También matan las palabras
Washington Abdala
Y sí, el domingo pasado me encontraba sumido en un estado de languidez (como le dicen los psicólogos). Son momentos que me permito compartir con ustedes, lectores, internautas, amigos, que están allí y nos hacemos mutuamente el aguante.
Es que la pandemia no da margen para descontracturar neuronas. Disculpen si dolió. Igual, a decir verdad, duele la pandemia y su letalidad, así que no sirve enojarse con el mensajero.
Si yo escribiera de humor por estos días, de ironía social o de asuntos menores, no sé, en mi cabeza eso estaría mal. Así que por eso escribo desde donde siento.
Y sí, me duelen asuntos, listo, los converso.
¡Lo único que falta es que por sentir dolor se enjuicie al doliente! No creo que lleguemos a tal extremo de delirio autoritario. ¿O sí?
Pero, reconozco, que algún lector desde las redes me ayudó a ubicar mejor el tono narrativo. Tiene razón, y como no estoy para aplaudirme, me allano al enfoque pero mantengo mis trece. No ir por el lado de lo que cruje, hoy lo acepto. Entendido.
Corrijo entonces la verbalización: la ruta es la misma señores pasajeros, pero la turbulencia es temporal y llegaremos a destino.
Repito: la ruta es la misma (acá va una onomatopeya de soplido de alivio).
¿Ahora está bien? Es que para llegar a destino (la salud de la población) se requiere el concurso colectivo, no vale si un pasajero se desabrocha el cinturón y quiere ir a flirtear con alguien y otro en medio de la granizada pide que le sirvan un poco más de whisky.
Eso es no entender la circunstancia grave que se padece.
No vale, además, la conspiración cínica -por detrás- alimentando el terror en la línea de “siempre hay culpables intencionales”. ¿Cuál sería el motivo por el que alguien querría introducirse en una tormenta así? ¿Se piensa eso o se dice cualquier cosa con tal de marcar la cancha? ¿Quién quiere que mueran uruguayos? ¿O alguien cree que algún actor político está feliz con tener que transitar momentos tan duros?
No sé quiénes tienen el medidor de dolor más afinado, pero nadie tiene el derecho de arrogarse el sufrimiento de los demás, y todos, todos los uruguayos estamos conmovidos por las partidas de los nuestros. ¿Qué no se entiende? Repito: no vale el dolorímetro selectivo y menos traficar con semejante asunto.
Sí, en medio de la tensión se suceden expresiones fuertes. Una pena. No voy a reproducir ninguna. Pero los que derrapan premeditadamente hacen mal, no se deberían permitir a sí mismos semejante licencia. Es un viaje lúgubre en lo moral.
No toda opinión vale, ni todo se puede decir al voleo. Hay manifestaciones ominosas que son lesivas a nuestro estilo republicano de nación. No nos merecemos tratarnos así entre nosotros mismos. No le hace bien a la matriz mental de una sociedad cuando se aplican semejantes expresiones lacerantes. Son puñaladas retóricas amigo. No vale todo en el asunto del hablar. También matan las palabras.
La respuesta real a la pandemia la conocemos todos. Ya sabemos cómo se sale de esto. Con vacunas y disciplina social. Las vacunas están. A la disciplina social hay que seguirla construyendo (no porfiando por abajo) porque falta todavía entender que solo estrechando las marcas es que se cierra la defensa y no se cuela nadie.
O se entiende ese encare o nos demoraremos más tiempo en salir de la tormenta. Y más tiempo, es más gente que partirá.
Otro lector me dice que como miro las cosas es “voluntarismo”. Sí, es voluntarismo. Es desear hacer las cosas bien, y para hacerlas bien primero hay que querer hacerlas bien. Sencillo de proclamar y difícil de concretar. ¿Hay otra fórmula? Voluntarismo neto. ¿Y qué? Voluntarismo positivo, de conciencia, de sumar y no achicar. Y sumar es entenderse, aflojar los golpes bajos y apostar por lo mejor para todos. No hay espacio para la catacumba. Insistir hasta que aburra. Y si aburrimos, dos platos de lentejas. Al final siempre se sale de la oscuridad. Claro, los irresponsables no ayudan. Igual hay que seguir, seguir y seguir. No queda otra.