Un liderazgo ganado en la cancha
Daniel Manduré
La verdad no logro entender cuál es el liderazgo que está en cuestión. Mejor dicho, cuál es la interpretación que se hace para que algunos hablen de un liderazgo en disputa. Si retrocedemos en el tiempo, poco más de un año alcanza para ver la difícil situación en la que se encontraba el Partido Colorado. Con el abandono de la militancia política de Bordaberry durante años y la intempestiva renuncia de Talvi el futuro político estaba muy comprometido. La desilusión y el duro golpe para buena parte de la ciudadanía fue muy grande. A Pedro se lo fue a buscar en infinitas oportunidades, pero se resistía a volver. El fútbol como actividad profesional parecía comenzar a atraerle más que las cuestiones políticas. Solo sabíamos de el a través de sus interesantes editoriales de prensa. Mientras que Talvi desapareció del ámbito público casi por completo y aún se polemiza sobre el real motivo de su alejamiento. Los dos dirigentes muy útiles por inteligencia, trabajo y capacidad pero que ambos por decisiones que pueden respetarse, aunque no entenderse del todo, terminaron dejando huérfano de liderazgo al Partido de Batlle y Ordóñez.
De nuevo, empezando casi que de cero, remando contra la corriente, estábamos nuevamente sumergidos en una debacle. El dos veces presidente Sanguinetti desde la secretaría general, dando una vez más sus muestras de amor a la causa, intentaba, desde el trabajo interno, mantener activo al partido. Luego de su lógica y entendida renuncia fue desde la prosecretaría que Gustavo Osta con un prolijo trabajo buscó continuar ese mismo rumbo.
Pero nada alcanzaba, había una gran orfandad de liderazgo y dificultades para concretar aquello que el pueblo colorado reclamaba casi que a gritos, la renovación política, que no se podía seguir postergando.
Pasaban las encuestas y parecía que nada nos movía del 3 o 4 %. Hasta algún politólogo llegó a mencionar la propia extinción del partido colorado. Varios dirigentes prestigiosos comenzaron a mostrar su interés por presentarse como candidatos en una lucha electoral interna. Pero no había caso, continuábamos en ese muy flaco y vergonzante porcentaje.
Hasta que, con el anuncio de un nuevo candidato, la cosa comenzó a cambiar. El prestigioso profesional, pero también militante de siempre, Andrés Ojeda decidió entrar a la cancha a jugar este partido. Sin mochilas pasadas, sin cargos en la administración pública, con fuerza, empuje, intenso trabajo e inteligente campaña poco a poco las cosas comenzaron a revertirse. Con un discurso centrado en la unidad y la renovación el partido fue creciendo para no dejar de hacerlo. Comenzábamos a estar en la conversación nuevamente, demostrando que el partido constructor de la república estaba más vivo que nunca.
Dicho trabajo y militancia se vio recompensada la noche de los resultados de la elecciones internas cuando las urnas se abrieron y coronaron a Andrés Ojeda como su legítimo ganador. Comenzó allí a gestarse un nuevo liderazgo. Ganado en buena ley, con mucha luz y en elecciones abiertas donde todo aquel que quería participar lo podría haber hecho. Todo lo demás es “chamuyo” barato. Las elecciones internas son las que marcan el camino.
Estamos confiados esta vez en contar con alguien que no abandone el barco, todo buen capitán es el último en dejar la nave en tiempos tormentosos y en aguas bravías. Es el último en tirarse al agua, dejar el barco a la deriva y huérfanos a sus tripulantes. Eso nunca hace un líder.
Andrés Ojeda es un líder en construcción, lo demuestra todos los días. Nada lo hace desviar del camino del fortalecimiento, modernización y renovación partidaria. Siempre en clave de unidad. Su templanza en tiempos difíciles lo siguen poniendo a prueba. Será también una pieza clave al momento de contribuir en brindar de mayor organicidad a ese instrumento valioso como es la coalición republicana.
No es justo que se ponga subrepticiamente su indiscutido y bien ganado liderazgo. El timón del barco debe ser conducido por Ojeda, alguien que desde la intemperie y sin el poder que otorgan los cargos supo iluminar el camino.
El otro día leìa algo interesante, que quiero compartir, en ese artículo mencionaban como a través de la historia un ego descontrolado ha destruido incluso civilizaciones enteras. Decían allí que un ego bien encausado y administrado puede potenciar y ser positivo, pero uno descontrolado puede ser muy perjudicial. El ego puede ser el peor enemigo del líder al perseguir intereses propios por encima de los intereses colectivos y el bien común. El ego, continuaba diciendo la nota es una amenaza a todo criterio de justicia, objetividad y un obstáculo para la toma de decisiones superiores. El ególatra se siente un mesìas, a los que todos deben reverenciar, donde el mundo gira en su entorno y que está por encima de cualquier decisión orgánica. No es así ni debe ser así. Mucho de esto hay cuando escuchamos algunas críticas que intentan hacerle a Ojeda.
El Partido Colorado viene discutiendo, no sin algún tropiezo y chisporroteo la conformación de sus listas al ejecutivo nacional y departamental, en elecciones a llevarse a cabo el próximo sábado 21 de diciembre.
Ese día, Andrés Ojeda se va a convertir con absoluta justicia, en el nuevo secretario general del Partido Colorado, seguramente va a tener en su gestión, como todo ser humano, aciertos y errores, va a recibir aplausos y alguna crítica. Pero dejémoslo trabajar y apoyemos todos a aquel que tuvo la valentía y el coraje de salir de la comodidad y buen pasar que le brindaba su actividad profesional para desde la intemperie arriesgarse en salir a la cancha a luchar por sus creencias y profundas convicciones. No era nada fácil hacerlo cuando lo hizo. Podía salir muy bien o todo lo contrario. Su desempeño, trabajo y la visión clara de futuro le dan suficiente crédito para eso.
Un liderazgo ganado en la cancha y no en los tribunales