Política nacional

Discriminación inadmisible

Marcelo Gioscia

El reciente episodio ocurrido en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, dependiente de la Universidad de la República, nos ha dejado al descubierto una realidad que evidencia una interna que se ha pretendido ocultar, la que denota un choque entre el clima de libertad de cátedra que debiera imperar y el crecimiento de posiciones violentas e intransigentes dentro de grupos y gremios de estudiantes enfrentados en las últimas elecciones internas de esa facultad, que pretenden prevalecer, aún a costa de olvidar el sagrado principio de laicidad, tan caro en nuestra sociedad. Lo vivido y hecho público, en esa casa de estudios, atenta flagrantemente contra principios democráticos y republicanos e incluso, pone en duda la pervivencia del tan preciado principio de autonomía universitaria, tantas veces esgrimido por movimientos supuestamente progresistas.

Lo grave de la situación que motiva nuestra opinión, estriba en que estos grupos oscuros, dogmáticos y a la vez intimidantes -aunque minoritarios- hayan logrado dejar en suspenso la participación de un docente universitario, invitado en curso de maestría, por el solo hecho de tildarlo de “sionista” y “apologeta de Israel y del genocidio palestino”. También en este ámbito, que se pretende de excelencia educativa, se ha colado el conflicto entre Israel y el grupo terrorista Hamas, aunque el curso versara sobre “La laicidad como problema”. La cancelación de la participación de este politólogo uruguayo-israelí, que se propuso contratar, para que enriqueciera el mencionado coloquio (al poder aportar una visión más integral de las relaciones entre Occidente y el Islam, fue motivo de escraches y actitudes intimidantes por parte de estudiantes, tanto en la puerta de la propia Facultad de Humanidades como en las redes sociales) fue decidida por los propios profesores a cargo de ese curso. Ellos decidieron retirar su propuesta de contratación que había sido incluída en el Orden del Día que trataría el Consejo de la Facultad, elevando una carta donde manifestaron su determinación de postergarlo. Una vez más, la presión ejercida, al mejor estilo fascista, había logrado su objetivo: impedir el dictado de esas clases, tachando al profesor invitado, descalificando al mismo mediante la calumnia y el amedrentamiento. Esta actitud, irrespetuosa y a la vez inadmisible, hace prevalecer una posición política de odio y discriminación, la que no es propia de los ambientes universitarios, donde se pretende impere el libre pensamiento y donde nadie debiera sentirse objeto de rechazo, por razones vinculadas a su origen racial, su religión o incluso su posición ideológica. Ofende en grado sumo, los más caros principios de nuestra historia institucional y republicana, que desde las propias Instrucciones del Año XIII, nuestro Prócer Artigas ya propendía al ejercicio de “la libertad civil y religiosa en toda su extensión imaginable”, principios que además, fueran honrados por quienes impulsaron la fundación de esta misma Facultad de Humanidades, donde ocurrieron los afrentosos hechos que repudiamos.    

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