Política nacional

Réquiem para la vieja política

Ricardo J. Lombardo

“Mi generación ya fue” dijo Sanguinetti ayer en medio de la movida electoral que cubrieron exhaustivamente los medios. “Tarde piaste” podría decirle uno, si no fuera porque que el “ya fue” no es solo para una generación de políticos,  sino para la propia política tal como la hemos conocido. La jornada de ayer marcó el fin de los “aparatos”, es decir de las estructuras organizadas y sustentadas en ciertas formas de ideas consideradas como infalibles, el caudillismo, el clientelismo, y la movilización.

Durante décadas se consideraba que “el aparato de la 15”, “el aparato del Partido Comunista” o el “aparato del herrerismo”, eran cartas ganadoras que definían las elecciones.

Ayer, esos “aparatos”, perdieron por paliza.

La elección también trajo a la escena con mayor nitidez, la existencia de un nuevo dualismo detrás de algunas ideas que en lugar de exponerse con toda claridad  para convencer, se ocultan lo más posible por miedo a espantar.

El Frente Amplio fue evolucionando desde una coalición de izquierdas, a un partido hecho y derecho que solo admite vertientes, pero antepone la unidad a cualquier otra cosa. La confrontativa Carolina Cosse que contaba con el apoyo del Partido Comunista, el Partido Socialista y una cantidad de aparatos  partidarios radicales menores, fue ampliamente superada por  Orsi, cuyas ideas verdaderas, si es que tiene conceptos bien definidos,  quedan ocultas detrás del vidrio opaco de un estilo campechano, seguramente inspirado en su mentor: el Pepe Mujica. “Unir” fue el verbo que más usó ayer en su discurso de proclamación. Habrá que ver qué significa esto en el diccionario de la nueva política.

En la coalición republicana, las cosas parecen marchar en el mismo sentido.  Aunque hay quienes se aferran a confrontar distintas interpretaciones de la historia, y quedan apegados a símbolos partidarios atávicos, los hechos  los atropellan. En el Partido Colorado, el candidato menos colorado de todos, aplastó a los demás. Ojeda, cuya campaña se afirmó en su vocación por la coalición  para que el FA no gane , en su admiración hacia Lacalle Pou y el cultivo de la imagen, sin aportar mayores ideas o propuestas, emerge con un nuevo liderazgo en el partido que supo ser el de Batlle y Ordóñez pero que hoy atraviesa una crisis existencial desconcertante. ¿Qué significa hoy ser colorado en un partido liderado por Ojeda? Habrá que esperar a que se den vuelta las cartas y se vea si aparecen el 2, el 4 y el 5, o no habrá más remedio que irse al mazo. Los que saben jugar al Truco, entenderán a qué me refiero.

Los blancos parecen más consolidados, con Delgado, un candidato que se apoya en la gestión  del actual gobierno y el grado de aprobación que tiene Lacalle Pou. Pero, a pesar de ello, también cruza los límites del dualismo propio de la era de la modernidad, e incorpora una dosis posmo que hace horrorizar a las viejas estructuras.

Después de ganar por amplio margen la interna, y escuchar la marcha de Tres Árboles que identifica la tradición nacionalista, Delgado compareció ante sus correligionarios y puso la frutilla de la torna al nominar a Valeria Ripoll como su compañera de fórmula, mientras miraban con ojos tristes Beatriz Argimón y Laura Raffo.

“¡Qué horror!” se debe haber escuchado en algunos rancios  hogares blancos como hueso de bagual.

 Ripoll es la personalización de esta nueva era. Viene de la izquierda, fue dirigente sindical, es mujer y joven. Los nuevos manuales quizás digan que es lo mejor para acompañar a un candidato conservador y defensor del oficialismo.

Es evidente que hay una vieja política que “ya fue”. Y otra  que cultiva el vacuismo.

Esta nueva parece ser una mezcla de posmodernidad,  nuevas tecnologías, marketing  y una gran austeridad de ideas, que probablemente más se adapte a esta era de incertidumbre.

O quizás sea un mero salto a la nada misma.

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