Política nacional

Y ganó Milei, nomás…

Fátima Barrutta

No por dos puntos, como decían algunas encuestadoras argentinas. Ganó por más de 11, lo que puede definirse como una victoria aplastante. Hay que situarse realmente en la semana previa a la elección del 19 de noviembre. El domingo 12 vimos un debate televisivo en el que Sergio Massa arrinconó a Javier Milei de forma contundente, lo puso contra las cuerdas y lo llevó, insólitamente, incluso a hacer una extemporánea e imposible defensa de Margaret Thatcher en el país derrotado por ella en la guerra de las Malvinas.

Había que ver las caras de los periodistas de La Nación +, todos muy críticos del kirchnerismo. Se sentían abochornados por el pésimo resultado del debate, se les veía casi entregados, intentando ellos mismos aportar argumentos que habían faltado y que eran fundamentales.

Entre nuestros propios allegados, aún quienes más simpatizaban con Milei sentían que ganaría Massa. No solo por su performance en la elección anterior; no solo por la indignidad con que usó y abusó de su cargo de ministro de Economía para desplegar medidas demagógicas; no solo por la famosa campaña del miedo que equiparaba a Milei con un “salto al vacío”, cuando es más que obvio que con el kirchnerismo, Argentina viene en caída libre desde hace años.

En Uruguay sentíamos que Massa podía terminar imponiéndose por mostrarse como un político más profesional, más conocedor de la gestión estatal. ¡Tonterías! Apenas le dieron oportunidad a la ciudadanía, se expresó en forma contundente a favor de un cambio.

El hartazgo pudo mucho más que el marketing electoral.

Desde nuestra convicción batllista hoy sentimos emociones ambiguas.

Por un lado la alegría de que la gran estafa populista haya sido desmontada con la fuerza del voto.

Pero por el otro, la preocupación frente a un radicalismo de Milei que la influencia de Juntos por el Cambio deberá atemperar.

Hoy se ufana de ser “el primer presidente liberal-libertario”, pero no debe olvidar que el humor de los argentinos es cambiante y esta euforia, en el difícil proceso de ajuste que espera al país, puede devenir en ira e inclinar la balanza otra vez hacia lo peor del populismo de izquierda, en una dinámica polarizadora de nunca acabar.

La renovación parlamentaria de medio término que caracteriza a Argentina tiene un gran problema: dos años es poco tiempo para que el gobierno pueda sacar al país de su brutal crisis, y un revés en los respaldos del legislativo puede resultar letal.

Prever ese probable revés, en un pueblo tan emocional que viene repitiendo desde hace años el comportamiento de voto castigo, obliga a Milei a lograr resultados tangibles en lo económico en ese exiguo plazo de dos años, el que claramente es escaso si tenemos en cuenta la gravedad del desajuste actual.

El desafío que enfrenta el presidente electo es complejo.

Los kirchneristas ya empezaron a amenazar con incendiar la pradera (como hizo el FA cuando, casi el mismo día en que asumió la coalición, denunció falsos casos de represión policial).

De todo lo que hemos visto y leído en estos días, tal vez lo más monstruoso es la declaración de un cura villero llamado Francisco “Pepe” Olveira, que gestiona un comedor para gente desfavorecida y no tuvo empacho en anunciar que no dará comida a los pobres que hayan  votado a Milei.

Si eso es solidaridad cristiana…

La oposición será cerril y sin descanso.

Anuncian protestas públicas casi como si buscaran directamente la represión policial y las víctimas en las calles.

Desde el exterior, tiranías como las de Maduro y fracasados gobiernos de izquierda como el de Petro atizan el fuego, acusando al nuevo gobierno de ultraderechista. Maduro -nadie menos que el infamante tirano venezolano- acusa a Milei de nazi y lo compara con Pinochet y Videla.

La izquierda totalitaria se ensaña con un gobierno que llega a Argentina sustentado en un masivo apoyo popular.

El desafío es grande y debería contar con un acuerdo parlamentario que asuma la extrema gravedad y fragilidad económica del país.

Una situación de ese tenor no puede menos que contrastarse con la realidad política y económica uruguaya.

Con mucha menos riqueza que Argentina, pudimos superar los mismos problemas que hoy Alberto Fernández y sus colaboradores instalan como excusa del fracaso: pandemia, sequía, invasión a Ucrania.

Sin embargo la izquierda compatriota sigue fiel más a sus afinidades ideológicas que al análisis realista. De José Mujica para abajo, no hay frenteamplista que admita que Argentina necesita un cambio y han defendido insistentemente al candidato oficialista, desacreditando en forma proporcional a quien resultó triunfador.

Lo mismo pasa con la guerra de Israel contra Hamás. Insisten en que la organización terrorista lucha por la causa palestina, sin admitir que su único móvil es la eliminación de los judíos y por extensión, de toda la cultura occidental de la libertad. Y allí está buena parte de nuestra izquierda, defendiendo el supuesto derecho de Roger Waters a promover un discurso de odio antisemita y equiparando una tiranía genocida a un estado como el de Israel, donde impera la democracia y el respeto irrestricto a los derechos humanos.

La ciudadanía uruguaya, que tiene que votar el año que viene, debería tomar nota de esta diferencia entre FA y coalición, en lo que hace a identificaciones ideológicas.

Está más que claro de qué lado está el apego a los valores de la libertad.

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