Sanguinetti y “la fuerza de las ideas”
César García Acosta
Conozco a Liliam Kechichian hace más de 20 años. Fuimos ediles en Montevideo –ella oficialista y yo opositor- y le reconozco su condición de buena gente. Eso sí: dura conceptualmente y apegada más a la confrontación que a la razón, la hoy Senadora del Frente Amplio la emprende contra Julio María Sanguinetti con particular dureza en la antesala de la presentación del nuevo libro “La fuerza de las ideas” que el dos veces Presidente de Uruguay presentará hoy.
En una columna de opinión en Montevideo Portal, Kechichian manifestó: “Fiel a su estilo y tratando de desviar la atención acerca de las implicancias que sus propias actitudes políticas conllevan, el Dr. Sanguinetti vuelve a apuntar sus dardos -una vez más- hacia el Frente Amplio. Es así que, en el contexto de presentación de un libro de su autoría -en el que se expresa acerca de [La impronta del Estado batllista en la identidad nacional]- el ex presidente se despachó: “El FA, después de 100 años, descubrió el batllismo, y todavía no lo entiende”.
Y agrega al respecto que: “Tamaña afirmación no puede pasar desapercibida. Uruguay es un país pequeño y, como solemos decir -cuando nos referimos a cuestiones que hacen a nosotros mismos- [somos pocos, y nos conocemos todos]”.
Convengamos que la agresión de Kechichian tiene un origen bien definido y responde a intereses contrapuestos a un Sanguinetti que muy distinto al que todos conocíamos, optó por aplicar su conocimiento como historiador y periodista, al servicio del contra relato a la idea social que el Frente Amplio se ha empecinado en construir sobre la base de un relato distorsionado ya no solo del contexto social y político, sino también del histórico e ideológico.
En su columna después de mezclar los tiempos de la salida de la dictadura (el episodio del general Medina y las citaciones a declarar a militares), o su pasaje como ministro de Educación antes de 1973, Kechichian no logra apuntalar su crítica con la certeza que se hace exigible a quien ostenta un cargo de Senador. Su rol debe ser serie en forma y en sustancia, por lo que reclamarle prudencia y reflexión a la hora de la crítica, debe entenderse no como una limitación a su sana capacidad de opinar en libertad, sino de entender –como debe ser- que su capacidad de decir cosas en libertad se las debe en buena medidas a los correctos oficios de Julio María Sanguinetti como constructor de las libertades legítimas del Uruguay moderno.
Este nuevo libro de Sanguinetti es una joya para el periodismo político. Y para la ideología es un análisis de inevitable lectura que ubica a los unos y a los otros, en el justo lugar que la historia le asigna a cada uno.
Después de su proclama inicial a la histórica posición del poeta Heinrich Heine, quien advertía del “cuidado con la fuerza de las ideas, porque los conceptos filosóficos, alimentados en el silencio del estudio de un académico, pueden destruir toda una civilización, Sanguinetti recae de lleno en la influencia de la filosofía en la política del Uruguay, y para eso no encontró una mejor estampa literaria que la esgrimida por Giovanni Sartori, al decir: “cualquier política es una mezcla de idealismo y de realismo: y si uno de los dos elementos lega a prevalecer, si el exceso de idealismo elimina el realismo, o viceversa, es muy posible que la política fracase. Nadie ha sido nunca capaz de establecer con éxito una política genuinamente pura o una política estrictamente ideal o moral”. Por eso define Sanguinetti con particular acierto, que “un partido nace para ejercer el poder político y vive en esa pugna constante entre sus ideales y las realidades, siempre avaras, que van desde los límites económicos hasta los de la frágil `probidad de los hombres´.”
Kechichian fiel a su estilo avasallante pretende fijar una suma de ideas confrontativas –a modo de relato confirmatorio de hechos de la historia tergiversados exprofeso- lo cual ha sido recurrente desde los relatos de Eleuterio Fernández Huidobro a Mauricio Rosencoof, pasando ineludiblemente por José Mujica, en clara señal de odio ya no personal, sino institucional.
El clima que genera Sanguinetti con las páginas de sus libros, pone a los frenteamplistas bajo el dilema de tener que probar por qué no pueden ser batllistas ni representantes de la socialdemocracia en Uruguay. Estas definiciones, por el solo hecho de ser contextualizadas con rigor historiográfico, nos permite a todos poder tener la esperanza de que las políticas de alianzas, de coaliciones, ya consolidadas como espacios de intercambio, se desapegarán de las medias verdades o mentiras, precisamente por la “fuerza de las ideas” a la que alude Sanguinetti en su libro.
Cierto es que Sanguinetti no es Batlle y Ordóñez, ni el primer batllismo, el de 1907, es el batllismo de 2022 con Sanguinetti como principal exponente, sencillamente porque hoy tenemos un Estado tan consolidado como su democracia, de las cual los colorados y batllistas por la razón de nuestra ideología, se levantan como una garantía proteccionista de valores que nos pertenecen a todos los uruguayos.
Ante todo vaya nuestro respeto a la libertad de decir de la Senadora Kechichian, pero que sepa que lo hacemos bajo la advertencia republicana de ya no admitir sin resistencias el sinsabor de la opinión disfrazada bajo la cual han logrado sobreactuar democratacristianos, socialistas, marxistas y tupamaros.
“Ni ahí” dejaremos sin oponernos que se entremezcle batllismo con filosofías rejuntadas.