Historia

Ansina: el mito, la verdad histórica y el monumento

Jorge Nelson Chagas

Lo veía venir…  Ayer un amigo que leyó mi nota  sobre la concreción del monumento a Ansina, me preguntó muy intrigado. ¿Pero Ansina ya no tiene su monumento en Tres Cruces?  Me contó que siendo escolar asistió a un acto oficial en ese lugar, donde se homenajeó a Ansina e incluso hizo uso de la palabra una persona de raza negra. No recordaba su nombre, pero sí el tono inflamado de su discurso. (Sospecho que por su descripción pudo haber sido el legendario Manuel Villa)

Mi respuesta fue: “Es una larga historia”. Pero soy consciente que muchísimas personas en este país ignoran la cuestión o bien, tienen detalles históricos parciales sobre la vida de Ansina.

Tal vez debamos comenzar por el principio. Y…¿cuál fue el principio de una larga serie de confusiones históricas que no nos permitieron comprender correctamente el papel que jugó este personaje en la gesta artiguista?

Acaso todo se inició cuando   el 1º de julio de 1846 en el diario El Constitucional de Montevideo que dirigía Isidoro de María,  cuya hermana María Josefa de María fue la esposa de José María Artigas Villagrán, el único hijo legítimo del prócer José Gervasio Artigas. El artículo estaba firmado por “Un Oriental” – presumiblemente era José María Artigas, hijo del prócer, quien lo había visitado aquel año.

El texto afirmaba: “La desgracia tiene, a pesar de todo, sus amigos leales e invariables; y ¡cuántas veces el hombre de más oscura condición, ofrece a los demás pruebas inequívocas de esa amistad sincera y consecuente cuyos vínculos no rompen ni disuelven los tiempos ni los infortunios! Así Artigas conserva a su lado a un anciano Lenzina que le acompaña desde su emigración y con quien comparte el pan de la hospitalidad como hermano”.

Por otro lado, Isidoro de María escribió la primera obra de largo aliento sobre Artigas, cuando se desempeñaba como cónsul en Gualeguaychú (Entre Ríos) titulada “Vida del Brigadier General D. José Gervasio Artigas, fundador de la nacionalidad oriental” (1860). Allí narra el momento crucial cuando el héroe patrio decide pedir asilo al dictador Francia en Paraguay: “Una noche rodeado de sus más leales y constantes compañeros, les revela su última y heroica resolución, –pedir al Paraguay un asilo, dando un adiós a la Patria. Ansina, su buen Ansina, es el primero que puesto en pie le responde, “mi General, yo lo seguiré aunque sea hasta el fin del mundo”. 

De acuerdo con el profesor Alejandro Gortázar el romanticismo de fines del siglo XIX aprovechó y usó este relato, adaptándolo  a su sensibilidad. Hay por lo menos dos ejemplos de esto: el relato de Timoteo (Washington P. Bermúdez) contenido en su Baturrillo uruguayo (1885) y en el poema “La muerte de Artigas” (1891) de Manuel Bernárdez.

En el libro de Justo Maeso “El general Artigas y su época” (1885) se refiere al “fiel negro Martínez”, como el hombre de confianza del prócer que lo acompaño hasta su lecho de muerte. 

Y esto agregó más confusión al problema de la identidad del personaje histórico.

En octubre de 1885  una delegación militar y diplomática enviada por el gobierno del general Máximo Santos –la “misión Tajes”– llegó a Asunción, capital del Paraguay, para devolver los trofeos de la guerra de la Triple Alianza. Durante ese acto se presentó un anciano que había acompañado a Artigas en el exilio. No era  Ansina, ni Martínez. Se llamaba Manuel Antonio Ledesma.

De acuerdo con los datos biográficos obtenidos había nacido en 1797, combatió con las fuerzas artiguistas,  fue separado del prócer en Itapuá luego que éste, en 1820, llegó a Paraguay. Fue enviado por el gobierno paraguayo – que dispersa a los soldados fieles de Artigas –  a Guarambare con otros compañeros. En ese pueblo, se casó con doña Juliana Pretes con la cual tuvo  cinco hijos, dos varones, que murieron luchando en el bando paraguayo en la Guerra de la Triple Alianza,  y tres mujeres. Fue una figura respetada en su nuevo hogar, donde llegó a ser Celador Corregidor en 1850. Ledesma fue fotografiado en esa oportunidad y moriría  el 23 de febrero de 1887

Sin embargo, la cuestión de Ledesma no fue un tema relevante hasta que  el periodista, diplomático y editor  Manuel Bernárdez en 1891 solicitó la repatriación de los restos. Hubo diferentes emprendimientos para realizar esta tarea. En  1919 la Liga Patriótica de la Juventud le pidió al Ministro de Instrucción Pública, Rodolfo Mezzera, que iniciara las gestiones para ubicar los restos del “fiel asistente de nuestro gran Artigas” en Paraguay. La Liga pretendía reparar una “deuda nacional” y cumplir con la presunta voluntad del asistente Ansina que deseaba que sus restos mortales descansaran en su tierra natal. El ministro encargó a la Federación de Estudiantes paraguayos la investigación.

La iniciativa no prosperó hasta 1925, año en el que el diplomático uruguayo Agustín Carrón reabrió la causa creando el “Comité Ansina” en la localidad de Guarambaré, en la que había vivido Manuel Antonio Ledesma. La imagen borrosa de Ansina llegaba finalmente a concretarse y sus restos fueron identificados.

Sin embargo, en 1926 el parlamento solicitó asesoramiento al Instituto Histórico y Geográfico. El Dr. Felipe Ferreiro en un largo y documentado alegato, publicado por el Instituto, desacreditó la tesis de que Ledesma fuera el famoso Ansina. El asunto volvió a su punto inicial.

