Política nacional

Tensiones, polarización y grieta

Hugo Fernández Faingold

La historia nos dice que las tensiones son moneda corriente de la vida política de los países, tanto por el ejercicio de las funciones de gobierno como por las prácticas normales de la oposición.

En un extremo, las tensiones entre los actores personales e institucionales pueden operar como mecanismo positivo para la construcción de rumbos, acuerdos y síntesis. Hasta ahora, la democracia republicana ha probado ser el mejor sistema para conseguirlo. En el otro extremo, sin embargo, su administración poco cuidada, tanto por el gobierno como por la oposición, puede resultar en oportunidades perdidas, el inmovilismo de un país y la acción de su gobierno, en un círculo vicioso en el cual se degradan la democracia y la república, y pierden calidad e integridad el sistema político y la convivencia ciudadana.

Los griegos llamaban “Paideia” al conjunto de valores, prácticas, cultura, moral e ideales compartidos por todos, que permitían al pueblo griego reconocerse como tal, y diferenciarse de los demás.

Estoy convencido que desde el Siglo XIX el pueblo uruguayo ha ido construyendo su propia “Paideia”, aún en tiempos difíciles de dictaduras y guerrillas -momentos  de máxima tensión- porque en todos los recodos de nuestra historia, hasta hoy, continuamos pudiendo reconocernos a nosotros mismos en nuestra singularidad.

Un potencial extremo de las “tensiones” es el de la “polarización”. Muchos se preguntan si la polarización llega al  punto de admitir la convivencia positiva de visiones de país diferentes. Lo hemos visto en la trayectoria de muchas democracias, especialmente en Europa desde la mitad del siglo pasado, en las que la alternancia entre socialistas, demócrata-cristianos, conservadores, verdes, etc. en el gobierno, con visiones de país diversas, no ha alterado significativamente las respectivas Paideias, mientras que sí les permitió evitar la prevalencia de fuerzas que hubiesen significado modificar su esencia.

Es indudable que hoy existe una polarización que divide casi por mitades al electorado uruguayo. Si me preguntan, me animaría a defender que la polarización política uruguaya no ha vulnerado, hasta hoy, nuestra Paideia, aunque en algunas instancias la polarización entre gobierno y oposición nos pega un susto y se disfraza de grieta. Y si en algún momento alguien siente la tentación de así calificar nuestra realidad, alcanza con poner por unos minutos cualquier informativo argentino para apreciar las diferencias cualitativas entre una y otra. Creo que la despedida el mismo día de su labor parlamentaria de los ex Presidentes Sanguinetti y Mujica, sellada con  un abrazo, al cual cada uno llegó con sus memorias y sus convicciones, es el símbolo perfecto de ese Uruguay de la Paideia. No. La política aún no ha plasmado la famosa grieta.

Creo sin embargo que la gran interrogante surge cuando nos miremos frente al espejo de otras realidades, más allá de los altibajos cotidianos del discurso y el debate políticos.

Como síntesis, los griegos otorgaban al término Paideia también el significado de “educación”, entendida como mecanismo de integración de la cultura, la moral, los valores, las prácticas y los ideales de la sociedad. En nuestro caso, desde Varela, el aporte de la educación pública a la construcción de nuestra Paideia ha sido fundamental. La incorporación de los flujos migratorios a la educación pública garantizó y enriqueció su continuidad e incidió fuertemente en que todos los habitantes de este territorio se reconocieran en nuestra singularidad colectiva. Un país educado, de clases medias y, sobre todo, mecanismos vigorosos de movilidad social asociados a la educación, el trabajo y el estado de derecho, donde mandan leyes y no personas.

Nadie puede ignorar el profundo y sostenido deterioro en los procesos y resultados de la educación uruguaya, pública, y mucha de la privada, durante los últimos 50 años. Su escasa capacidad de retención de los estudiantes de Secundaria, (por su irrelevancia para la vida en general, incluida la inserción en el mercado de trabajo), sumada a la  producción de generaciones de alumnos de primaria deficientes en lecto-escritura y matemáticas, ha bajado la incidencia del sistema educativo como motor del cambio social. El Plan Ceibal ha sido un esfuerzo excepcional al cual, lamentablemente, muchos docentes demoraron en sumarse. Nos fue mejor que a muchos otros durante esta pandemia gracias a las Ceibalitas, aunque aún tenemos en el debe una integración mayor de alfabetización digital entre los docentes y alumnos de todo el sistema. En esta materia el mundo no tendrá retrocesos.,

Al agregar a lo anterior el estancamiento económico y la escasa eficacia de otras políticas públicas, tales como las de vivienda y desarrollo de infraestructura urbana –léase “asentamientos”– se han fortalecido los mecanismos de transmisión intergeneracional de la pobreza, interrumpiendo los históricos círculos virtuosos de movilidad social.

En conjunto, estos y otros factores –-el microtráfico de droga como salida laboral, por ejemplo—nos están entregando una sociedad crecientemente “dual”, con grados cada vez mayores de alienación entre diferentes sectores y geografías, y cada vez más alejados de nuestra “Paideia”. Corremos el riesgo de que tal dualidad termine generando una grieta muchísimo más grave que la política, porque se contradice con lo que somos como nación, con la esencia misma de nuestro contrato social.

Si resulta cierta la afirmación en cuanto a que las tensiones y la polarización de nuestro sistema político no albergan una grieta, y nuestra Paideia continúa vigente, deberíamos poder ponernos de acuerdo en un conjunto de políticas de corto, mediano y largo plazo, dejando de lado réditos políticos menores y ventajitas partidarias, para resolver definitivamente esta dualidad y sus causas.

La dualidad existe. Tenemos todas las estadísticas para probarlo. Las políticas, hasta ahora, se debaten entre las tentaciones burocráticas y la inevitable escasez de recursos (producto, entre otras causas, de los atavismos burocráticos de los partidos y del Estado).

No tengo dudas que superar esta “grieta”, cerrarla antes que se ensanche, marcará el  nacimiento y la consolidación de los futuros liderazgos políticos del Uruguay.

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