El futuro de la gobernanza educativa después de la pandemia
Claudio Rama
A medida que nos acercamos al final de la pandemia y que la luz al final del túnel se visualiza, comienza a ser necesario tener una reflexión prospectiva sobre las dinámicas educativas a futuro.
Los ejes de esta discusión se focalizan en cómo pudiera ser el futurible -en tanto futuro posible- de los procesos educativos en general y en tal sentido incluso reflexionar si es pertinente el regreso a las prácticas educativas del pasado antes de la pandemia, el mantenimiento o incremento de los múltiples cambios educativos y en curso que se impulsaron por la pandemia, o el aprovechamiento de las nuevas oportunidades educativas con dinámicas más híbridas. Las debilidades en general de la educación en el país han sido ampliamente discutidas.
Más allá de la diversidad de paradigmas críticos, ellas se producen en todos los niveles y áreas con sus singularidades. La alta corporativización en la dinámica educativa, el conflicto sindical permanente, la escasa autonomía de los centros educativos, el alto grado de centralidad en la toma de decisiones desde Montevideo, la desigualdad en el acceso social y geográfico, la debilidades de la calidad de los procesos de enseñanza, el abandono y la deserción escolar, las debilidades de la política pública en términos de impulso a la calidad, o la escasa virtualización de los procesos educativos con el mantenimiento de modelos excesivamente presenciales y fuertemente basados en una enseñanza teórica, son apenas algunos de los múltiples temas en discusión.
La pandemia ha impulsado múltiples cambios en la dinámica educativa, directa e indirectamente. Algunos de ellos con incidencias muy complejas como en primaria donde los modelos virtuales tienen fuertes limitaciones de conformarse como formatos exclusivos para alcanzar aprendizajes significativos, o en forma distinta en educación superior donde la virtualización ha dado resultados importantes en la continuidad de los aprendizajes más allá de la existencia de debilidades en la realización de actividades prácticas o en la calidad de los recursos de aprendizaje.
Como en otros casos, tal vez la educación media haya sido la más tensada por problemas y dificultades. Sin duda el centro de las transformaciones han sido los cambios tecnológicos en la enseñanza-aprendizaje, que llevaron a un aumento de las inversiones en tecnologías de comunicación a información y un aumento del uso de plataformas virtuales, recursos de aprendizaje en red y docencia a distancia.
Especialmente de una oferta sincrónica gracias al desarrollo de nuevas tecnologías, así como también el reforzamiento de la enseñanza asincrónica. Son cambios que se han producido junto al desarrollo de mecanismos de evaluación académicos más apoyados en tecnologías desde los niveles superiores de las instituciones, así como incluso el desarrollo de sistemas de evaluación de los estudiantes bajo sistemas informáticos a través de mecanismos de escogencia múltiple o incluso de evaluación sincrónica a través de las redes.
Cambios estos que han sido relativamente muy bien aceptados por los estudiantes y los docentes. La deserción y el abandono han sido escasos, e incluso han estado limitados fundamentalmente a las desigualdades de equipamiento y conectividad.
Pero también se ha producido una lenta transformación en la gobernanza de las instituciones y en el impacto en las formas de gobierno y gestión de la educación en todos los niveles. En tal sentido se destaca muy positivamente un aumento de la autonomía de las instituciones frente a las estructuras jerárquicas tradicionales y los ámbitos burocráticos de regulación.
Ha habido una mayor descentralización en la gestión de las diversas unidades académicas, que se constituye en un factor importante del mejoramiento de la calidad. La capacidad de gestión con iniciativas y en forma autónoma era una de las mayores limitaciones en los procesos educativos. En tal sentido, se ha apreciado el inicio de una nueva gobernanza institucional y académica más descentralizada y en red, con menos niveles jerárquicos y más horizontales, pero al mismo tiempo con más intercambio de información y más colaborativa.
Estas dinámicas están dando más libertad a las unidades académicas en la toma de decisiones, en la gestión de sus procesos y en la capacidad de respuesta a los problemas. Incluso ello se ha dado con una reducción del personal administrativo y académico de las instituciones -tanto por la cantidad de personas con licencias de salud como incluso en el seguro de paro, especialmente en el sector privado-, todo lo cual ha derivado en un aumento de los niveles de eficiencia en las instituciones.
Aunque se carece de indicadores de información de la eficiencia de las instituciones y de los procesos de enseñanza, históricamente el sector educativo se ha conformado como un sector de baja productividad por las dinámicas políticas, la baja utilización de tecnologías y la debilidad de los sistemas de aseguramiento de la calidad. La relación de eficiencia de titulación en el ámbito universitario y de educación media entre el sector público y privado es un claro indicador de los diferenciados niveles de eficiencia.
Es por ende deseable la mirada de la pandemia sobre la gobernanza de las instituciones educativas y sobre las distintas unidades académicas a su interior, con miras a revisar las prácticas de gestión y las rutinas de control existente previamente. Por una parte es probable y deseable que aumente el porcentaje de educación virtual en los procesos de enseñanza futuros, conformándose un modelo más híbrido en lo educativo, y más colaborativo y participativo en lo administrativo.
Que los sistemas de supervisión y control se apoyen en sistemas informáticos, y que se produzcan más procesos de delegación de funciones hacia la base de las instituciones, al mismo tiempo que se pueda gestionar en base a proyectos, a indicadores de resultados y a un flujo de información más horizontal. Muchos de los problemas educativos son problemas de gestión, de prácticas burocráticas, de falta de información, de reducida cooperación, más allá de la existencia de paradigmas diferenciados ideológicos o políticos que complejizan aún más los problemas de gestión. La vuelta a la presencialidad en tal sentido debe ser para superar esos modelos jerárquicos y verticales de gobernanza, para favorecer modelos basados en resultados, en información abierta y en una mayor descentralización y autonomía de las unidades académicas, sobre la base de la planificación de resultado. Y en esa mayor libertad de las unidades académicas, es necesario contemplar más participación de las familias en la educación de sus hijos