Reivindicar el 8M, ahora más que nunca
Fátima Barrutta
Hay una vieja frase muy conocida entre los periodistas, que dice que no es noticia que un perro muerda a una persona, pero sí lo es que una persona muerda a un perro.
Las repercusiones de prensa suelen poner siempre el énfasis en lo que se sale de lo común.
El hecho de que la marcha en conmemoración del Día Internacional de la Mujer haya convocado una participación multitudinaria nos llena de orgullo, pero no es novedoso.
Por eso, lamentablemente tuvo menos prensa que un hecho puntual que se generó ese día: el de un colectivo que formó una ínfima parte de la manifestación popular, pretendiendo divulgar un repugnante mensaje antisemita.
Fue similar a lo que pasó en otros años, con casos aislados de manifestantes que vandalizaban la fachada de la Iglesia del Cordón.
Son curiosas formas de reivindicar el feminismo: con sus discursos y acciones de odio irracional empañan el motivo central de la conmemoración, que es el de lograr la igualdad sustantiva en todos los ámbitos de la vida.
Contradictoriamente, un mensaje de estricta justicia como este termina pasando a segundo plano, mientras la opinión pública pone el foco en aquellos desbordes e inconductas.
No hace falta decir que ningún discurso de odio nos representa, y que su presencia en la marcha del 8M no debe empañar de ninguna manera las justas reivindicaciones de las mujeres.
Lamentablemente en todas partes hay pequeños grupos de intolerantes que se aprovechan de la masividad de estos encuentros, para amplificar sus nefastas ideas.
Frente a estas desubicaciones, las feministas debemos pronunciarnos fuerte y claro: solo avanzaremos en nuestra lucha si afirmamos las reglas de juego democráticas en lugar de cuestionarlas.
Unas reglas de juego que en Uruguay permitieron al Batllismo ser pionero en el voto femenino, en la ley de divorcio y en la incorporación temprana de mujeres a la política, con las primeras legisladoras y ministras que tuvo el país.
Unas reglas de juego bien distintas a las de los países que convirtieron el infame antisemitismo en política de Estado, como la Alemania nazi de hace 80 años o el actual fundamentalismo islamista.
Hay países que aún hoy consideran a la mujer como un objeto.
Las obligan a ocultar completamente su rostro y su cuerpo.
Justifican y hasta alientan la violencia doméstica, el abuso de menores y la lapidación de mujeres.
Por si a alguien no le queda clara esta palabra, la lapidación consiste en una forma de ejecución pública basada en que muchas personas, desde distintos ángulos, lanzan piedras sobre una mujer hasta matarla. Es una tortura lenta y dolorosa que culmina en el ajusticiamiento.
Sería bueno que estas congéneres que emiten estos discursos de odio, se enteraran de que una de las prácticas de estas organizaciones criminales consiste en elegir a determinadas niñas que “deshonraron” a sus familias -por obtusos códigos morales- para usarlas como terroristas suicidas.
Sería conveniente también que miraran algunos de los videos que los mismos terroristas filmaron y difundieron con vergonzante orgullo, aquel terrible 7 de octubre en que irrumpieron en un festival por la paz y secuestraron, violaron y masacraron a mujeres civiles.
Despreciar o relativizar esas infamias, identificando la causa feminista con la de estos criminales, es de una hipocresía que solo puede calificarse de monstruosa.
Nada de todo esto nos hace estar de acuerdo con la guerra que el actual gobierno de Israel está ejecutando en la Franja de Gaza. Pero su extrema violencia no justifica la que ejercieron quienes la originaron.
El mensaje del 8M con el que nos identificamos los cientos de miles de mujeres que desbordamos 18 de Julio no es a favor de ninguno de los contendientes de ninguna guerra.
Es un mensaje de paz, respeto integral a los derechos humanos y lucha pacífica por la equidad de género.
Quienes no entienden esto, no entienden nada.