De ciclovías y peatonales
Leonardo Guzmán
No hace falta ser técnico vial para darse cuenta de que para Montevideo y Ciudad de la Costa es más importante y ayudará a mucha más gente, un tranvía rápido que una ciclovía.
En la opción de implantar uno u otra en 18 de Julio, el interés general impone elegir el tren, que acaso pueda ser subterráneo desde la Ciudad Vieja hasta Ejido, donde la avenida se ensancha hasta terminar en el Obelisco.
Desde hace años hay una constatación ilevantable: las ciclovías no hicieron de Montevideo una capital ciclista. Pasan horas sin una sola bicicleta. Estrechan inútilmente la calzada en calles como Misiones o Rincón, muchas veces atestadas por vehículos de gente que las recorre por trabajo. Lo cual parece confirmar que la inspiración -calidad Cosse- para entorpecer el tránsito en la “principal avenida” surge de la moda de separar minorías para adularles una supuesta supremacía. A falta de ideas generales y para todos, enardecer a tal o cual “colectivo” es más fácil que ocuparse de erradicar la mugre y las veredas rotas que avergüenzan a nuestras calles: se queda cumplido con importunar el tránsito vehicular con vallas férreas, sin respeto alguno por los conductores, como se volvió a hacer el viernes pasado en todo el Centro y gran parte de la Aguada.
Si la señora Intendente quisiera ocuparse de la salud del ciclismo, debería empezar por aplicar la normativa del Digesto Municipal que manda que los pedaleros circulen en la dirección del tránsito (no a contramano) y que respeten los semáforos, reparando en que esas dos reglas básicas se violan sin que su ejército de inspectores haga nada. La normativa también impone que los peatones crucen en las esquinas y respeten los colores simbólicos de los semáforos. Sin embargo, todo automovilista está condenado a manejar esquivando infractores a pie, porque la Intendencia multa al conductor pero al peatón ni lo sanciona ni lo educa. La iniciativa de armar una ciclovía en 18 de Julio se incuba en esa matriz de incuria sustancial.
De ella nacieron experimentos de años recientes, tales como “amueblar” la Plaza Zabala, donde primero se gastó una millonada y después se retiró gran parte de lo hecho, sin restituir los espacios de parking perdidos en la fracasada intentona.
Y de ella brotó también el zafarrancho que tiene inutilizada a la calle Rincón por las obras -a cielo abierto y esquinas cerradas- con las cuales se la angosta para darle estatuto de peatonal, olvidando que nunca fue paseo y que siempre fue arteria de salida para gente que trabaja y lucha.
El conjunto se inscribe en una absoluta falta de consideración por el automovilista. Ejemplo mayúsculo -no único- es que hace años dejó de venderse el estacionamiento mensual. ¿Resultado? Desde la península al Cordón se lo condena a vivir pendiente del parking, en régimen de trabajo interruptus, so pena de que por $ 48 de hora omitida lo multen -lo afanen- por valor de 2 UR = $ 3.241,82, es decir 67 veces más.
Esta serie de colmos retrata un modo de gestión simbolizado por colgar un resignado “Montevideo mi casa” y soterrar el levantisco escudo oficial que nos mandata: “Con libertad ni ofendo ni temo”. Se puede ser de izquierda o de derecha, en la discutible clasificación que (mal) importamos de otros lares. Pero, desde cualquier tienda, lo que no se puede es ser indiferente a atropellos de esta laya, que ya duran un tercio de siglo.