Política nacional

Solo se crece fortaleciendo raíces

Fátima Barrutta

Nos acercamos a la mitad del período de gobierno y se abren nuevas interrogantes y desafíos para los socios de la coalición republicana.

¿Hacia dónde vamos? La dura y exitosa gestión de la pandemia, ¿nos permitió avanzar sustancialmente en la agenda de cambios?

¿Cómo funciona la interna de la coalición? ¿Qué se espera de cada uno de los socios?

El presidente Lacalle Pou ha manifestado con pragmatismo que la coalición goza de buena salud y que, para fortalecerla, es necesario respetar los perfiles partidarios y sectoriales. Me pregunto qué pasa en la interna de cada partido, a ese respecto. Fundamentalmente me preocupa el posible desdibujamiento de un posicionamiento batllista que, en el actual contexto de polarización, no debe diluirse sino potenciarse. Me refiero a que la opinión pública parece debatirse entre el liberalismo a ultranza que caracteriza ideológicamente al herrerismo y una izquierda embebida en marxismo intolerante, que representa el Frente Amplio.

La polarización es funcional a ambos extremos: como en un todo o nada, blancos y frenteamplistas fuerzan el discurso para que la ciudadanía se sienta obligada a elegir entre ellos. Con ello saltean intencionadamente una tradición ideológica que fusiona liberalismo político y un Estado presente en la atenuación de la desigualdad: el batllismo.

Y así estamos los colorados hoy: embarcados en la comprensible defensa de la LUC, pero incurriendo en el riesgo de pegarnos a un herrerismo del que solo tenemos en común el respeto irrestricto a la libertad (que no es poco).

Pero debemos hacernos una pregunta: ¿qué pasa con el militante batllista que puso razón y corazón en el triunfo de 2019, y hoy ve que sus esfuerzos se traducen en un número apreciable de dirigentes con cargos, pero una escasa o nula incidencia ideológica en la marcha del gobierno?

Debemos asumir que hay colorados de toda la vida que están pensando en bajarse del barco, desalentados por su pérdida de incidencia en la cosa pública, que se resisten a ser espectadores de un mero duelo retórico entre liberales y colectivistas.

Es una pregunta recurrente en círculos de nuestro partido: ¿qué rol cumplen los dirigentes barriales y zonales? ¿Se limitan a movilizarse para conseguir votos una vez cada cinco años, o deben ser nexos duraderos y orgánicos entre la conducción del gobierno y los estratos ciudadanos?

Honestamente sentimos que lo que vale es lo segundo.

Somos colorados y batllistas. Tenemos una identidad que defender y un espíritu de lucha que no debe dirigirse solamente a confrontar el colectivismo frenteamplista: también debe marcar con rigor y sin miramientos, los ejes de una gestión de gobierno que nunca ponga en riesgo nuestros valores inmanentes: los de la igualdad de oportunidades y la justicia social.

No hay duda que no la tuvimos fácil, con las renuncias sucesivas de Pedro Bordaberry y Ernesto Talvi, que dejaron a vastos sectores colorados acéfalos de liderazgo.

 Pero cabe preguntarse si un partido como el nuestro depende realmente de líderes que aglutinen e ilusionen; ¿no será que somos lo suficientemente sólidos, ideológicamente hablando, para crecer sin locomotoras, sino al impulso de nuestras ideas? ¿No habrá que pensar en el surgimiento de nuevos líderes, no uno sino varios, que debatan leal y constructivamente en el relanzamiento del batllismo del siglo XXI?

Aunque a los extremos les complazca polarizar la opinión ciudadana, nosotros sabemos que la esperanza del cambio no está en disyuntivas de todo o nada, como está pasando en Argentina, sino en la consolidación de un centro político que conjugue liberalismo y socialdemocracia, eso que siempre representó el Batllismo en la historia patria.

No tengamos prurito en marcar nuestro perfil en el arco de la coalición. Y al mismo tiempo, asumamos de una vez la responsabilidad de reconectar con nuestros dirigentes zonales, interiorizarnos de las demandas ciudadanas que ellos, como nadie, encarnan y defienden, para actuar en consecuencia.

Que la coparticipación en el gobierno no absorba nuestras energías de escuchar, comprender y actuar con independencia y rigor.

Es un llamado a la lógica política y a una ética batllista, de cara a la realidad del país y de espaldas a pequeñas prebendas y comodidades personales.

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