Política nacional

Dime cómo te vistes y te diré cómo gobiernas.

Ricardo Acosta

No es un tema de moda ni una crítica superficial. Es una señal. Un reflejo. Una postal que dice mucho más que un discurso. El presidente Yamandú Orsi participó esta semana de una reunión en España con varios mandatarios autodefinidos como progresistas. El encuentro, cargado de simbolismo político, tenía la intención de proyectar una imagen de compromiso democrático frente a las amenazas autoritarias. Pero entre tanto protocolo, solemnidad y cámaras, hubo algo que no pasó desapercibido: su apariencia.

Otra vez desalineado, otra vez desprolijo, otra vez fuera de lugar. Camisa mal puesta, pantalón que no encaja, zapatos que no combinan.

No se trata de una burla ni de una obsesión por el aspecto.

Se trata de lo que eso representa. Porque una vez más, como tantas otras veces desde que asumió, Orsi dejó en claro que no termina de entender lo que implica ser presidente de la República.

Que no alcanza con querer parecer cercano o campechano, como a veces se le elogia. Hay momentos donde se exige más. Más presencia, más firmeza, más sobriedad. No es la ropa. Es el mensaje.

Es la señal que se emite hacia dentro y hacia fuera. Porque del mismo modo que su vestimenta parece improvisada, también lo está siendo su forma de gobernar. Sin orden, sin ritmo, sin pulso.

El país necesita claridad, no desprolijidad. Necesita seguridad, no improvisación. Y lo que uno ve es todo lo contrario: una imagen borrosa que refleja un rumbo incierto. Esa manera de presentarse, de hablar, de actuar, de responder, no es casualidad. Es una forma de ser y de gobernar.

Que se puede tolerar durante una campaña, pero no cuando se está sentado en el sillón presidencial.

La política también es forma. Y cuando la forma se cae, arrastra consigo la credibilidad, la confianza, la expectativa. Hay quienes aún se resisten a reconocerlo. Pero los hechos hablan. Los gestos también.

Y si el presidente no es capaz de cuidar su propia imagen, ¿cómo va a cuidar la imagen del país? ¿Cómo va a transmitir liderazgo frente a líderes internacionales? ¿Cómo va a exigir orden, cuando ni él mismo puede proyectarlo?

Los símbolos no son menores. Son parte del poder. Son parte del lenguaje del Estado. No se le pide un traje caro, se le pide estar a la altura.

No se le exige elegancia, se le exige presencia.

No se lo juzga por moda, se lo observa como figura pública que representa a todos los uruguayos.

Y en eso, está fallando.

Un presidente no se plancha solo.

Hace falta carácter, convicción y respeto por el lugar que se ocupa. Lo que se ve, es lo que se transmite. Y si ni eso se cuida, cuesta confiar en que lo demás sí.

Dime cómo te vistes y te diré cómo gobiernas. Porque en este caso, la metáfora no es sólo válida: es dolorosamente cierta.

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