Política nacional

Matrimonio por conveniencia

Fátima Barrutta

La victoria del Frente Amplio en las elecciones del 2004, hace 20 años, se produjo gracias a un hecho determinante: el anuncio del entonces candidato Tabaré Vázquez de que designaría como ministro de Economía y Finanzas a Danilo Astori. El veterano dirigente y académico, fundador de Asamblea Uruguay, era sin lugar a dudas un referente para las grandes mayorías centristas, que habían padecido los efectos de la crisis del 2002, pero no veían con buenos ojos los discursos radicalizados de algunos sectores del Frente Amplio.

A partir de 2005, Astori se erigió como un responsable principal de la estabilidad económica.

Pudo haber cometido errores y haber sido incapaz de controlar algunos desbordes de los radicales, pero debe reconocérsele un pragmatismo que permitió que el país mantuviera su macroeconomía sin riesgos, así como su imagen de confiabilidad en el contexto internacional.

Recordamos que cierta vez, sus compañeros de partido no le aceptaban una serie de recortes presupuestales y él puso su renuncia sobre la mesa si no le hacían caso.

Era tal el predicamento que tenía para el presidente Vázquez, que impuso su posición y continuó en el cargo.

Recordamos también su sorpresa, iniciando la segunda presidencia de Vázquez, cuando encontró números complicados dejados por la gestión de Mujica y procuró hacer recortes como el de la construcción del Antel Arena, pero ya no pudo ejercer la autoridad que ostentaba antes (y todos conocemos las gravosas consecuencias de ello).

Si miramos las bases programáticas del actual Frente Amplio y si atendemos a las proyecciones de las encuestas, está muy claro que del astorismo queda poco y nada.

El único precandidato que reivindicaba su gestión y pensamiento era Mario Bergara, pero tenía un pobre desempeño en las encuestas y, por ese motivo, acaba de renunciar a la carrera por la candidatura y dar su apoyo al dirigente del MPP Yamandú Orsi.

Para lo que quedaba del astorismo, la decisión no puede ser más desalentadora.

Orsi es el candidato que representa a Mujica, justamente el principal adversario frenteamplista de Astori, el que gobernó con recetas populistas y enterró al país con negocios ruinosos como los de Pluna y su posterior Alas-U, la puesta de Ancap en situación de quiebra por los desmanes de Sendic, el escándalo de Envidrio y tantos otros.

Dirigentes de Convocatoria Seregnista, el último espacio astorista del FA, han reconocido a la prensa que la decisión de Bergara es “una lápida” para la vigencia del sector. Una decisión motivada seguramente para juntar fuerzas con el mujiquismo en procura de impedir el triunfo de la precandidata Carolina Cosse, sustentada por comunistas y socialistas.

El “matrimonio por conveniencia” entre Orsi y Bergara estaría tratando de poner freno al avance imparable de la intendente de Montevideo, que ha usado su cargo en forma desembozada para su campaña electoral, lo que explica por otra parte su firme crecimiento en las encuestas.

Saquemos por un momento la mirada de los cálculos políticos sectoriales y concentrémonos en el votante frenteamplista moderado, el ciudadano de a pie que mira estos movimientos y se pregunta qué debe hacer.

La conclusión es una sola, y en ella coinciden todos los analistas: el espacio moderado y socialdemócrata del Frente Amplio está en vías de desaparición.

Este Frente que nace será muy diferente al de Seregni, Vázquez y Astori.

Es un Frente que viene por renovadas imposiciones tributarias: dice en su programa que deben “pagar más los que ganan más”, lo que ya sabemos que se traduciría en nuevos castigos a la clase media.  

Es un Frente que postula el desmontaje de la transformación educativa, la reincorporación de los sindicatos en los órganos de conducción de la enseñanza y la entrega de su control a quienes están cegados por prejuicios ideológicos de los años 60 del siglo pasado.

Es un Frente que procurará echar por tierra también la reforma de la seguridad social: Cosse firmó el impresentable proyecto del Pit-Cnt y Orsi no lo hizo, pero anunció “un gran diálogo social” (ya sabemos en qué se transforma esa promesa vaga) y modificaciones legales.

Tengo muchos amigos frenteamplistas; sé por lo que están pasando.

Les será difícil abandonar una opción política que está unida a su historia personal y sus emociones profundas.

Pero saben que no son ellos los que se van: el Frente es quien los echa.

Nuevamente, la puerta de entrada a la coalición de quienes valoran una justicia social ejercida con republicanismo, libertad y responsabilidad económica, no puede ser otra que el Batllismo.

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