De Cuarentenas y Salvadores
Nicolás Martínez
Como en cada nueva columna, queda en evidencia mi gusto por citar a determinados autores para traer a colación, una reflexión determinada. A veces una sola frase, puede ser contenedora de muchísimas enseñanzas en las diferentes claves de interpretación y, además, es una excelentísima disparadora de preguntas, preguntas que surgen hacia el autor, hacia nosotros y hacia el contexto que habitamos. Al hablar de habitar, no me limito semánticamente a una limitante espacial, sino que me abro hacia horizonte conceptual de la misma, es decir, desde habitar un lugar determinado en el tiempo hasta habitar una idea, un concepto, un dogma.
Hace muchísimos años atrás, según cuenta la documentación historiográfica, hubo un señor que, mediante un proceso de autocrítica, realizó una serie de señalizaciones referentes a los errores o peligros en los que suele caer muchas veces la izquierda. A propósito de esto, enfatizó que: “… las deficiencias que tan a menudo aquejan a los grupos socialistas: el dogmatismo y el sectarismo”. En una primera impresión y tras la lectura de la cita señalada, el lector podrá pensar a modo intuitivo que el autor de tamaña acusación será sin ninguna duda un conservador o un liberal a ultranza, razonamiento válido pero equivocado. El autor no es mas ni menos que Vladímir Ilich Uliánov, mejor conocido por Lenin, el otrora líder del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, portavoz de la Revolución de Octubre y máximo dirigente de la URSS.
Me parece muy interesante lo señalado por Lenin si consideramos con honestidad intelectual que estamos transitando tiempos en los que está en constante discusión pública, los caminos y recetas a seguir precisamente, para enfrentar la emergencia sanitaria que nos aqueja desde inicios del pasado año. De un lado y del otro del mostrador nos hemos acostumbrado a oír defensores y detractores de una u otra posición, algunas veces con razones fundamentadas, y otras veces, con meros reproches maniqueos desde un sitial de dogma y sectarismo.
Evidentemente cada uno de nosotros, como seres pensantes, somos portadores de ideas, opiniones y creencias, las que en buena medida nos definen y nos atraviesan como personas. Cada una de nuestras ideas son las que, en definitiva, condicionan nuestro accionar diario, nuestra manera de ver y de percibir el mundo. Por tanto, percibimos solo una parte de la realidad, una realidad construida y proyectada a nuestro antojo, que es funcional a nuestros intereses, a nuestra ideología y a nuestra divisa.
¿Qué pretendo decir con esto? Que no somos poseedores de verdades absolutas, sino por el contrario, que cada uno de nosotros entendemos e interpretamos el mundo desde una cosmovisión particular y subjetiva. El lector bien sabrá, que, desde hace algún tiempo, los autoproclamados salvadores, han estado recitando dogmáticamente sus epifanías divinas y sus revelaciones mesiánicas de como se deben hacer las cosas, de como se deben pensar las cosas y, sobre todo, como se debe interpretar la realidad.
En este sentido, siempre suelo desconfiar de los relatos construidos por los iluminados, porque, en definitiva, hay un sesgo oculto de totalitarismo en su interior, un deseo camuflado de implementar una forma especifica de ver y hacer las cosas, que según ellos es la mejor y la única que debe primar por encima de todas las otras; las que están erradas y equivocadas, aunque el tiempo demuestre lo contrario.
Hace cuestión de unas pocas semanas, tomó estado público un pedido por parte de la OMS a los distintos lideres mundiales, llamando a evitar el confinamiento como medida preventiva contra el Covid-19. David Navarro, representante de la Organización Mundial de la Salud en Europa, señaló que este tipo de medidas pueden generar un efecto negativo en la vida de las personas, alegando que este tipo de iniciativas “solo tienen una consecuencia que nunca hay que menospreciar y es hacer que la gente pobre sea mucho más pobre”, afirmando a su vez que “Nosotros, en la Organización Mundial de la Salud, no abogamos por los encierros como el principal medio de control de este virus”.
Por otro lado, una reciente investigación en la Universidad de Sydney concluye que las medidas de confinamiento pueden repercutir en la sociedad con una pérdida de hasta cinco años en la productividad, como así también, un deterioro en la salud mental de las personas. Tedros Ghebreyesus, director general de la OMS, sostuvo también ante las nuevas evidencias científicas, que el confinamiento no es una medida del todo efectiva, declarando que “No necesitamos elegir entre vidas y medios de subsistencia, o entre la salud y la economía. Esa es una falsa elección”.
Navarro, en una entrevista a The Spectator, apuntó que “Ya el 10% de la población ha sido expuesta al virus y hay un 90% susceptible a hacerlo, así que tenemos que aprender a convivir con el virus sin la constante clausura de la economía” y añadió “pero al mismo tiempo que no esté asociado a altos niveles de sufrimiento y muerte, sino hacer lo que llamamos el camino medio, que es controlar el virus mientras avanza la vida social y económica”.
Respecto al confinamiento, fue enfático en señalar que “el único momento en que creemos que un confinamiento está justificado es para ganar tiempo para reorganizar, reagrupar y rebalancear tus recursos, así como proteger a tus trabajadores sanitarios que están exhaustos”. Ghebreyesus, en consonancia con el mensaje de Navarro advierte que “Necesitamos alcanzar una situación sostenible donde tengamos un adecuado control de este virus sin cerrar nuestras vidas enteramente o tambalearnos de confinamiento a confinamiento, lo cual tiene un inmenso impacto en detrimento de las sociedades”.
Es también de público conocimiento, la Declaración de Great Barrington, documento presentado en octubre del pasado año con el respaldo de 400 mil ciudadanos, 23 mil médicos y 9 mil científicos, exigiendo el fin del confinamiento como medida para enfrentar la emergencia sanitaria.
Dicho esto, queda echado por tierra, o al menos hasta el momento, que el confinamiento como piden muchos detractores del gobierno, no es la medida más adecuada, y lo es peor aún más, si tomamos en cuenta las restricciones hacia la libertad que ello conlleva, al derecho de desarrollo y de elección de un proyecto vital por parte de cada individuo.
Evidentemente en tiempos de polarización y de calculo electoral, gritar como desaforado y dinamitar los puentes siempre es redituable para los miserables devenidos en políticos. Ya lo decía Vaz Ferreira, que no debemos caer en falsas posiciones, en esos discursos que se venden como dicotómicos e irreconciliables, cuando, por el contrario, debemos dialogar y encontrar los puntos en común. El encuentro con el otro es la clave, el encuentro con otras ideas, con otras visiones, con otros pensares.
Más que nunca, es necesario despojarse de las vestiduras dogmáticas y sectarias, establecer juntos un proceso sincero de autocrítica, de diálogo nacional y de carácter responsable por parte de la sociedad, políticos, científicos y movimientos sociales. Es momento de marcar agenda y generar propuestas, de señalar y condenar las radicalizaciones que tanto daño le hacen a la República. Ya lo decía Lenin, que la crítica y la autocrítica son las fuerzas motrices del desarrollo de la sociedad.
Quizás, lo más importante es formular la pregunta indicada ¿Cómo conciliar lados que parecen inconciliables? Quizás, despojándonos de nuestros prejuicios y convicciones, abriendo nuestra mente y escuchando con el corazón.