Que nuestra decisión, cuente
Adrián Báez
Estimados lectores. El próximo domingo, los uruguayos no sólo estaremos eligiendo al gobierno que llevará los destinos del país adelante en los venideros 5 años; elegiremos, también, el modelo de Uruguay que deseamos para los 20, 30 o 40 años siguientes. Indudablemente, estamos en una disyuntiva no menor.
Por un lado, un modelo que busca proyectarse hacia el futuro, comprendiendo cuáles son las reglas del juego, aprendidas durante los 15 años de gobierno que le tocó dirigir, pero, que se ve a sí mismo atrapado entre ese deseo y las tendencias reaccionarias y conservadoras que lo limitan en una interna no siempre clara, donde domina y mandan sectores que, si bien no cuentan con el mayor respaldo popular, mantienen un control desorbitantes en las tendencias intestinas de la fuerza política. Por otro lado, una coalición de varios partidos políticos, que estrenó su metodología en la última administración, y que, con tropiezos, supo liderar una pandemia, una crisis hídrica, inconvenientes internacionales que afectaron directamente a los intereses nacionales, y una fuerte oposición política y sindical, que intentó por medios de democracia directa (referéndum y plebiscito), derribar sus dos caballos de batalla: LUC y Reforma de la Seguridad Social.
El país, dividido casi en mitades iguales -aunque con un nada despreciable número de indecisos y otros decididos a anular o votar en blanco-, mira con cierta actitud de espectativa un resultado que -por ahora incierto-, deja más certezas que dudas ya que, si bien pudimos apreciar un “debate” sui generis, no tuvo una campaña empapada de propuestas sólidas, controvertidas y controversiales, como sí supimos ver en otras instancias electorales anteriores, volviéndola insulsa y desangelada.
El Uruguay se enfrenta a grandes desafíos acordes a los tiempos que corren. Hoy, el mundo más globalizado que nunca, el cual no conoce de límites de tiempo y espacio, se da de cara con un pragmatismo liso y llano en el relacionamiento humano que influye y repercute directamente en cada individuo.
Ya la representatividad democrática como la conocemos, está herida ante la utilización de las redes sociales, donde, cada persona opina de lo que desea -sabiendo o no del tema-, constituyéndose en su propia voz cantante, sin orientación ni coherencia, muchas veces, pero con el empoderamiento que le otorga un medio de comunicación que, en otras épocas, le era inaccesible.
Eso distorsiona, sin lugar a dudas, el quehacer de las fundamentales herramientas que son los partidos políticos, como legítimas cajas de resonancia de los anhelos ciudadanos, tal cual estamos acostumbrados a verlos; obligándolos a un permanente y constante aggiornamiento que, se da de bruces con valores, principios y modus operandi instalados a fuego en la esencia del ser nacional.
Hoy, los políticos devenidos en gobernantes, deben consustanciarse con las nuevas generaciones que demandan desde una clase de educación menos tradicional y más universalista, hasta empleos con tecnologías y métodos diversos a los que se estaba acostumbrado; al mismo tiempo, no pueden descuidar a las viejas guardias formadas en los últimos aleteos del siglo XX, donde, todavía, las clásicas formas del liberalismo progresista imperaba con la idea de un Estado solidario y arbitro de desigualdades creadas por esa misma democracia que defendía y apuntalaba, pero que, no solucionaba todas las inequidades. Estos, siguen sumergidos en una concepción garantista de ese gran hermano protector, mirando de reojo este nuevo individualismo emergente que, ni busca aprobación, y menos que lo dirijan…aunque nada de malo habría en ello.
40 años de Democracia encierran un período muy amplio de estabilidad institucional en un país tan joven como el Uruguay, a pesar de sus 200 años de historia. Constituye el lapso de tiempo más largo de convivencia pacífica, respeto del Estado de Derecho, sometimiento a la soberanía popular manifestada en las urnas, y de fiel funcionamiento del sistema de partidos políticos representativos de todas las tendencias ideológicas.
Estamos convencidos que, en el contexto regional en el que vivimos, Uruguay continúa siendo una rara avis, pero que, no está aislado. Si bien por el momento no existen diagnósticos que puedan avizorar síntomas de deterioro democrático o institucional como sucede en otros países; la historia suele ser cíclica, y si no se afrontan las reivindicaciones de una sociedad que va cambiando a pasos agigantados, la que reclama, por otra parte, sanear deudas pendientes, sea quien fuere el que gobierne, tendrá dificultades.
Aspiramos, y no dudamos de que así será, a una jornada, nuevamente, ejemplar; de respeto irrestricto a las normas republicanas que tanto nos enaltecen. Aunque, deseamos, también, que el voto sea jugado; no tanto por las legítimas pasiones militantes, sino por un concienzudo y profundo compromiso con el porvenir del Uruguay y su gente, los cuales, no necesitan ni de un retroceso inmerecido, ni de un devenir soñador sin horizonte, sino todo lo contrario, anhela un mañana de certezas y reales oportunidades. Hagamos que nuestra decisión, cuente.