Ejerciendo su libertad
Jorge Nelson Chagas
(Soy reacio a contar anécdotas personales, pero en este caso – dado el tema en cuestión – creo que vale la pena)
Hace unos siglos atrás trabajé con un pobre hombre que supo ser Gerente de una sucursal de un banco que ya no existe. Altanero y sobrador – entre otras muchas cualidades que poseía y posee – insistía que no era verdad que yo estuviera escribiendo algún libro. En esos tiempos yo recién empezaba mi carrera como escritor y él, que se consideraba o se considera el ombligo del mundo, estaba muy molesto por eso. No soportaba la idea de que alguien, a quién consideraba inferior a él, pudiera hacer algo que él no.
Lo cierto es que un buen día mi primer libro se publicó y un compañero de la sucursal lo compró y lo puso sobre su escritorio bien visible. Fue algo adrede. Este Gerente lo miró de reojo y dijo una frase que me quedó grabada en la memoria: “Ahí, sobre este escritorio, no hay nada…”
Ahora bien. Hagamos un poco de ficción. Supongamos que ese banco que ya no existe hubiese tenido algún tipo de normativa que obligara a ese Gerente a reconocer los logros de otros, so pena de castigos severos. Y ese buen hombre se viera forzado, contra su voluntad, a felicitarme por el logro.
¿Esa posible normativa estaría o no afectando la libertad individual? ¿Se puede obligar por la fuerza a una persona a cambiar una forma de pensar? A este buen hombre le encantaba o le encanta discriminar a negros, pobres, gays, a …en fin, la lista es muy larga. Pienso en lo que me diría al respecto el senador conservador Barry Goldwater: “No se puede cambiar el alma humana por la fuerza”. En ese punto coincido con él.
Pero, como siempre sucede en estos temas, la cuestión no es nada simple. Porque este buen hombre estaba en una posición de poder y lo hacía valer. O sea, no se trataba de que aplicara sus prejuicios exclusivamente en su vida personal, sino que iba más allá. ¡Obvio! El que discrimina no lo hace solamente en su privacidad, sino que su acción se extiende a todos los ámbitos de la sociedad donde actúa. No le podemos pedir al discriminador que sea esquizofrénico. Entonces, pues, ¿debe existir o no un límite al ejercicio de la libertad individual?, ¿cuál es?, ¿quién debe fijarlo?
Más que responder a estas preguntas, expresaré una convicción personal: aunque se le hubiese puesto un revólver en la cabeza este Gerente seguiría “no viendo” mi libro que estaba ante sus narices. El poder de los prejuicios es enorme y las normas, a veces, no pueden resolver problemas cuyo origen es complejo y profundo. (Usar “lenguaje inclusivo” no impedirá la discriminación por género)
En fin, la realidad es que este Gerente continuó diciendo a quién quisiera oírlo que yo nunca escribí ningún libro y yo, por mi parte, continué escribiendo libros hasta el presente.
O sea que cada uno continuó ejerciendo su libertad.