Política nacional

Cash24

Ricardo Acosta

La radio que nació como proyecto político y terminó rematada al mejor postor. Una venta que dejó a su gente en la calle… y a sus líderes sin palabras. M24 no se cayó: la tiraron. Y la tiraron los mismos que la usaron durante años para dar cátedra de ética, de independencia y de compromiso con los trabajadores. Los mismos que te hablaban de medios populares, de comunicación alternativa, de levantar la voz del pueblo frente al poder. Esos mismos, cuando llegó la hora de poner el cuerpo, desaparecieron como si nunca hubieran existido. La venta de M24 es indecente no por el negocio en sí, sino por lo que revela: la izquierda que se golpea el pecho hablando de solidaridad dejó en la calle a su propia gente sin pestañear. Los discursos sobre “cuidar a los trabajadores” duraron exactamente hasta que la radio dejó de ser útil.

Después, silencio.

Silencio sepulcral.

Silencio cobarde.

Los trabajadores, los mismos que defendieron esa radio cuando nadie la escuchaba, los mismos que hicieron militancia disfrazada de programación, los mismos que pusieron su nombre al servicio de una causa, quedaron mirando cómo los dirigentes que los aplaudían pasaron al modo avión. Ni una explicación, ni un gesto, ni una mínima responsabilidad política.

Y lo peor:

muchos de los que lloran hoy en redes eran los primeros en atacar a cualquier medio que no siguiera la línea del sector.

A otros les exigían ética, transparencia, coherencia.

Hoy, cuando les toca exigirla a los suyos, se hacen los distraídos.

La hipocresía es total. Total.

Porque hay algo que nadie quiere decir, pero es evidente:

si M24 hubiera sido de otro partido, el mismo Frente Amplio estaría en cadena nacional denunciando la pérdida de empleos, la concentración de medios y la entrega a grupos empresariales.

Pedirían marchas, comunicados, paros.

Pero como esta vez los responsables son ellos, la indignación quedó guardadita en un cajón.

Y no hablemos del concepto de “medio popular”:

si un medio depende de un sector político, no es popular, es partidario.

Y cuando un medio partidario decide venderse sin avisarle ni a los que lo sostienen, ni a los que trabajan ahí, ni a los que lo escuchan, no es una decisión empresarial:

es una confesión de fracaso.

Un fracaso ético.

Un fracaso político.

Un fracaso moral.

Algunos hablan de números rojos, de inviabilidad comercial, de que “no se podía más”.

Perfecto.

Pero entonces expliquen por qué el proyecto nunca tuvo un plan serio.

Expliquen por qué la radio estuvo años al borde del abismo mientras los responsables jugaban a ser empresarios sin tener la más mínima idea de cómo gestionar un medio.

Expliquen por qué nadie defendió a sus trabajadores cuando llegó la hora de rendir cuentas.

No hay explicación.

Porque no se trata de plata.

Se trata de convicciones —y de la falta total de ellas.

Lo más triste —o lo más revelador— es que muchos de los despedidos eran militantes que creyeron de verdad.

Que defendieron la bandera.

Que compraron el verso.

Y ahora quedaron tirados en el piso mientras sus jefes políticos se reparten silencios, reuniones privadas y palabras de compromiso que ya no significan nada.

M24 murió como mueren todas las cosas que se sostienen con discurso pero no con hechos:

primero se abandona, después se miente, y al final se vende.

El progresismo que se llena la boca hablando de derechos laborales dejó sin derechos a su propia gente.

El progresismo que denuncia la concentración mediática acaba de fortalecerla.

El progresismo que dice defender a los débiles le soltó la mano a cuarenta familias.

Ese es el verdadero escándalo.

No la venta.

Si no la traición.

Más allá de cualquier ideología, lo verdaderamente importante hoy son las personas.

Los trabajadores que quedaron en la calle no merecían este final, ni este silencio, ni esta improvisación.

Ojalá cada uno encuentre pronto un nuevo rumbo, un proyecto serio y un espacio donde no tenga que pagar con su estabilidad las incoherencias de otros.

Las ideas pueden diferir; la solidaridad con quienes pierden su sustento, no.

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