La Osadía de Ser Pobre
Nicolás Martínez
Hablar de pobreza es hablar de marginalidad, es hacer referencia a quienes de una y otra manera, se encuentran excluidos del sistema, víctimas cada uno de ellos, de una sociedad con profundas desigualdades estructurales. Hablar de pobreza, es hablar de ausencia de oportunidades, es hacer referencia a una suerte de ruleta rusa de un sistema capitalista en el que se vende la falsa ilusión de la meritocracia como excusa para justificar y culpar a quienes no llegan a los sitiales de éxito, a quienes son pobres, porque paradójicamente hay quienes, desde un lugar de privilegio, sostienen que se es pobre porque se quiere…
Como bien sabrá el lector, la pasada semana estuvo en debate el tema de la pobreza en el marco de un comunicado anunciado por el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) a propósito del programa Tarjeta Uruguay Social (TUS). Dicho programa consiste en la transferencia monetaria que es otorgada mensualmente a hogares de extrema vulnerabilidad para permitir el acceso a artículos de primera necesidad. A propósito de la noticia en cuestión, el comunicado emitido por el Mides anunció que se está trabajando en cambios para que la transferencia monetaria abarque “únicamente comercios vinculados a productos de primera necesidad, como alimentos, higiene personal y limpieza del hogar”.
Entre las repercusiones inmediatas que generó la noticia en redes sociales, puso en circulación la palabra aporofobia, un término de la filósofa española Adela Cortina, adoptada por la Real Academia de la Lengua para referirse al rechazo al pobre y al odio hacia los indigentes. Dos vocablos de origen griego son los que dan vida a este término; “áporos” que significa pobre, y “fobéo” que significa rechazo, temor, odio. Cortina señala que: “las personas necesitamos poner nombres a las cosas para reconocer que existen e identificarlas; más aún si son fenómenos sociales, no físicos, que no pueden señalarse con el dedo. Poner nombre al rechazo al pobre permite visibilizar esa patología social, indagar sus causas y decidir si estamos de acuerdo en que siga creciendo o si estamos dispuestos a desactivarla porque nos parece inadmisible” y agrega que: “por desgracia, la aporofobia ha existido siempre, está en la entraña de los seres humanos, es una tendencia universal. Lo que ocurre es que unas formas de vida y unas organizaciones políticas y económicas potencian más el rechazo al pobre que otras. Si en nuestras sociedades el éxito, el dinero, la fama y el aplauso son los valores supremos, es prácticamente imposible conseguir que las gentes traten a todas las personas por igual, que les reconozcan como sus iguales”.
Me parece interesante traer a colación de esta discusión, el relato de la argentina Mayra Arena, quien se hizo viral algunos años tras reflexionar sobre los prejuicios de la pobreza en primera persona, sosteniendo que «es mentira que el pobre es pobre porque quiere. Esa vida uno la naturaliza porque es la única que conoce». Al comienzo de una charla Ted decía lo siguiente: «¿Qué tienen los pobres en la cabeza? Seguro se lo escucharon alguna vez a alguien preguntárselo. Se lo preguntan cuando nos ven tener muchos hijos, cuando nos ven ser violentos, cuando nos ven usar unas zapatillas traídas de otro planeta, pero sobre todas las cosas cuando ven que los pobres seguimos siendo pobres». Agrega que: «Uno se empieza a dar cuenta de que es pobre cuando entra en el sistema escolar. Y la violencia empieza a ser una forma de vengarse de los demás por todo eso que ellos tienen y uno no…Incorporamos erróneamente la idea de que cuando somos violentos nos tienen otro respeto. Porque cuando uno empieza a ser violento, te dejan de preguntar por qué tienes las zapatillas rotas, por qué tu mochila es tan vieja».
Arena nos dice que: “mucha gente se pregunta que tenemos en la cabeza cuando nos ven, en la juventud, en la adolescencia, usar unas zapatillas que cuestan una fortuna, y la gente dice ¿porque usan esas zapatillas? ¿con qué necesidad? Fluorescentes, gigantes, tienen que ser terribles llantas. La realidad es que, después de tantos años, con zapatillas encontradas en la basura o rescatadas de algún lado, con útiles del Estado, con ropa heredada de un primo, con camperas donadas de la Iglesia o de algún vecino, después de tantos años de todo eso, el día que te podés comprar un par de zapatillas, no te alcanza con poder comprártelas, se tiene que notar que te las compraste. Y sentimos que así, van a pensar que no somos tan pobres. Nos sentimos mucho menos pobres con esas zapatillas. Sentimos que así nadie se va a dar cuenta ya, todos los años que pasamos con zapatillas encontradas en la basura. Pero además de que usamos esas zapatillas traídas de otro planeta y de que somos violentos porque creemos que así nos van a respetar, o que así nos vengamos de todo lo que tienen los otros, además somos vagos”.
Agrega que: “La gente dice ¿por qué? ¿porqué no trabajan? ¿no nos gusta trabajar? ¿vivimos de planes, como muchos dicen? Antes no había planes y éramos igual. La realidad es que esto viene marcado desde la infancia y hay una diferencia muy grande, con la que yo insisto siempre, y es que no es lo mismo la pobreza estructural que la pobreza esporádica…la pobreza esporádica es cuando el jefe o la jefa de familia se quedó sin trabajo…pero siempre tuvieron a sus padres trabajando todos los días o saliendo a buscar laburo todos los días y, sobre todas las cosas, mandándolos a la escuela todos los días. Los que crecemos en la pobreza estructural, los que crecemos en los márgenes de la sociedad, vamos a la escuela cuando podemos, cuando se puede. Jamás nadie nos enseña que hay que cumplir con algo de lunes a viernes, jamás adquirimos la costumbre de madrugar todos los días. Y como ustedes saben, todo lo que uno no aprende de chico es muy difícil incorporarlo de grande…Y uno dice ¿por qué? ¿porqué no vamos a trabajar? La realidad es que no tenemos incorporado el ritmo laboral. Pero cuando más se pregunta la gente que tenemos en la cabeza los pobres, es cuando nos ven tener muchos hijos. La gente se desespera cuando ve que los pobres tenemos hijos. Los pobres tenemos hijos porque es lo único que podemos tener. Y tenemos muchos porque encontramos en cada hijo una razón para levantarnos todos los días a pesar de nuestra pobreza”
¿Se es pobre porque se quiere? No, se es pobre porque es la única opción que les fue dada a los pobres, es muchas veces, la única forma de vida que conocieron. Dicho esto, estaría bueno que en vez de escandalizarnos de cómo viven los pobres, de cuántos hijos tienen, de en qué gastan el dinero los pobres, de en qué comercios compran y qué tipo de artículos compran, deberíamos escandalizarnos de que haya pobreza, deberíamos escandalizarnos de que cada vez más se profundizan las brechas de las desigualdades estructurales de nuestra sociedad, condenando a miles a una vida de miseria, señalamiento y desprecio. Porque como bien señala Adela Cortina: “Podemos cambiarlo. Podemos forjarnos nuestro propio cerebro, nuestro propio carácter, nuestras propias tendencias y predisposiciones. Y en ese sentido es en el que creo que, en la educación, hay una tarea impresionante. Porque lo que es claro entre muchas otras cosas es que la aporofobia va en contra de la dignidad humana y en contra de la democracia. La democracia tiene que ser inclusiva necesariamente. La aporofobia es excluyente. No puede haber una sociedad aporófoba y, a la vez, democrática”.