LA RAICES DEL GOLPE MILITAR
La buseca de la discordia
Jorge Leiranes
La buseca, con la que había convidado el matrimonio Vadora a sus amigos, la noche del jueves 24 de julio de 1969, en su residencia de Punta Gorda, no desató la Guerra de Troya -como la Manzana dorada de la Discordia que arrojó la diosa Eris en plena boda de Peleo y Tetis- pero sin duda, fue un mojón fundamental en el desarrollo de los acontecimientos que acabaría con el golpe de Estado, el 9F.
El episodio cobró relevancia al conocerse la identidad de los comensales. El dueño de casa, el por entonces coronel del Ejército Julio César Vadora había decidido agasajar a un grupo de amigos y altos oficiales Superiores de las Fuerzas Armadas, con un estupendo guiso criollo, cuando la noticia llega a la sede policial de San José y Yí, su Jefe el coronel Romeo Zina Fernández -probablemente sugestionado por los antecedentes de algunos de los invitados- decide actuar sin apartarse del principio de legalidad, pero con inusitado rigor.
Por ser el coronel Ramón Trabal el coordinador ejecutivo, le correspondía conducir el operativo policial. Lo cual, ciertamente no era de su agrado, pues sabía a qué se arriesgaba al tener que entrometerse en los túrbidos asuntos de sus compañeros de armas de mayor graduación, pero -como buen profesional, en cumplimiento de sus deberes funcionales- debió acatar la misión que se le había encomendado.
Los nombres de los militares y políticos reunidos esa noche no fueron conocidos en su totalidad. El parte que arrojó el operativo, sólo menciona a ocho oficiales superiores, a saber Ballestrino, Núñez, Ramírez Techera, Spalza, Morales, Álvarez [los dos hermanos] y Vadora [el invitante] sin embargo –ateniéndose, a la cantidad de autos ajenos a la cuadra, se presume que fueron muchos más. Algunos vecinos habrían facilitado el egreso de quienes querían escapar al fichaje policial.
De acuerdo a la versión leída en la Cámara por el diputado Gutiérrez Ruíz -extraída del diario La Prensa de Buenos Aires, en su edición del 30 de junio- a poco de haber comenzado la velada,
“De pronto, una llamada telefónica de un vecino hizo saber a la señora de Vadora que su casa y toda la manzana, estaba rodeada por efectivos policiales, armados con ametralladoras de mano. Los participantes de la reunión creyeron que se trataba de una broma y comentaron risueñamente el aviso. Sin embargo el ladrido de los perros de la vecindad les hizo pensar que realmente ocurría algo extraño en las afueras. Una somera observación permitió al dueño de casa cerciorarse de que hombres uniformados estaban apostados en un terreno baldío lindero y que un individuo trepado a un árbol, intentaba observar los movimientos del interior de su casa. (…) Para cerciorarse de la realidad de los hechos (…) llamó por teléfono a la jefatura de policía pidiendo comunicación urgente con el jefe, coronel Romeo Zina Fernández. (…) Como el llamado del jefe demoraba pidieron comunicación con el “jefe de día”, que era el coronel Ramón Trabal. Este les informó que el procedimiento había sido ordenado por el coronel Zina Fernández; pero que lo único que tenían que hacer era individualizarse y que podían retirarse libremente en el momento en que desearan hacerlo. (…) Pasaron dos horas sin novedades y entonces, ya cerca de la medianoche, los participantes de la cena empezaron a retirarse con variados intervalos. (…) A medida que los oficiales se retiraban y acreditaban su identidad les pedía excusas por haberlos molestado. El dueño de casa a las 8:30 del día siguiente se uniformó para ir a presentar sus quejas al inspector general del ejército. Cuando iba a sacar el coche, una camioneta policial se le atravesó en el camino y le exigieron identificarse pese a vestir uniforme. Mientras estaba en la inspección del ejército, elementos policiales con orden judicial de allanamiento, penetraron en su domicilio. (…) Una investigación realizada por el corresponsal [de La Prensa] (…) le permitió saber que las reuniones de camaradas de armas del coronel Vadora son habituales y que los ocho jefes incluidos en este episodio se manifiestan “legalistas y respetuosos de las Constitución y las leyes, y de los poderes legalmente constituidos”
Al coronel Trabal le valió el patíbulo cadalso
La policía, como en 1946 [cuando la conjura fallida de una treintena de policías y militares encabezados por el coronel retirado Esteban Cristi, padre del general Esteban Rivera Cristi Nichelet, protagonista del golpe del 9 de febrero del 73] había actuado con diligencia, sin desmanes. Aun cuando, amparada en las medidas prontas de seguridad, las autoridades policiales habían procedido con la debida ponderación en defensa del orden institucional.
Sin embargo, en esta ocasión, el comportamiento policial no recibió el reconocimiento unánime del conglomerado político, por el celo institucional demostrado en la ocasión. La bancada de diputados del sector Herrera-Heber del Partido Nacional, en la primera ocasión -el miércoles 2 de julio- presentaría una minuta de comunicación, expresando al Presidente de la República, su “enérgica protesta” por la actuación policial y “la pasividad negligente del Ministerio de Defensa Nacional”.
A continuación, en la exposición de motivos de la referida minuta, los legisladores blancos dicen no vislumbrar la finalidad de tales medidas, “como no sea menoscabar la dignidad de las fuerzas armadas”. Por lo cual, reclaman un pronunciamiento de la Cámara en el sentidos que proponemos”. Entre los firmantes sobresalían Mario Heber, Luis Alberto Salgado, Alberto Gutiérrez Cirimello, Héctor Gutiérrez Ruíz y Walter Santoro.
Comentando el episodio en su libro, La agonía de una Democracia, tiene razón Sanguinetti al señalar que, “En la dirigencia del Partido Nacional –es evidente- se privilegia la filiación blanca como un factor de cercanía; en el gobierno hace rato que se aprendió que lo más importante es la formación del militar y hasta dónde llega su lealtad institucional frente al reciente impulso por desbordar los marcos legales”.
Haber dirigido el operativo, a Ramón Trabal, le valió la desconfianza y permanente actitud de sospecha de algunos generales, que no pararon hasta su confinamiento en París en 1974, como agregado militar, en donde habría de encontrar la muerte, tras un enigmático atentado.
Es así que, la Buseca se convertiría en un capítulo casi alegórico. Una fase más de los ensayos -aunque no la última- de preparación para la puesta en escena del golpe de Estado.
La última, hasta donde se sabe, iba a ser un año después -a mediados de l970- cuando el sector Herrerista del Partido Nacional y la Dirección del MLN-Tupamaros, habrían de celebrar sorprendentes entendimientos -en principio para derrocar al Presidente Pacheco- y posteriormente, para convertir esa relación, en una solapada alianza, con variados y cuantiosos beneficios para las dos partes.