Política Internacional

Contraposición caprichosa

Ricardo J. Lombardo

Caprichosamente, los defensores del régimen cubano han planteado la dicotomía con relación a China, interpelando por qué el gobierno de nuestro país era tan condenatorio hacia la dictadura de la isla y se ha mostrado tan cercano hacia el de China también conducido por un gobierno autoritario.

En lo personal, quiero dejar bien claro mi total rechazo hacia cualquier dictadura, sea cubana, china, árabe saudí o lo que sea.

Cuando se habla de derechos humanos, libertades, república y democracia, pongo en la misma categoría a Hitler, Mussolini, Stalin, Mao, Fidel Castro, Pinochet, Pol Pot, Cesusescu, Franco, Maduro, Videla o al Goyo Álvarez.

Los condeno a todos por igual.

Pero cuando se habla de economía, hay diferencias muy grandes entre los procesos y el éxito de los diferentes regímenes.

La Unión Sovietica, la China de Mao, la Venezuela del chavismo, la Cuba de Fidel, la España de Franco, la Alemania Oriental, o la Argentina de Videla, han mostrado fracasos estrepitosos que, además de los sometimientos propios de regímenes autoritarios, han provocado miserias a sus pueblos y la constitución de oligarquías derivadas de la concentración de poder.

La China refundada por Deng en 1978, ha ido reconvirtiéndose a su propio ritmo incorporando paulatinamente aperturas a la movilidad del capital y a manifestaciones culturales.

Todo esto ha ido haciendo crecer una clase media cada vez más fortalecida y a la creación de una clase trabajadora más consciente.

Uno espera que este proceso vaya abriendo con los años, en la dimensión china, mayores espacios de libertad o la constitución de sindicatos independientes.

China aún es una dictadura fuertemente censurable, pero parece dirigirse a una sociedad más equilibrada donde, enancados en las mejoras económicas, se logren los contrapesos necesarios a ese régimen autoritario.

Cuba, en cambio, culminó un proceso de elaboración de una nueva constitución con la promesa de la apertura, pero todo terminó en un fiasco y, a la manera gatopardezca, todo cambió un poco para que todo quedara como estaba.

No existe dictadura buena.

Ambos regímenes autoritarios son fuertemente condenables. Pero uno va mostrando signos de apertura conscientemente planificados desde 1978 y el otro un inmovilismo exasperante.

Por eso la comparación es solamente un ejercicio dialéctico caprichoso, que curiosamente coincide con el que se formula desde la Embajada de Estados Unidos.

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