Política Internacional

Ucrania y los que silban para arriba

Fátima Barrutta

Rusia ha invadido Ucrania y está concretando su objetivo expansionista a sangre y fuego.

Los países de Occidente claman contra la invasión, que ya había sido advertida por EE.UU., generando febriles acciones diplomáticas como la de la infructuosa visita al Kremlin del presidente de Francia, Emanuel Macron.

Ahora, el fantasma de la devastación y la guerra vuelve a castigar al mundo, que apenas estaba intentando salir, con dificultades, de la terrible pandemia de 2020 y 2021. Viendo esta violencia, que parece retrotraernos a los expansionismos nazi y soviético del siglo XX, una siente que los humanos no hemos aprendido nada, que seguimos en el camino inevitable de la autodestrucción…

Hay que empezar por entender de qué hablamos cuando hablamos de Ucrania y la ex Unión Soviética. Entre 1932 y 1933, el dictador Stalin impuso una colectivización de tierras y expropiación coercitiva de granos que condujo irremediablemente a una de las mayores hambrunas en la historia de la humanidad, conocida como Holodomor.

Siete millones de seres humanos de todas las edades (en su mayoría ucranianos) murieron de inanición. Las medidas expropiadoras de Stalin fueron de la mano de la persecución y fusilamiento de intelectuales, acusados de cargos falsos, y la represión sangrienta del ejército rojo de todo intento de rebelión de los agricultores y trabajadores de esa república.

50 años después, también en Ucrania, la impericia burocrática del régimen soviético provocó uno de los accidentes nucleares más graves de la historia: el que se produjo en abril de 1986 en la central de energía atómica de Chernóbil. Hubo algunas decenas de muertes directas, pero se calcula en más de 4.000 las víctimas por las consecuencias de la contaminación generada, en una región donde proliferó el cáncer producto de la irradiación. A esa altura, el presidente de la Unión Soviética era Mijaíl Gorbachov y ese accidente, así como el desastroso comportamiento económico del imperio, por sus perimidos sistemas centralizadores, atizaron la caída del régimen y el retorno de la institucionalidad.

Pero algo no camina, sin duda, entre la idiosincrasia rusa y la convicción democrática. Después del autoritarismo de los zares, la revolución de 1917 aparta y asesina a socialdemócratas y anarquistas, y encarama un sistema represor y expansionista, que llegó incluso a negociar con Hitler en aquel infamante pacto Ribbentrop-Molotov de 1939, a través del cual ambas dictaduras se repartieron el territorio polaco a su gusto. Solo la decisión de Hitler de invadir la Unión Soviética en 1941 hizo que Stalin se aliara a las fuerzas de Occidente y de la libertad.

Hoy Rusia es gobernada por un presidente autoritario de extrema derecha, que ha formulado en más de una oportunidad posiciones racistas y homofóbicas, y que ahora reedita con desparpajo la estrategia expansionista que tuvieron los soviéticos en el siglo XX, cuando avanzaron sobre distintos países de Europa del Este.

Es por estas evidencias que nos preguntamos siempre dónde está la izquierda y dónde la derecha.

Dictaduras latinoamericanas liberticidas, como las de Nicaragua, Venezuela y Cuba, se han puesto en estos días del lado de Putin y Rusia. De un modo absolutamente vergonzante, una declaración oficial del Frente Amplio de Uruguay, en lugar de hablar, como hemos dicho desde los partidos de la coalición, de la invasión rusa sobre Ucrania, se limita a expresar “su preocupación ante la creciente agudización del conflicto entre Rusia y Ucrania” y a llamar “a la mesura”.

Diputados del MPP han hecho bochornosas declaraciones a la prensa, intentando poner el foco en la versión rusa del conflicto y justificándolo por intereses económicos.

La verdad es que dan miedo. Y los primeros en preocuparse deberían ser los seregnistas del FA, que ellos sí, han puesto los puntos sobre las íes denunciando la invasión.

Pero cabe preguntarse: ¿cómo hacen para compartir partido con quienes defienden en forma desembozada un imperialismo criminal?

 ¿Qué los obliga a postrarse ante un gobernante autoritario que no solo persigue y encarcela a los opositores, sino que ha atentado contra sus vidas?

¿Estar en contra de occidente y de la OTAN es condición suficiente para ponerse del lado de un verdugo?

Son preguntas que los frenteamplistas de buena voluntad, que los hay y muchos, deberán hacerse ahora más que nunca. Con lo de Ucrania hay que ser fuerte y claro: denunciar la violenta invasión rusa.

No hay opción de ponerse las manos en los bolsillos y silbar para arriba.

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