Historia

Del revisionismo a la debacle

Jorge Leiranes

Espolón,[que era el seudónimo con el que Frugoni firmaba sus editoriales internacionales, en EL SOL] no admitía más que una sola lectura del fenómeno argentino. Cuando lo aludía, lo hacía llamándolo, por el que él juzgaba, era su nombre completo: “nazi-fascismo-peronismo”.

Recién a mediados de los años  cincuenta, un sector del Partido Socialista [junto a los trotskistas del POR] comenzó a percibir al peronismo como “una expresión nacional y popular de condición progresista”. Vivian Trías, Carlos Machado y Alberto Methol Ferré [de origen herrerista] estrechamente ligados al historiador porteño Jorge Abelardo Ramos, encabezaban esa corriente revisionista, de gran  ascendiente sobre un ancho sector de la juventud de entonces. La capacidad de persuasión y el raudo crecimiento de la fracción llegó a tal punto que –cuenta José Díaz- “A los socialistas argentinos en la Casa del Pueblo, los veíamos con bronca, como a tipos reaccionarios, pro imperialistas”.

En este marco se producen varios cruces de tendencias. Artigas pasa, de ser el fundador de la nacionalidad, a ser un caudillo federal más, con un proyecto de Patria Grande. Cambia la visión que se tenía de Rosas y del gobierno de la Defensa. Por consiguiente, también cambia -para Trías y sus seguidores- la idea que se tenía de Oribe y hasta del propio Herrera.

Para terminar de entender la historia del país, los revisionistas del Socialismo se proponen un reto capital -en un momento crítico- “echar raíces en la realidad profunda de las clases populares”.

En las elecciones de 1954 el PS había obtenido el 3,2% de los votos emitidos. Cuatro años después -luego de intenso trabajo legislativo con un elenco de primera [Cardoso en el senado, Trías y Dubra en diputados, y en la Junta de Montevideo, Culteli y Chifflet]- se produce la primera gran decepción: apenas crece, sólo el 3,5% de la ciudadanía vota por los socialistas.

Sustentado en el novísimo punto de vista, acerca de la historia, se abría delante un terreno fértil, para descubrir coincidencias en el plano de lo político, básicamente con un sector del herrerismo desavenido con su partido. Se trataba de la Lista 41, liderada por Enrique Erro, [que había sido la más votada del PN, en todo el país, en las anteriores elecciones] y se aprestaba a emigrar del Partido. Paralelamente se producen otras aproximaciones, con un círculo de intelectuales también de ascendencia herrerista, y un grupo de militantes separados de la ANB Agrupación Nuevas Bases.

En mayo del 59, Cardoso había proclamado la creación de un frente de izquierdas -anunciado en el 31º Congreso, el Socialismo se había propuesto “abrirse” a nuevos puntos de vista, sin por eso avenirse a pactar con el comunismo. En contraste, reafirmaba su posición tercerista, equidistante, de ambos polos hegemónicos, en aquel contexto de Guerra Fría.

Pero al influjo revulsivo de la Revolución Cubana, todo se volvió patas arriba. Nada sería igual. Hubo que recalcularlo todo, volver a cuantificar, hacer conjeturas en un sentido y en otro. Si bien el socialismo masivamente celebró la victoria revolucionaria, el rumbo que tomaría Cuba era un enigma.

Trías viajo a La Habana buscando la “bendición pontifical” del líder cubano. Expuso allí, la visión del Socialismo Nacional uruguayo, defendiendo un criterio no del todo claro; sostenía su condición favorable al “más amplio marxismo” pues consideraba que “comprende al leninismo igual que al aporte de otros ideólogos y revolucionarios”.

Respecto a si la “gestación ideológica de la revolución” era concordante con el enfoque del teórico uruguayo, éste dijo haber recibido de Castro, una “respuesta rotundamente afirmativa”.

El escritor y periodista Jorge Nelson Chagas sostiene en uno de sus artículos que “cuando Vivian Trías conversó con Fidel Castro le explicó las razones por las que excluirían a los comunistas, [del frente de izquierda en gestación] y éste no planteó ninguna objeción. Ese silencio -concluye Chagas- fue malinterpretado como un apoyo a su estrategia.

Partiendo de supuestos erróneos y desoyendo -otra vez- la opinión en contrario de Frugoni y sus seguidores de la primera hora, Trías embarca al Socialismo por un camino sentenciado al fracaso, al enlazar el destino del Partido a sus hipótesis y teorías defectuosas desde su concepción.

