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Biblioteca cerrada & Democracia distraída

Luis Marcelo Pérez

Es desconcertante. Hace doce días se anunció el cierre de la Biblioteca Nacional —nuestra primera institución pública, previa a nuestra existencia como Estado independiente — y si bien tuvo su resonancia y su eco institucional, de inmediato, se emulsionó. En el Parlamento, apenas algún comentario lateral. Desde la ciudadanía, predominó un silencio espeso, más inquietante que el anuncio mismo. ¿Cómo puede ser que una decisión de este calibre pase sin mayor debate, sin informes técnicos, sin comparecencias públicas rigurosas, sin una profunda investigación periodística?

Claro que la Biblioteca Nacional necesita ser repensada. Nadie discute que el edificio tiene limitaciones estructurales importantes. Cuando Luis Crespi lo diseñó en los años cuarenta, se olvidó —nada menos— de prever un depósito para diarios, lo cual dice mucho de una concepción arquitectónica centrada más en la monumentalidad del estilo neoclásico que en la funcionalidad. Hoy, las bibliotecas del siglo XXI deben ser otra cosa: espacios vivos, con luz natural, grandes ventanales, accesibles, flexibles, pensados para múltiples soportes y múltiples formas de lectura y encuentro, donde se integre tradición y contemporaneidad. Necesitamos una biblioteca multimodal, conectada con la ciudad, con el territorio y con los desafíos contemporáneos de la información, el pensamiento crítico y de atracción para las nuevas generaciones.

Pero una cosa es proyectar una renovación seria, planificada, participativa. Y otra muy distinta es cerrarla de facto sin un plan claro, sin diálogo amplio ni garantías y sin fundamentos técnicos publicados. La directora Rocío Schiappapietra habló mucho, es cierto, pero sin ofrecer un solo informe verificable. El ministro José Carlos Mahía acompañó esa retórica con énfasis comunicacional, pero sin respaldo documental ni calendario de ejecución. Lo que queda es la sensación de una jugada de impacto: un movimiento más orientado a la prensa que a la ciudadanía, más pensado como efecto que como proceso. El patrimonio nacional merece más que un golpe de efecto, actos serios y responsables.

Ahora bien, sería injusto no mencionar que, una vez que la noticia fue difundida por la prensa el pasado 26 de mayo, comenzaron a oírse voces críticas desde diversos sectores políticos. Incluso el senador frenteamplista Felipe Carballo denunció públicamente el hecho, solicitando explicaciones al Poder Ejecutivo. También hubo un pronunciamiento significativo por parte de la Facultad de Información y Comunicación (FIC), que incluye las licenciaturas en Bibliotecología y Archivología, indicando que presentará un plan de gestión alternativa para la Biblioteca Nacional en un plazo de un mes. Son respuestas valiosas, pero aún aisladas, muy fragmentadas y básicamente insuficientes.

Lo que se necesita con urgencia es una convocatoria real a todos los sectores políticos, sociales y culturales, con voluntad de diálogo y compromiso institucional auténtico. La Biblioteca Nacional no puede convertirse en un rehén de intereses partidarios, ni ideológicos y mucho menos, un trofeo comunicacional. Este es un tema de política pública de largo plazo, que exige mirar más allá del ciclo electoral o de la lógica del impacto.

¿Dónde están los foros abiertos en las redes? ¿Dónde las audiencias públicas, los debates, las consultas a las universidades, a los colectivos de trabajadores de la cultura, a las redes de bibliotecas, a los municipios, a las escuelas y liceos que podrían enriquecer la discusión con propuestas concretas? La ausencia de una política cultural participativa se siente con fuerza en este caso. ¿Dónde está la ciudadanía comprometida, analítica y presente?

Quizá esta sea una oportunidad para algo más grande: para repensar la política cultural en clave democrática y participativa. Para volver a creer que lo público nos pertenece, que las decisiones que nos afectan deben ser compartidas, no impuestas. Para que la Biblioteca Nacional no sea un edificio cerrado, sino una puerta abierta a la historia, al presente y al futuro.

Tal vez aún estemos a tiempo. Pero eso dependerá de si transformamos este episodio en un punto de inflexión. De si nos animamos a dejar de ser espectadores y empezamos a ser protagonistas. Porque no se trata solo de que no se habló lo suficiente. Se trata de que no se escuchó lo fundamental. Y eso, en democracia, es siempre una señal de alerta.

(*) Periodista y poeta. Prosecretario Nacional de Cultura del Partido Colorado. Diputado (S) por Montevideo (2025-2030)

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