La politica, no solamente se trata de votos.
Adrián Báez
Estimados lectores. Leyendo un poco de historia sobre la Segunda Guerra Mundial, tema fascinante si los hay, debido a la enorme temática política, social y cultural que encierra ese conflicto, nos encontramos con una opinión del destacado Filósofo compatriota y actual Ministro de Cultura, Pablo Da Silveira, que si bien hace mención a la clase política de aquellos años, más específicamente a las actitudes llevadas adelante por los llamados “Tres Grandes”, Churchill, Roosevelt y Stalin; es, también, un enfoque sumamente aplicable a la actualidad y a la visión que la mayoría de los políticos tienen o deberían de tener sobre la política; en momentos en que, los mismos, se ofuscan contra todos: los medios de comunicación, los que opinan distinto, los que les indican las equivocaciones, achacándoles responsabilidades que solamente a ellos les quepa, por ser los que el pueblo eligió y a los que el pueblo les confió su porvenir, acusando a diestra y siniestra de actuar políticamente, desconociendo de qué se trata el juego que ellos eligieron jugar.
Da Silveira, realiza posibles cuestionamientos que podrían caer sobre los objetivos reales que resultaron en decisiones importantísimas para el desarrollo de la guerra y sus posteriores consecuencias; y si los fines primarios e impulsores de los mismos podrían, de conocerse, llevar a la descalificación moral de los políticos, cuya respuesta es que, sería un error, y explica el porqué.
Considera que deberían de utilizarse criterios de evaluación, para así sondear, de alguna manera, las actitudes fidedignas o reales intenciones de los políticos, para sacar conclusiones en limpio.
Dos de esos criterios, los más importantes, serían los fines que persiguen y los medios utilizados para alcanzarlos.
Sostiene el académico: “los únicos objetivos que un político puede perseguir de manera legítima, son objetivos políticos. Otros propósitos posibles, como el enriquecimiento personal, son moralmente inaceptables. Los políticos deben servirse de procedimientos que respeten la igual dignidad de los seres humanos. Esto no los pone a salvo de decisiones dramáticas, pero, establece límites a lo que pueden decidir con decencia.
Si un político consigue un objetivo noble y al mismo tiempo beneficia a su propia causa, está haciendo exactamente lo que se espera que haga.
Si un político sacrifica los objetivos nobles para cumplir propósitos particularistas, entonces merece nuestra crítica. Si un político tiene presentes los intereses de la comunidad (ya sea los de su país o la humanidad entera) y al mismo tiempo consigue réditos políticos (ya sea para sí mismo, para su gobierno o para su partido), entonces está haciendo las cosas bien. Si un político sacrifica a su gobierno para beneficiar a su partido, o a su partido para beneficiarse personalmente, entonces está jugando sucio. Si un político se sirve de su poder para conseguir beneficios extrapolíticos, entonces se volvió un corrupto. Y si un político considera a los seres humanos como material descartable que pueda usar a su antojo, entonces se ha convertido en un monstruo.
En política, las cosas se pueden hacer mejor o peor. Pero siempre se hacen políticamente”.
Entran en juego, sin lugar a dudas, aquellos principios, valores, convicciones que guían, o deberían guiar, el accionar de todo dirigente. Se nos viene a la cabeza la Ética de la Responsabilidad de Weber, de la que siempre hemos escuchado hablar al Presidente Sanguinetti; o la frase que nos marcó a fuego desde muy jóvenes del Presidente Jorge Batlle: «La vida política no está en función del resultado, la vida política está en función de los ideales que usted persigue».
A muchos políticos modernos, de aquí, de allá, de todas partes, no les vendría nada mal, de vez en cuando, leer algo de historia y filosofía, para saber que la política, no solamente se trata de votos.