La hora de la vergüenza
Fátima Barrutta
El episodio de la renuncia del ministro Adrián Peña fue doloroso, sí, pero la vergüenza que hoy siento como dirigente colorada no está motivada por el embuste que cometió, sino por las derivaciones que su decisión ha tenido en la interna de nuestro partido.
Cualquiera puede ser falible de equivocarse, y es muy correcto asumir las consecuencias de ello.
Hizo bien en renunciar y la oposición no tiene nada más que decir sobre este asunto.
La oposición menos que nadie, ya que desde el inexistente título de Raúl Sendic en adelante, acumuló un número sorprendente de falsos profesionales.
Algunos de ellos incluso ocupaban posiciones en el gobierno directamente basadas en la mentira de sus títulos, como una falsa psicóloga que trabajaba con dicha especialización en el Ministerio del Interior, o una falsa abogada que actuaba expedientes en el Ministerio de Industria.
Así que a los frenteamplistas, lo único que les compete es callar y tomar ejemplo de quien asume públicamente su mentira y actúa en consecuencia. Y a los colorados nos compete expresar pesar por el embuste cometido por el exministro y seguir adelante, conscientes de que en nuestro partido nadie nos atornilla a los cargos y estamos dispuestos a abandonarlos toda vez que así se justifique.
Lo desagradable de todo esto han sido los enfrentamientos internos del sector Ciudadanos, que se evidenciaron y acrecentaron en estos días.
Una innecesaria polémica pública sobre la “vara alta”, que tuvo de un lado a unos y del otro lado a otros cuestionando y compartiendo con la opinión pública de una manera ciertamente agresiva, mostrando rencillas personales entre dirigentes, absolutamente distantes de lo que la ciudadanía espera de ellos.
Hace más de dos décadas, los uruguayos lamentábamos la manera como los dirigentes del Partido Nacional exponían sus divisiones en público.
Era la época de aquella interna agresiva de los años 90 que enfrentó a Juan Andrés Ramírez con Luis Alberto Lacalle Herrera, en la que también accionaron Alberto Volonté y Álvaro Ramos, generando en la opinión pública una imagen de autodestrucción partidaria que llevó años revertir.
Se llegó a decir en aquellos tiempos que esa era una manera de vincularse “entre blancos”.
Hoy vemos a un Partido Nacional unido en su diversidad y aquella falencia aparece en uno de los dos sectores mayoritarios de nuestro propio partido.
No está bien.
No es lo que la ciudadanía espera de nosotros.
Desde mi humilde posición, espero que la dirigencia de Ciudadanos no repita la equivocación de exponer a la luz pública sus rivalidades personales y asuma responsablemente los roles para los que el electorado los puso donde están.
No estamos para brindar espectáculos sino para responder con nuestros mejores conocimientos y mayores esfuerzos a las necesidades de la gente.
El Partido Colorado no mejorará electoralmente por la aparición de un nuevo liderazgo mesiánico, sino por la demostración de su experiencia y eficiencia de gobierno.
Es la calidad de gestión, como día a día demuestran Isaac Alfie, Tabaré Viera, Robert Silva y Gabriel Gurméndez, entre tantos otros, el más importante atractor de preferencia ciudadana.
Y está en cada uno de nosotros hacerlo posible.