El problema de la Argentina
Ricardo J. Lombardo
Argentina parece enmarañada en una serie de graves problemas.
El duro enfrentamiento entre el presidente y la vicepresidenta, la devaluación acelerada, una inflación incontenible, la situación judicial insostenible de la expresidenta, el fracaso del macrismo y el abultado endeudamiento que dejó como herencia, el descreimiento en el mercado, el problema del avión con espías iraníes y venezolanos, el empobrecimiento paulatino de la población, la inquietud social, los piquetes, las corporaciones…
Todo parece pintar un laberinto del cual no se sale sea quien sea el que gobierne, si no se consigue a través de una negociación madura, la articulación política de un plan de largo plazo que desarrolle el formidable potencial que tiene el país vecino
Sin embargo, el verdadero problema de hoy, es fácil de identificar: la política económica del kirchnerismo que ha demostrado su fracaso y que pretende corregirse con más de lo mismo.
Los economistas aprendieron hace décadas que es imprescindible mantener el equilibrio de las variable macro económicas de corto plazo: la política fiscal, la monetaria y la cambiaria.
Pero los kirchneristas parecen querer desconocer la realidad y creen que fórmulas que ha quedado demostrado que no funcionan en ningún lugar, sin embargo en la Argentina por alguna razón de realismo mágico deberían hacerlo.
En Argentina, la madre de todos los problemas es el déficit fiscal, que nadie se anima a tocar porque allí radica el poder formidable del populismo y sostiene a una casta política corrupta y poco consciente del daño que le está haciendo a su país.
El sábado pasado, Cristina Fernández dijo en un discurso público:
«El capitalismo debe hacerse cargo de algo. Convencieron a todos de que ser comunistas era malo, ahora somos capitalistas, pero queremos consumir, tener derecho a una vivienda, a la ropa. Los mismos que dicen que el Estado es culpable de todo y el sector privado es bondad, nos dicen que la inflación la produce el déficit fiscal».
Esta afirmación es la cabal demostración de la confusión ideológica y el completo divorcio con la macroeconomía que funciona en la cabeza de la vicepresidenta y con ella de todos sus seguidores.
Si su país no logra poner la casa en orden en el Estado que administra, deberá seguir emitiendo incontroladamente, la devaluación se acelerará, la fuga de capitales continuará y la pobreza se agravará.
Si su país no entiende que debe alentar la competitividad de sus exportaciones, dejando de apropiarse de los ingresos que produce su riquísima tierra a través de las retenciones, no conseguirá las divisas necesarias para defender su moneda. Si quiere que la sociedad comparta los beneficios que produce el sector agropecuario, tiene el impuesto a la renta que gravará a los más enriquecidos pero no frenará la producción ni restará competitividad como lo hacen las retenciones.
Parece mentira la mala memoria que se tiene. El país pudo recuperar algo de sus equilibros cuando el Ministro Roberto Lavagna entre 2002 y 2005, logró poner la casa en orden después del corralito y la aguda crisis de 2001. Pero tuvo que irse cuando advirtió que el kirchnerismo tenía otros planes y quería utilizar el Estado como base de un poder populista y corrupto, justificando que la inconducta fiscal era inocua y nada tenía que ver con la inflación y los desajustes macroeconómicos.
Incomprensiblemente, porque contaba con un equipo técnico de primera línea, el macrismo fracasó estrepitosamente en mostrar una alternativa viable y de sustento social.
Su incapacidad o sus intereses, le impidieron salir de la telaraña de corporativismo que tiene envuelta a la gobernabilidad del país vecino.
El problema de la Argentina de hoy vuelve a ser el laberinto en que la encierra el kirchnerismo con su anacrónico realismo mágico.