¡Arriba Corazones!
El overo rosado de don frutos. Un día como hoy
Manuel Flores Mora
Nota publicada en «El Día», 29 de diciembre de 1978
«¡Cosas de llorar!”, que diría el mismo Rivera. Pero es un hecho que la gente nace y ama el Suelo en que nace. ¡Qué pena que no sepa, cada día, las cosas que pasaron sobre ese suelo, el sufrimiento y la vida que la cubren, las hazañas que lo hicieron posible! La República es independiente y libre desde l830. Pero nueve años después, en Cagancha, Fructuoso Rivera afirmó esa independencia deshaciendo a lanzazos un ejército numéricamente dos veces más grande que el suyo, enviado por Juan Manuel de Rosas. Trataremos de hacerlo, aunque no alcanza una nota para contarlo.
ECHAGUE Y LA INVASION
En su libro sobre Rivera, Carlos H. Freire establece el tamaño de ambos ejércitos. 7.500 hombres al mando del General Pascual Echagüe; 3.000 los orientales de Don Frutos. Echagüe, de legendaria crueldad, venía de vencer en Pago Largo a nuestros aliados correntinos. Allí murió Berón de Estrada, caudillo de Corrientes, y allí, tras el degüello de 800 correntinos rendidos, al cadáver de Berón de Estrada se le cortaron lonjas de piel de la espalda para hacer una manea y enviarla de regalo a Rosas, Ese era Echagüe, con su aureola fatídica. Precedida por la proyección sombría de su ferocidad, la noticia llegó a Montevideo: en junio, el ejército rosista había cruzado el río Uruguay y avanzaba sobre el país recién nacido. Escribirlo es fácil. Ubicarse en el pánico que produjo la mala nueva, no es lo mismo. Recordemos sólo que hubo Departamentos enteros, como Durazno, donde sólo permanecieron tres o cuatro familias, El resto de la población Se replegaba sobre Montevideo, que ya no tenía murallas.
El Presidente de la Republica, Fructuoso Rivera, firmó la llamada general de la nación hacia las armas, Todo hombre entre 15 y 50 años debía empuñarlas. Esta guerra es defensiva, dice el manifiesto de Rivera. No es contra el pueblo argentino. Es contra el tirano. No es contra la paz. Es para asegurarla. Pero veníamos de casi 30 años de guerra continua, y, diezmada por las hecatombes a manos portuguesas, devastada por las luchas que llevaron a la independencia y por las revoluciones posteriores, la población viril del Uruguay tenía, como los icebergs, la séptima parte sobre la superficie. El resto yacía bajo tierra. No se pudieron juntar ni cuatro mil hombres siquiera.
LA GAMBETA POR MESES
Rivera salió al campo y, como los rusos contra Napoleón, hizo del invierno un aliado, para marear a los invasores en el ajedrez de las cuchillas y de los ríos crecidos, de los tiempos de temporal y de las picadas por donde el ejército se escurría. De Rocha a Bella Unión, desde Melo a Colonia, es el mate y el jaque, y el desenganche sobre el suelo, envuelto en el coraje, en la habilidad y en el frío.
«Hace cinco días -escribe Frutos a su mujer- que sufrimos un temporal al abrigo de unas piedras, todos mojados y sin tener ni cómo comer porque ni fuego puede hacerse …”.
Echagüe lo busca ya al sur del Río Negro, pero Rivera no dará la batalla sino para ganarla. Primero debe volverlo loco.
«No soy un necio –escribe- para aceptarla donde ellos quieran. Si la hubiese, será a nuestra satisfacción y si se pierde será porque así convenga pero no porque les haga el gusto. Yo sé que no es bueno lo que quiere el enemigo y eso es bastante …».
29 DE DICIEMBRE
«Supongo -escribe siempre el 7 de setiembre- que no pasarán del Yí, y si lo hacen yo me iré replegando hasta colocarme por Santa Lucía, sacaré entonces toda la fuerza de la capital y los rodearemos y serán perdidos de todos modos».
Llega así, trágica, la Nochebuena de 1839, en que ambos ejércitos se plantan frente a frente, separados apenas por el arroyo de Cagancha, actual Departamento de San José. Rivera la quería para la tarde del 29. En la mañana se manda carnear y «Salen -dice Lepro- los ayudantes a citar a Medina, Angel Núñez, Luna, Centurión, Venancio Flores, Marcelino Sosa …” a la tienda de Rivera, para ordenar los planes.
Pero no nos dan tiempo. El Dr. Fermín Ferreira, cirujano del ejército, lo cuenta a su propia esposa: «Íbamos a carnear y todo estaba en la mayor quietud. Uno de los pasados enemigos (un espía) parece que volvió al campo de ellos y les avisó el estado en que nos hallábamos. Entonces se presentaron con la mayor rapidez, trayendo la infantería montada hasta tiro de fusil, echaron pie a tierra y cargaron …». ¡Había empezado Cagancha!
LA BATALLA
Era un día de sol. La victoria prueba que a nadie le tembló la mano cuando apretaron las cinchas y se enhorquetaron en los caballos con la lanza en la mano. Eran otros hombres. Hombres como Artigas, que no creían que el Uruguay fuera chiquito ni que Dios protegiera a los malos simplemente porque suelen ser más que los buenos. Desde Anacleto Medina a Venancio, todos tomaron el tiempo de desplegar en la frente o sobre los hombros -consta en todas las descripciones- la vincha o la vasta golilla colorada.
