El espejo deformante de Argentina
Fátima Barrutta
Fue un hecho sin precedentes en la historia política del país hermano.
El peronismo obtuvo su votación más baja, la coalición opositora votó menos de lo esperado y un outsider que se presentó con un partido nuevo, fundado por él mismo para la ocasión, terminó arrasando con más del 30% de los votos.
Agreguemos a esto que Javier Milei, el candidato en cuestión, propone un ajuste económico rápido y profundo.
Habla de aplicar “la motosierra”, una metáfora que tanto le había costado a la imagen de Lacalle Herrera en el pasado, pero que ahora la minoría mayor de los argentinos recibió con absoluto entusiasmo.
Las élites políticas e intelectuales de ambas orillas están escandalizadas.
¿Pero qué esperaban?
¿Que el voto de los argentinos se volcara hacia un kirchnerismo que alcanzó abismos de corrupción y pésimos resultados de gobierno?
¿Qué optara por un macrismo dividido, cuyo pasaje por la gestión tampoco fue fructífera, y que en estos últimos tiempos se desflecó en un internismo descabellado?
Es realmente ingenuo interpretar el triunfo de Milei como una locura momentánea de la ciudadanía: está más que claro que el sistema político que interpela este candidato merece el revés electoral que ha recibido, por su inoperancia, por no estar a la altura de la situación, incluso por haber sido directo responsable de su gravedad en lo económico y social.
En estos días, uno de los juicios más inteligentes que leí sobre el tema surge de un tuit publicado por Gerardo Sotelo: “El triunfo de Milei es una advertencia. No para los populistas y la izquierda autoritaria, que seguirán en lo suyo. Es una advertencia a liberales y progresistas moderados, que no hacen lo que deben para garantizar las oportunidades y la protección de la ley a todas las personas”.
El programa de Milei incluye medidas razonables, como el control del gasto estatal y una política de verdadera austeridad, en un país donde el kirchnerismo ha dilapidado irresponsablemente los recursos públicos (en espejo a lo que hizo el Frente Amplio en Uruguay, en su ciclo de tres gobiernos).
Un kirchnerismo que apostó al asistencialismo como moneda de compra de votos, aún a costa de ahogar la iniciativa privada y con ello castigar al país productivo.
Pero Milei también propone medidas irracionales, que conducirían a Argentina a un lugar peor del que ya está. Es tal su desprecio insultante por “la casta política” que incurre en un mesianismo muy peligroso, un ademán autoritario que pone en duda su respeto a la libertad de expresión y protesta, a pesar de que enarbole a la libertad como consigna.
Ha anunciado propuestas sorprendentes, como la de liberalizar la posesión de armas (¡imagine el lector en un país con los niveles de violencia y crispación como tiene hoy Argentina, que toda la gente anduviera armada por la calle!), y hasta autorizar el libre comercio de órganos…
Son ideas inquietantes que refuerzan lo que ha dicho Sotelo: ¡qué mal ha trabajado en el país hermano el centro político, para que la gente se sienta seducida por este catálogo de extremismos e intolerancia!
Cuando veas arder la barba de tu vecino, pon las tuyas en remojo…
Creo que el espejo deformante de Argentina nos resulta útil a los uruguayos para saber a qué podría conducirnos el fracaso de nuestro proyecto político, liberal y socialdemócrata.
Como una contracara de ese país, Uruguay ha logrado superar desde 2020 tres grandes crisis, la emergencia sanitaria, el impacto global de la invasión rusa a Ucrania y la prolongada sequía.
A pesar de ese contexto adverso, el gobierno de la Coalición Republicana logró abatir la pobreza y la desocupación, mantener la inflación controlada e incluso bajarla, y todavía tuvo resto para propiciar reformas imprescindibles como las del sistema previsional y la educación.
La buena imagen del gobierno que confirman las encuestas es indicativa de que la población percibe esas fortalezas. Y al mismo tiempo, nos impone la responsabilidad de cuidarlas y acrecentarlas, aventando las nubes negras que aparecen en el camino.
Tenemos que poner el mayor esfuerzo en acentuar la justicia social en la gestión de gobierno, para demostrar que se arriba a ella desde la libertad y el republicanismo, sin necesidad de mesianismos autocráticos.
En una sola palabra: tenemos que darle más batllismo.
Y es muy difícil hacerlo con un socio como Cabildo Abierto, que nuevamente ha puesto en jaque el proyecto político, intentando medrar con su negativa sobre la hora a votar la Rendición de Cuentas en diputados.
Es un patético modus operandi que se repite, y que da muestras de que estamos ante un socio no confiable.
Resulta imprescindible que, en la elección de 2024, el crecimiento de la coalición responda a más votos para nuestro partido, de manera de fortalecer un espíritu batllista y menguar la influencia de quienes se embarran en chantajes de política menor.
De lo contrario nos esperará una indignada decepción ciudadana, como pasa en Argentina, y el caldo de cultivo para que aquí también aparezcan liderazgos autoritarios.