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Algo olía a podrido en los 70

Fátima Barrutta

El título alude a un verso famoso del «Hamlet» de Shakespeare: «algo huele a podrido en Dinamarca», dice uno de los personajes secundarios, aludiendo a la descomposición moral de su país.

La violenta metáfora suele citarse cada vez que salen a la luz desviaciones éticas en una sociedad aparentemente honesta y pacífica.

Podemos extrapolarla de su origen literario y traerla a Uruguay, cuando echamos un vistazo a los archivos de la dictadura hallados en el Ministerio de Defensa Nacional, que el ministro Javier García ha publicado en los últimos días, para conocimiento público.

Sí, algo olía a podrido en las décadas del 60 y 70 del siglo pasado, aún antes del infausto 27 de junio de 1973 en que las Fuerzas Armadas barrieron con la constitución.

Los documentos descubiertos en una caja, dentro del Ministerio, ponen de manifiesto las trágicas contradicciones de esos tiempos.

Informes escritos por el MLN de la época deploran la represión policial a la insólita «toma de Pando» del 8 de octubre de 1969, una aventura demencial emprendida por los tupamaros, a modo de homenaje al Che Guevara, en el segundo aniversario de su muerte.

La crónica tupamara de ese acontecimiento muestra la paradoja de un grupo terrorista que entra a sangre y fuego a una pequeña ciudad de un país que vivía en democracia, pero que se queja de la violencia ejercida por la policía en su defensa, en un juego victimista que parece olvidar que la agresión fue provocada por ellos, por el MLN.

La crónica no ahorra detalles execrables, como la muerte de Daniel Burgueño, una persona que nada tenía que ver con el ataque y que simplemente esperaba un ómnibus, siendo asesinado por una bala perdida. O la supuesta ejecución de tupamaros que se habían rendido.

Lo más terrible es confrontar esos sucesos trágicos con la descripción que José Mujica hizo de la toma de Pando en la reciente película de Kusturica: allí dice, riendo, que no pasó nada y que al rato estaban todos tomando cerveza.

Pero en el archivo apareció mucho más. Un panfleto tupamaro que dice, en grandes letras, que «nunca es más igual un hombre a una mujer, que detrás de una pistola 45», y una no puede menos que recordar otra de las declaraciones recientes de Mujica, cuando dijo en esa misma película que para él no había nada más lindo que entrar a un banco con una 45…

Por ahí aparecen también condenas a muerte a distintos integrantes de la organización subversiva y no falta un carta de un grupo revolucionario que se declara admirador de los comunicados 4 y 7 de las Fuerzas Armadas, esa insubordinación militar al poder político que casi toda la izquierda apoyó irresponsablemente (con la honrosa excepción de Carlos Quijano), allanando el camino para que aquellas perpetraran el golpe de estado. Esos revolucionarios de pacotilla le piden a la dictadura, unos meses después de establecida, que haga los cambios revolucionarios prometidas allí…

Otro documento provoca estupefacción: está firmado por el tristemente célebre Gregorio Álvarez y da cuenta de una pormenorizada descripción de una treintena de integrantes del MLN: el autor de la confesión tan explícita y detallada fue nada menos que Eleuterio Fernández Huidobro… (El periodista Leonardo Haberkorn hizo notar que ese documento ya había sido publicado en 2009 por un semanario llamado Tiempos del Sur, y recogido en el libro sobre el líder tupamaro y ex ministro de Defensa, escrito por María Urruzola).

Es muy triste leer páginas y páginas de esa furiosa lógica binaria: tupamaros antidemócratas y sus represores también antidemócratas, que pintan una realidad distorsionada, en blanco y negro, despreciando que vivían en un país libre cuya situación, si bien complicada por una crisis económica, no justificaba en absoluto esas prácticas violentas de uno y otro bando.

Cuánto dolor innecesario.

Cuántas pérdidas de vidas jóvenes, adolescentes casi, que debían estar estudiando en lugar de ser usados como carne de cañón por ideales revolucionarios mentirosos.

Tristes peones de una guerra fría que nada tenía que ver con la lucha por la justicia social y que desembocó en la pérdida de libertad y el autoritarismo.

En ese contexto, debe aplaudirse al gobierno por hacer público ese archivo, sobre todo en contraste con la administración anterior, que homologó un informe donde se denunciaba un gravísimo crimen del ex militar Gavazzo, sin haberlo leído.

En un juego de contradicciones similar al que usaban los tupamaros, ahora muchos de sus continuadores critican la publicación de los documentos, como si con ello el gobierno quisiera atenuar los efectos de la movida del próximo 20 de mayo, en reclamo de verdad y justicia por los delitos de lesa humanidad perpetrados por la dictadura.

Son increíbles: si el gobierno no brinda información, lo acusan de ocultar la verdad. Si la da, publicándola para que todos los uruguayos la puedan leer, se lo acusa igual.

Una acusación paradójica, la de pretender eclipsar una manifestación pública contra la dictadura, cuando lo que el gobierno difunde son documentos que develan el objetable proceder de esa misma dictadura.

El nivel de irracionalidad a que llegan algunos voceros del Frente Amplio da para esta paradoja y otras aún peores.

Es interesante entrar en el mundo deprimente de esos documentos que acaban de publicarse.

Muestran la tristeza de un país agredido por una guerra interna que nada tenía que ver con su realidad social y mucho con el conflicto de laboratorio entre dos ideologías que entonces tensionaba al mundo.

Leerlos sirve para reflexionar en cuánto de esa misma intolerancia campea hoy en un país que atraviesa otra crisis, la sanitaria, con sus inevitables consecuencias sociales y económicas.

Y cuánto daño nos hace la guerra de eslóganes, que necesariamente deberíamos sustituir por la libre y respetuosa confrontación de ideas.

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