Y Rivera, en el mejor caballo de su vida, el overo rosado de la leyenda, recorrió la línea entera bajo el sol. Sabía que verlo era hacerse valiente dos veces. No llevaba armas siquiera. Sólo el látigo corto de trenza en la mano.
No describiremos la batalla. Urquiza estaba en el ala derecha de Echagüe y Servando Gómez en la izquierda. De este lado, Enrique Martínez en el centro, Anacleto y Ángel Núñez en la izquierda frente a Urquiza; y el Coronel Faustino Silva con Venancio a la derecha. Catorce cargas furiosas de las lanzas de Servando Gómez fueron sostenidas por estas piezas a pie firme sin que nos quebrasen la línea, La quinceava carga fue contra los invasores y los deshizo. A la izquierda oriental. Núñez y Anacleto cargaron a lanza y a sable. Y en el centro, la infantería a bayonetazos decidió la derrota de Echagüe. 7.500 hombres destrozados por Rivera con la mitad de fuerza. Vuelto a nacer bajo el sol de Cagancha, el país seguiría siendo el país.
LA CADENA DEL RELOJ
Pero Rivera no tenía porqué esperar la retirada. Sabía a Montevideo, en caso de derrota, entregado al seguro degüello y al saqueo, esperando sin dormir la noticia. Cuando la vio ganada sacó a un paisano de las filas, el primer Sanabria o Figueredo que encontraron sus ojos, y le dio para asombro del gaucho (se llamaba Chaná) … el overo rosado y la cadena de oro del reloj partida en dos. «¡A Montevideo! A Pedro Pablo Sierra. A Bernardina …».
Chaná llegó todavía con sol alto -¡Lo que sería el overo!- pero nadie se animaba a entender el milagro del mensaje concertado. ¿Victoria? Se ordenó retener la noticia. Se hizo la noche. «En la mortal angustia», nadie pensó en dormir. Se hicieron fogatas en las calles de aquel Montevideo pequeño y enorme, llamado a quebrantar, ya sin murallas, el poderío rosista una década más tarde.
Hasta que el grito que todavía eriza, se alzó en el Portón de San Pedro. Era el segundo chasque. Un moreno que cruzó el portón con la divisa colorada en la diestra levantada en el aire, al grito que reventaba en lágrimas: “¡Viva la Patria! ¡Ganamos! ¡Viva Rivera!”. Luis Lamas, Jefe de Policía, llevó de la rienda este segundo caballo que ya se caía con el moreno arriba.
LA PIEDAD Y LOS HOMBRES
Para entonces, cuando Montevideo saltaba y bailaba en otra noche sin sueño -el overo rosado en la casa de Rincón y Misiones-, hacía rato que, en otro caballo, Rivera había recorrido la línea victoriosa reclamando y ordenando clemencia para todos los vencidos.
Es más: el millar que capturó, entre los cuales había 137 jefes y oficiales, fueron enviados solos y sin armas a presentarse a Montevideo, al mando, no de un colorado, sino del vencido de mayor graduación. Se llamaba -hoy es nada más que una calle- Cipriano Miró.
«Nuestros soldados -escribe Fermín Ferreira, el cirujano- son los mejores del mundo. La pérdida del enemigo es entre 800 y mil hombres en un área de cuatro leguas». «Está el campo sembrado de cadáveres. Se le ha tomado su parque, carretas, caballada, artillería y bagajes. Nos arrebataron los tordillos (se refiere a la tropilla querida de Rivera) que creo que es lo único que llevan». Y esto enorme: «Mandale un recado a Angelita Furriol, que Eugenio Garzón ha escapado y va bueno …». Eugenio Garzón formaba en las filas de Echagüe y su mujer, Angelita Furriol vivía en Montevideo.
Los heridos de Echagüe fueron cuidados como los propios «Hasta hoy -dice Ferreira días después- sólo he perdido dos prisioneros del hospital enemigo, y espero que no serán muchos los que mueran, aunque hay muchos graves». A Urquiza, mientras tanto, se le da vuelta el bote y casi se ahoga al recruzar el río Uruguay.
¿Cómo terminar esta nota?. Tal vez, porque agrandan la victoria, con algunos de los párrafos que, en los meses anteriores a la batalla, Rivera enviaba a Bernardina. Como aquel de «voy muy guapo aunque no me puedo acomodar con las heladas porque ya estoy muy melladito …».
O aquél: «Dejé mi memoria encima de la mesita que esta al lado de tu cama”.
O aquel otro: «Mucho deseo verte y abrazarle pero tú ves las circunstancias. Algún día permitirá el cielo que en épocas menos aciagas que la presente estemos tranquilos y unidos. Ninguna otra recompensa quiero a mis sacrificios, la salvación del país y estar a tu lado aunque sea sumido en la oscuridad …”.
¡Fructuoso Rivera! ¿Se puede decir de algún hombre más de lo que éste, sin darse cuenta, decía de sí mismo? ¿Cómo no responderle con el «¡Arriba Corazones!» de las victorias?»