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Los tres filtros de Sócrates

Daniel Manduré

Avanzamos en tecnología, retrocedemos en valores.

Esa puede ser la frase que de alguna manera y en forma general sintetiza los tiempos que corren.

La tecnología ha logrado cosas extraordinarias, entre muchas otras cosas, que sean variados los canales a través de los cuales los ciudadanos hemos podido acceder a una nutrida información. Recibimos una avalancha de noticias, en muchos casos casi que al momento en el que los hechos se producen. Muchos de esos canales le permiten al usuario incorporar para sí, información muy valiosa, aunque también de la otra, esa que no es productiva, que trae consigo connotaciones de una gran negatividad, que aporta muy poco y a veces es falsa.

La inmediatez, el afán por ser protagonista, el debilitamiento de valores y hasta en algunos casos la ausencia de escrúpulos lleva a que se escriba o diga cualquier cosa, que se difundan rumores sin chequear su veracidad, que se recurra al agravio gratuito, a la mentira, a la mala intención o a la ironía barata. En algunos casos, todas ellas juntas. Lo vemos a diario en redes sociales.

Sería una muy buena cosa que cada uno de nosotros como forma de contribuir en mejorar la calidad de la información que difundimos podamos someter nuestra opinión a lo que seguramente muchos conocen: los tres filtros de Sócrates. Esas tres preguntas que tal vez convendría hacerse antes de difundir todo lo que circula en medios o redes. Asegurarse si lo que publicamos es verdad, es de alguna manera positivo o bueno y que aporta algo a quien recibe la noticia, que sea de utilidad. No como forma de reprimir o amordazar una opinión, muy lejos de ello, sino como una manera de brindarle a un derecho superior como la libertad de expresión, la dosis necesaria de responsabilidad.

Sócrates pasó la mayor parte de su vida en mercados y plazas públicas difundiendo su pensamiento, iniciando diálogos y estimulando a través de preguntas el pensamiento crítico. No hay escritos de él, porque prefería el calor de la palabra a la escritura. Donde la racionalidad se diferencie de ideas y pensamientos dogmáticos y en donde la búsqueda de la verdad era su desvelo.

Un día un individuo llega alarmado frente al maestro a decirle algo sobre uno de sus amigos. Antes que esa persona pudiera comenzar a desarrollar esa noticia, el filósofo lo frena y le formula tres preguntas:

– ¿Te has asegurado si lo que vas a decir es verdad? – 

-No, solo lo he escuchado, le responde. –

La segunda pregunta era:

– ¿lo que vas a contar es positivo o bueno? –

-No, todo lo contrario. –

La tercera: – ¿es realmente útil que yo sepa eso? –

-Pues, tal vez no, respondió. –

Entonces, la conclusión de Sócrates es: si no te has asegurado de que la noticia sea verdadera, no es positiva o buena y no crees en su utilidad, ¿para que difundirla y porque crees que yo querría saberla?

La palabra justa, precisa, veraz, útil, siempre tendrá valor superior frente a una avalancha verborràgica sin sentido, que no aporta y muchas veces es falsa.

Si no estamos seguros sobre lo que vamos a contar, mejor sería someternos al poder del silencio.

No ese silencio producto del temor o la represión, sino el silencio desde el que se escucha, observa, aprende y por sobre todo y sin que sea una contradicción, ese silencio desde el que también logramos ser personas libres.

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