                                                         En dirección a la bancarrota

Los días 23, 24 y 25 de marzo de 1962, el PS realizó el 33º Congreso. Luego de intensas deliberaciones, que abarcaron por completo las tres jornadas, emitió una declaración pública en la que enfáticamente señalaba, “están dadas las condiciones para concretar un movimiento nacional y popular, para crear un vasto movimiento de masas que lleve adelante la revolución nacional uruguaya, en cuyo proceso las próximas elecciones constituyen una etapa de fundamental importancia”.

Emergía pues, la Unión Popular a la actividad pública, bajo la égida de supuestos no demasiado claros: no todos admitían ser de izquierda, menos aún marxistas, en cambio, sí nacionalistas y con una misma lectura de la historia. Coincidían, casi sin reparos, respecto a la exclusión de los comunistas, a los que consideraban “piantavotos” [paradójicamente, en la elección, el frente de los comunistas (el FIDEL) iba a recoger 66% de votos más que la UP]. El número 41 de la lista blanca de Erro y el 90 histórico del PS conformaron la Lista 4190 de la Unidad Popular. Pero fue el armado de la lista, el punto neurálgico de la negociación; y sin duda, le tocó al socialismo el lado del  perdedor. Aceptó todas las condiciones de la contraparte, sobreestimando sus propias fuerzas,  y terminó perdiéndolo todo.

Como séptimo titular a edil por Montevideo, en la 4190,  figuraba José Mujica Cordano [meses después habría de  incorporarse al Coordinador (agrupamiento antecesor del MLN-Tupamaros) y 47 años más tarde, iba a convertirse en el 40º Presidente de la República] y en la lista de candidatos a Diputados, por la Unión Popular, aparecía Raúl Sendic Antonaccio, [luego fundador y máximo líder del grupo insurgente] y Mujica era -en este caso- su primer suplente.

Entrevistado por MARCHA, Emilio Frugoni volvía a vaticinar lo que finalmente iba a ocurrir, “[…] de los demás grupo (del frente) nada se sabe y por un error de cálculo, otros podrían llevar la parte del león. Me temo que perderemos nuestro Senado. Al no figurar nuestro partido en el marcador electoral, mucha gente se va a sentir desconcertada. No olvidemos que hay un importante sector de ciudadanos que veía al  partido por pura simpatía y que no va a encontrar nuestro lema esta vez para expresarse en las urnas”. Interpelado por sus partidarios, días previos a las elecciones, Frugoni sin el menor atisbo de vacilación, respondió, “Elijo votar en blanco antes de votar a un blanco”.

Testigos presenciales del acto final de campaña, de la UP, recuerdan como una escena dantesca, el momento en que, Enrique Erro, cerrando la lista de oradores, comenzó a evocar la Gesta de Aparicio Saravia para, al final, prodigar todo tipo de elogios, al controvertido jefe blanco, Luis Alberto de Herrera, recibiendo una cerrada silbatina de los socialistas presentes. Según, esos mismos testimonios, las calles circundantes se despejaron en un santiamén, convirtiendo el acto en un lamentable espectáculo. Era el descarnado anuncio del desastre electoral que depararían las urnas tres días después, el domingo  25 de noviembre.

Tan sólo 27.041 votos obtuvo la Unidad Popular [Cuatro años antes, sólo el PS había alcanzado 35.478 -1 senador y 3 diputados-]. Como lo había predicho el histórico líder, se había perdido el senador, y aún peor, la banca de diputado que le habría correspondido a los socialistas -de las dos conseguidas por la UP- tampoco la ocupó un socialista, al incumplir Erro la fórmula previamente acordada.

El Socialismo, por primera vez en elecciones libres, había quedado sin representación parlamentaria. Aun cuando, ni el más optimista, había esperado un resultado favorable, la magnitud del descalabro, significó un durísimo revés para los militantes. Se propagó una honda de desánimo e impotencia, que desembocó en renuncias y expulsiones, que diezmaron seriamente la estructura  partidaria.

Quedaban así echadas las bases para la aventura revolucionaria, con la palmaria intención de “conquistar” el poder. Aventura trágica que, en el correr de unos pocos años, iba a viabilizar el advenimiento de un orden oprobioso, fundado en la fuerza de las bayonetas y no en la voluntad ciudadana.

Fragmentos de La Conjura de Cándido y Tartufo [Edición en desarrollo].  

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