Palestinos en Uruguay
Gentileza criolla
Chico La Raya (Exclusivo OPINAR)
Gualberto se levantó como cada día a las siete de la mañana, preparó su mate y comenzó su recorrido habitual en busca de trabajo.
Con paciencia fue marcando algunas posibilidades según su experiencia, que si bien era limitada, le abría alguna puerta en empleos poco calificados.
Padre de tres hijos, Gualberto estaba desocupado y el único ingreso del hogar era el de Marita, su esposa, que limpiaba por la mañana en un edificio de Punta Carretas y por la tarde ayudaba
en un carrito de panchos y hamburguesas en el Cordón.
Esa mañana tuvo su primera alegría en semanas: una barraca necesitaba peones. Se presentó dos horas después, pero el cupo de tres ya se había completado bien temprano.
Durante la semana asistió a otras dos entrevistas, también sin suerte. Una para limpiador zafral en una institución pública, y otra como nochero en una estación de servicio.
Ambas ofertas habían recibido más de cien postulantes. El avión llegó con una hora de retraso. Los cinco jóvenes palestinos, perfectamente identificados, abandonaron el aeropuerto en una
camioneta del Ministerio de Relaciones Exteriores. Una hora después estaban alojados en un hotel céntrico, a cargo del MREE.
Con la ayuda de un traductor, el funcionario anfitrión les explicó que al día siguiente, a las ocho de la mañana, serían recogidos por otro vehículo y trasladados a una oficina estatal donde se les asignaría un trabajo digno.
Hasta cobrar su primer sueldo, podrían permanecer en el hotel y contar con una ayuda económica del Estado uruguayo.Así, Azan, Tariq, Omar, Rami y Zayd regresaron a su alojamiento,
aprovecharon la tarde libre para probar el famoso chivito uruguayo y caminar por la Avenida 18 de Julio.
El quinteto palestino disfrutó el resto del día, sobresaltado apenas por alguna explosión de escape libre, tan distintas de las que escuchaban a diario en su tierra natal.
Una semana después, los muchachos ya estaban
trabajando;.Zayd y Tariq en una huerta orgánica del Ministerio de Agricultura. Azan, Omar y Rami en el vivero municipal.
Cuando Marita regresó a su modesta casa en el barrio Marconi, sus tres hijos la esperaban con ansiedad. Ella traía consigo una vianda del carrito: todo un manjar para los pequeños, y muy
probablemente, su única comida caliente ese día.
Gualberto, sentado en una silla plástica, daba los últimos sorbos del mate que había preparado en la mañana, acompañado de un trozo de pan duro. Ese fue su único alimento en la jornada