Uruguay 1968–1972: la espiral de violencia entre la guerrilla y el Estado
Miguel Lagrotta
Montevideo, 1968. El país parecía entrar en un túnel sin salida. La economía en recesión, la inflación en ascenso y la conflictividad sindical empujaban al presidente Jorge Pacheco Areco a decretar, el 13 de junio, las Medidas Prontas de Seguridad. Desde ese día, el Uruguay entró en un régimen de excepcionalidad que se prolongaría casi sin interrupción hasta el golpe de Estado de 1973 (Caetano y Rilla, 2005).
1968: EL INICIO DEL CICLO Ese mismo año, el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T) dio su primer golpe de efecto: el secuestro de Ulysses Pereira Reverbel, presidente de UTE. Paralelamente, en las calles, las marchas estudiantiles dejaron un saldo trágico: Líber Arce (14/8), Hugo de los Santos (20/9) y Susana Pintos (21/9), muertos por la represión policial. Como recordaría Real de Azúa, “el Uruguay entraba en un tiempo distinto, el de la violencia como lenguaje político” (Real de Azúa, 1988).
1969: LA TOMA DE PANDO El 8 de octubre de 1969, el MLN copó la ciudad de Pando: bancos, comisarías y locales públicos fueron ocupados en un operativo espectacular. La retirada terminó en enfrentamientos, con muertos en ambos bandos. Para el gobierno, este hecho marcó un punto de no retorno: la subversión había pasado de propaganda armada a operaciones militares urbanas.
1970: LOS SECUESTROS INTERNACIONALES En 1970, el MLN secuestró simultáneamente a tres figuras extranjeras. El asesor estadounidense Dan Mitrione, vinculado al programa OPS de contrainsurgencia, fue ejecutado el 10 de agosto. El cónsul brasileño Aloysio Dias Gomide y el agrónomo norteamericano Claude Fly fueron liberados tras meses de cautiverio. El episodio mostró la dimensión internacional del conflicto y la influencia de la Guerra Fría en Uruguay.
1971: LA FUGA Y LA MUERTE DE BÁEZ El 8 de enero de 1971, fue secuestrado el embajador británico Geoffrey Jackson, liberado recién en septiembre. Pocas semanas después, el 6 de septiembre, se produjo la fuga masiva de 106 tupamaros de Punta Carretas, en una de las operaciones carcelarias más grandes de la historia. El año cerró con un crimen que impactó a la opinión pública: el asesinato del peón Pascasio Báez (21/12), ejecutado tras descubrir una guarida guerrillera. Ante la escalada, Pacheco transfirió la conducción de la seguridad a las Fuerzas Conjuntas, un mando integrado de militares y policías.
1972: EL CLÍMAX El 14 de abril de 1972, el MLN lanzó una serie de atentados coordinados contra presuntos integrantes de los llamados Escuadrones de la Muerte: murieron, entre otros, el exsubsecretario de Interior Armando Acosta y Lara y el capitán Ernesto Motto. El día siguiente, el Parlamento aprobó la declaración de Estado de Guerra Interno. En julio, la Ley 14.068 consolidó el marco represivo, extendiendo la jurisdicción militar sobre los delitos subversivos. En palabras de Aldo Marchesi, “la radicalización simultánea del Estado y de la guerrilla no se entiende sin la Guerra Fría latinoamericana” (Marchesi, 2018).
CONCLUSIÓN Entre 1968 y 1972, el Uruguay transitó un espiral en el que la guerrilla multiplicaba secuestros, atentados y asesinatos, y el Estado respondía con represión, legislación de excepción y creciente militarización. La violencia política, alimentada por las corrientes de la Guerra Fría y las tensiones sociales internas, dejaría cicatrices profundas en la democracia uruguaya.
El conflicto uruguayo de fines de los sesenta y comienzos de los setenta no puede comprenderse sin el contexto latinoamericano y global. La Revolución Cubana de 1959 y la creación de la OLAS en La Habana en 1967 alentaron la idea de la lucha armada como estrategia revolucionaria. Los tupamaros compartieron ese clima de época, aunque optaron por un modelo urbano, distinto del foco rural guevarista.
Del otro lado, Estados Unidos impulsaba programas de asistencia policial a través de la AID. El caso de Dan Mitrione, asesor norteamericano ejecutado en Montevideo en 1970, se transformó en un símbolo de esa injerencia y del choque entre proyectos revolucionarios y contrainsurgentes en el marco de la Guerra Fría.
Los países vecinos también jugaron un papel. Brasil, tras el golpe de 1964, y Argentina, con la dictadura de Onganía desde 1966, desarrollaron redes de cooperación policial y militar con Uruguay. Las llamadas ‘Actas de Bardesio’, difundidas en 1972, revelaron vínculos entre los Escuadrones de la Muerte uruguayos y contactos con aparatos represivos brasileños y argentinos. Estas coordinaciones prefiguraban lo que luego se conocería como Plan Cóndor.
Así, la espiral de violencia en Uruguay se inscribe en una doble dinámica: la radicalización de las izquierdas inspirada por Cuba y la respuesta represiva en sintonía con la doctrina de seguridad nacional promovida en la región.