En el periódico La Vanguardia que editaba un grupo de intelectuales de raza negra en los años ’20 – los directores eran el Dr. Salvador Betervide e Isabelino José Gares se planteó las dudas que existían en la época sobre si Ledesma era realmente Ansina. Para el colectivo afrouruguayo la figura de este soldado artiguista poseía un fuerte simbolismo. Nada más ni nada menos significaba que un miembro del colectivo tuvo una estrecha cercanía con el máximo prócer de la Patria. Los negros no sólo habían combatido con coraje en la epopeya emancipadora, sino que nunca traicionaron a Artigas ni lo abandonaron en su desgracia.

Ansina – más allá de las confusiones o dudas sobre su identidad- representaba un elemento de autoestima y orgullo.

No deja de ser sugestivo que los intelectuales uruguayos negros de entonces ya cuestionaban la imagen de Ansina como un simple cebador de mate del prócer,

Ansina y el cebador de mate

Pero…  ¿dónde había surgido exactamente la idea de Ansina como «cebador de mate» del prócer ?

Posiblemente la imagen de Ansina como “cebador de mate” de Artigas surja del retrato  pintado por Pedro Blanes Viale de 1919, donde al lado del Prócer, que está dictando órdenes a su secretario José Monterroso en el campamento de Purificación,  se observa a un hombre negro inclinado cebando un mate.   

Acá hay un tema interesante. El arte habría tomado forma de verdad histórica (no sería la única vez que esto ocurre). De hecho Juan Manuel Blanes creó, por medio de la pintura, una fuerte simbología patriótica en momentos que se consolidaba el Estado uruguayo y Artigas asumía la categoría de Prócer máximo. En su pintura que retrata el desembarco de los Treinta y Tres Orientales en la playa de la Agraciada, prácticamente invisibiliza a los dos soldados negros – Dionisio Oribe y Manuel Artigas- que participaron en la denominada Cruzada Libertadora.   

Las razones de Blanes para ello son fáciles de comprender. Quienes construyeron las bases de la nacionalidad uruguaya volcaron sus prejuicios raciales – prejuicios raciales de  época que predominaban a nivel mundial –   en esa obra monumental de darnos una identidad nacional, que abarcó la historia y las artes. Pero, aun así, en Uruguay las cosas siempre son un poco más complicadas.  En el caso particular de Ansina no lo negaron,  sino que lo colocaron en un papel de “sirviente leal”, algo que no implicaba, necesariamente, un menosprecio. Obsérvese, tomando un sólo ejemplo, que en el poema “La muerte de Artigas” (1891) de Manuel Bernárdez, en la hora final del héroe ahí está Ansina inmune a las penalidades vividas, acompañándolo.

Por otro lado, si no era más que un simple “sirviente fiel”, ¿por qué hubo tanta preocupación a nivel de la sociedad y del gobierno, por saber quien era realmente y repatriar sus restos?, ¿por qué simplemente no se le olvidó? Estamos aquí ante una de las típicas contradicciones uruguayas, ese racismo tan particular que no deja de tener ciertos rasgos irónicos. De hecho, Uruguay fue muchísimo más adelantando que EE.UU. en incorporar a los negros al deporte nacional y, un punto nada menor, en tener una igualación ciudadana absoluta: a nadie se le impidió votar por el color de su piel. 

Al margen de esto, la confusión entre Ledesma/Ansina se saldó por la acción de Mario Petillo, Inspector de Instrucción Primaria del Ejército, que en 1936 volvió a plantear la repatriación. A través de una argumentación que no tenía bases documentales muy sólidas,  consiguió que los restos de Ledesma fueran traídos al Uruguay y colocados en el Panteón Nacional. Petillo había iniciado la investigación en el Ejército con el pretexto de conmemorar el “Día del Soldado”. En 1937 publicó el libro “El Último Soldado Artiguista. Manuel Antonio Ledesma” y este proceso termina con el reconocimiento oficial de o Ledesma como el sujeto tras el apodo de Ansina, y con la inauguración del monumento el 18 de mayo de 1943 en la Plaza de la Democracia, sobre un basamento de granito gris martelinado. (El escultor José Belloni usó como modelo la foto de Ledesma del año 1885).  La calle Particulares, en el barrio Reus al Sur, fue renombrada Ansina y en el acto hizo uso de la palabra el Dr. Francisco Rondeau, el primer abogado negro del Uruguay. 

No pocos historiadores militares conocían el informe del Dr. Felipe Ferreiro demostrando que Ledesma no era Ansina, pero existía un aspecto simbólico para el mundo castrense- donde las tradiciones son fuertísimas- muchísimo más importante que la identidad en sí misma: la lealtad. Ese es uno de los valores sagrados – como el honor o la obediencia – para el Ejército. Fuera quién fuera Ansina había cumplido hasta el final con su deber de soldado. En 1950 en ocasión de la conmemoración de los cien años de la muerte de Artigas, el Ejército publicó un folleto al respecto, donde reivindicó ese papel.

Pero es cierto que, en el imaginario colectivo, quedó fijada la imagen del “Ansina cebador”. En 1967 el Correo Uruguayo emitió un sello que lo muestra con el mate en la mano, en Sarandí Grande se inauguró un monumento donde Artigas está sentado con un mate y Ansina parece ir hacia él con una caldera en la mano  y no hace mucho tiempo atrás – si mal no me equivoco en ocasión de los 150 años de la muerte del Prócer – en un aviso televisivo de una marca de yerba, el actor que protagonizaba a Ansina le cebaba un mate al que representaba a Artigas.   

Y esta historia de confusiones de identidad y papel de Ansina en la gesta artiguista tuvo otras ramificaciones…

Compartir

Deja una respuesta