Policías sindicalizados. Un sindicato que no se doblega ante la embestida comunista
César García Acosta
A fines de los años cincuenta del siglo pasado, la Adeom no mostraba fisuras: sus autoridades se integraban con un representante de los funcionarios del Palacio, y otro del Cantón de Limpieza, sabían que la lucha debía entablarse desde las bases y era ideológica. En el lugar donde estaban los votos, estaba la fuerza. Ese sitio era el “Corralón Municipal”.
El lugar donde se emplazaba el Cantón de Limpieza llamado “el Corralón”, estaba a los fondos del edificio que aún puede identificarse por su estructura edilicia característica: durante años había sido el abasto municipal que funcionaba en la esquina conformada por las Calles Carlos Quijano (ex Yí) y los comienzos de la avenida Gonzalo Ramírez, al costado sur del Cementerio Central, y a una calle por medio de donde hoy se levanta una cooperativa de viviendas en un predio que antes fue el Servicio Fúnebre de la Intendencia de Montevideo. En el local contiguo estaba el dispensario médico del barrio Sur.
Del Corralón en los años 20 salían y volvían las viejas “jardineras” que eran unos carros tirados por mulas que oficiaban de recolectores de residuos domiciliarios. Cuenta la historia que las mulas eran lanzadas solas desde el Paso Molino y solas llegaban al Corralón en búsqueda de agua y comida al caer las tardes. Allí se descargaba la basura de las “jardineras” y empezaba el trasiego rumbo a su disposición final. Años más tarde, entrados los años 30 entraron en circulación los añejos camiones Aclo con arranque mediante una manija instalada en la parte delantera debajo del motor. Recién al promediar los años 60 con el ingreso de la flota de los camiones Isuzu, con pala movible, se modernizó definitivamente un sistema de recolección de residuos que durante décadas requería de tres obreros en la caja del camión más un de chofer. Cada funcionario recolector caminaba detrás de aquellos camiones de color gris, al que se cargaban en su depósito trasero las bolsas de basura después de levantadas calle a calle por los municipales durante unas 50 cuadras diarias.
No era fácil la tarea de esos obreros. Además de esas 50 cuadras subiendo y bajando de la plataforma trasera del camión, los municipales tenían que convivir con un régimen laboral de 6 días a la semana, con jornadas de 8 horas, sin control médico ni sanitario y con contratos renovables cada 120 días. Ser recolector era una profesión, y ser sindicalista una obligación. En el Corralón estaba el núcleo duro de la Adeom, los que no por casualidad eran, además, los que más participaban del gremio.
En ese cantón el Partido Colorado tenía una importante influencia.
En aquellos años el Gobierno del Blanco no veía con buenos ojos las manifestaciones sobre la avenida 18 de julio en procura de un mejor presupuesto. Particularmente rechaban las que tenían como centro la explanada del Palacio de Ladrillo. Allá por 1959 la Policía corrió a palazos y sablazos a los municipales protestantes, igual que años después el Gral. Líber Seregni encabezó en su función militar la disolución de los manifestantes bancarios.
Ni aquellos policías de 1959 bajo el Gobierno Blanco, ni los de ahora al mando del ministro Larrañaga, o los de los años 70 cuando el accionar militar del Gral. Seregni en perjuicios de los bancarios, eran otra cosa que fuerzas del orden a cuyo cargo estaba la función de seguridad del Estado, para lo cual, haya sido correcta o incorrectamente político, su deber era ejercer la acciones de represión dentro de la ley y el orden.
Tanto ayer como hoy, la Adeom por un lado, y la policía por el otro, sabían que debían cohabitar sobre la línea de la discrecionalidad sin traspasarla.
Pero hoy, cuando ya nadie se anima a insinuar que la policía no debe tener la capacidad de sindicalizarse, la central obrera, el PitCnt, ese recinto imaginario nuclear, donde el sindicalismo uruguayo sin estatuto ni ley se junta, decidió con el voto de algunos trasnochados suspender al sindicato policial en sus derechos gremiales.
Esto discriminó al policía, echó por tierra años de políticas de integración y desajustó la balanza del poder interno de la central obrera en favor de minorías sin respaldo en las urnas, aunque con un poder relativo que los ha llevado, negociaciones mediante, a ocupar bancas en el Parlamento por sectores que encubren fracciones radicales dentro del Frente Amplio.
Un gremio de docentes liderado por alguien que no es maestro; un gremio de la salud liderado por quien no es médico ni enfermero, son prueba suficiente que la militancia sindical hace más a una patota circunstancial que a un liderazgo profesionalizado.
La policía optó por resistirse y bancar para que sus derechos sean respetados más allá de las diferencias ideológicas.
Mientras tanto, el país de la “cola de paja”, ese paisito del blanco o negro característico del radicalismo sesentista, nos presenta el desafío republicano de defender los espacios sociales y políticos más allá de las personas. No debemos admitir que los gremios se manejan como marionetas desde un PitCnt donde la “orga” sea quien lidere. Eso no se llama comunismo ni marxismo: eso no es más que libertad tutelada.
Como sostenía Ortega y Gasset: “yo soy yo y mis circunstancias, y si no la salvo a ella, no me salvo yo”.