses de potencias autoritarias como el régimen de Vladimir Putin.
Las señales de este deterioro no son nuevas, pero se han agravado. Trump ha promovido abiertamente una ‘propuesta de paz’ que implica la aceptación, por parte de Ucrania, de concesiones territoriales que significan, en la práctica, una rendición parcial ante la brutal invasión rusa. Esta propuesta no solo es inmoral, sino que también contradice los principios básicos del derecho internacional: integridad territorial, soberanía y prohibición del uso de la fuerza.
Rusia no inició una operación diplomática, ni una negociación compleja. Lo que hizo fue invadir, asesinar, deportar, bombardear y anexar por la fuerza regiones enteras de un país soberano. Lo hizo en 2014 en Crimea, y lo repitió a gran escala en 2022. Desde entonces, las fuerzas rusas han cometido atrocidades documentadas por organismos internacionales: matanzas de civiles, violaciones sistemáticas de derechos humanos, tortura de prisioneros y desplazamientos forzados. La Corte Penal Internacional ha emitido una orden de arresto contra Vladimir Putin, calificándolo como responsable de crímenes de guerra. Pese a ello, Trump continúa insistiendo en que Ucrania debe ceder a las exigencias de quien hoy es considerado, jurídicamente, un criminal internacional.
En este contexto, que el actual presidente de los Estados Unidos esté presionando para que Ucrania ‘negocie la paz’ en términos que implican premiar a su agresor, es sencillamente escandaloso. Es una traición no solo al pueblo ucraniano, sino también a los principios más elementales de justicia global. Es el tipo de actitud que debilita la credibilidad de Occidente frente a otras potencias autoritarias que observan con atención qué se puede hacer sin consecuencias reales.
Trump no actúa solo por ignorancia. Su histórica simpatía por Vladimir Putin ha sido evidente desde sus primeros días en la presidencia. Ha elogiado su liderazgo, ha minimizado sus crímenes, ha sembrado dudas sobre las agencias de inteligencia de su propio país en beneficio de narrativas favorables al Kremlin. Ahora, con esta propuesta de paz basada en concesiones unilaterales de Ucrania, actúa como un socio indirecto de la maquinaria imperial rusa.
Esta posición no representa al pueblo estadounidense, ni a su clase diplomática, ni a los aliados históricos de Estados Unidos en Europa. Representa a un individuo que ve la geopolítica como un juego de poder sin principios, donde lo que importa no es la legalidad ni la moral, sino la transacción y el espectáculo. Y ese enfoque es letal cuando se trata de conflictos con consecuencias humanitarias masivas y repercusiones globales.
Aceptar la propuesta de Trump sería sentar un precedente devastador: que un Estado puede invadir, ocupar y matar, y que finalmente será recompensado con legitimidad territorial si logra sostener su agresión el tiempo suficiente. Es una señal no solo para Rusia, sino también para China, Irán, Corea del Norte y otros regímenes que desafían el orden internacional. Es, en efecto, abrir la puerta a un mundo mucho más inseguro, más volátil y más injusto.
Por eso, resulta indispensable denunciar esta postura con claridad. La paz no se construye sobre la base de concesiones impuestas al agredido. La mediación no es neutralidad entre víctima y agresor. La diplomacia no debe ser instrumento de impunidad. Y Estados Unidos no puede permitir que su rol histórico de garante del orden internacional sea reemplazado por una lógica cínica de complicidad con criminales de guerra.
Ucrania resiste por su libertad, su soberanía y su derecho a existir. Estados Unidos debería estar a su lado con firmeza, no del lado de quien busca destruirla. El legado de Trump en política internacional será recordado como uno de los más oscuros si persiste en esta línea. La historia lo juzgará. Pero lo más urgente es que lo juzguen ahora los ciudadanos, los aliados y los líderes responsables del mundo libre.
Trump no está promoviendo la paz. Está promoviendo el retroceso. Está avalando la ley del más fuerte. Está normalizando la conquista territorial como método legítimo. Y con ello, está traicionando no solo a Ucrania, sino también a los valores que Estados Unidos dice defender: libertad, justicia y dignidad humana.
Tampoco resulta sorprendente esta sintonía entre Donald Trump y Vladimir Putin si se analiza su visión del mundo. El propio Trump ha dado señales de tener aspiraciones expansionistas: en 2019 declaró públicamente su interés en comprar Groenlandia, provocando una reacción diplomática severa por parte de Dinamarca. ‘Básicamente, es una gran operación inmobiliaria’, dijo entonces. Más recientemente, en marzo de 2024, Trump bromeó sobre Canadá afirmando que ‘tal vez deberíamos pensar en ello como el 51.º estado algún día’. Estas frases no son simplemente provocaciones: revelan una visión política que trivializa la soberanía de otros países y naturaliza la lógica de la anexión como una herramienta legítima del poder.
Guzmán A. Ifrán