El Parlamento Europeo
Lorenzo Aguirre
El Parlamento Europeo aprobó el pacto pro – Brexit, ratificando los acuerdos de comercio y cooperación logrados a fines del pasado año, con Reino Unido. El consentimiento, sellado por ambas partes el veinticuatro de diciembre de dos mil veinte, y que entrara en vigor de manera provisional a la siguiente semana – 1º de enero del presente año -, ha intentado evitar una ruptura compulsiva luego de tiempo transitorio del Brexit. Con seiscientos sesenta votos a favor, cinco por la negativa, y treinta y dos abstenciones, el Parlamento Europeo cierra el capítulo luego de cinco largos y tediosos años de trabajo diplomático – legislativo. Si bien lo amores tienen un final, los estados de divorcio también llevan en algún momento a reactivar pasiones, y en este caso, recién firmado el protocolo de separación de “cónyuges”, los protagonistas ya se extrañan y vuelven con “riñas y disputas” a un primer round, pues, la Comisión Europea se opone a la adhesión de Reino Unido al convenio que garantiza el reconocimiento muto de sentencias, en material civil y mercantil.
Esto del voto favorable muestra sin lugar a dudas la urticaria de Bruselas hacia el gobierno de Boris Johnson, y especialmente sobre las fluctuaciones protocolares respecto a la interrelación entre Irlanda, y la provincia británica de Irlanda del Norte.
El tema lo traemos a cuento porque gran cantidad de europarlamentarios insistieron en la Comisión Europea, ajustar la vigilancia para dar garantía que, Londres, cumplirá lo estipulado, y de esa manera no provocar que, Irlanda del Norte, se convierta en un canal para ingresos de productos del mercado europeo.
El protocolo irlandés entró en vigor en enero de dos mil veinte, justamente con la separación de Reino Unido de la Unión Europea, pero el choque no se sintió hasta un año después – comienzo del presente año -, cuando finalizara el tiempo de transición para Irlanda, marcando con énfasis la frontera entre la provincia británica y el territorio de Reino Unido, protegiendo la unificación económica de la isla, la cual obtuviera en los acuerdos de hace veintitrés años.
La divergencia del mercado británico generó serios problemas en Belfast, influyendo en buena medida al enlentecimiento en el contralor aduanero para productos de Reino Unido, hecho que deja inquieto a Boris Johnson, respecto al protocolo negociado.
Como si fuera poco, hace apenas dos meses la Comisión Europea puso en marcha mecanismos jurídicos para iniciar un expediente contra Reino Unido por no cumplir con lo estipulado, y si bien Bruselas espera “acomodar” la problemática a través de negociaciones, en caso contrario estaría dispuesta a un arbitraje que llevaría sanciones millonarias contra Londres, y por supuesto una “desprolijidad” en cuanto a política exterior, porque, en realidad, no se logró un acuerdo final.
Quizá, estar fuera de la Unión Europea traiga mayores desventajas a los británicos en cuanto a proyección económica – obligando a empresas a interminables declaraciones fiscales, aduaneras, y de origen de productos -, más allá que, una parte de uno y otro lado del Canal de la Mancha promueva un flujo comercial de quinientos mil millones de dólares, y un mercado de dieciocho por ciento de exportaciones extracomunitarias.
En otro orden de cosas; si bien el compromiso no afectará los derechos de unos tres millones de europeos residiendo en Reino Unido, como asimismo el millón de británicos en el bloque de referencia, dejando establecido que, lo adquirido como casa y trabajo, está garantizado, quienes de ahora en más visiten Reino Unido no podrán permanecer más de tres meses, ni gozar derechos laborales, como tampoco de estudios, puesto se cancela el intercambio estudiantil.
Pero volviendo a Irlanda del Norte; Arlene Foster, miembro de la Asamblea de Irlanda del Norte, y líder del “Partido Unionista Democrático”, ha tomado la iniciativa de una especie de rebelión, anunciando su dimisión para fines del mes de junio.
Foster, se convierte entonces en “el eslabón” a soltar sobre los errores del unionismo, misma fracción política que ayudara la caída de la ministra Theresa May cuando buscara flexibilizar el choque del Brexit en Irlanda del Norte, y partido que diera luz verde a Boris Johnson – hombre duro, euroescéptico, estructurado, señalando que, Reino Unido, se estaba convirtiendo en colonia de la Unión Europea, y que tener esa “condición”, no “era nada bueno” (¡si lo sabrán los británicos!, ¿verdad?) -, quien, dejando fuera de contexto a Irlanda del Norte la embretara en el mercado interno de la Unión Europea, incitando de hecho una frontera en el Mar de Irlanda.
El Brexit llega a su fin; en adelante, sería potable abandonar el fatigoso aburrido tecnicismo, salir del estado bastante paranoico – pese a que “grandes jugadores” movilizan las piezas en el tablero del campo ciudadano -, que Reino Unido permitiera un tránsito dinámico, ejecutivo, no ideológico, y Boris Johnson manejara acciones – aunque es justo señalar que, en algún modo las volcó en políticas firmes, dentro de su ambiciosa postura liberal e intervencionista – amalgamadas entre sur y norte de Reino Unido.
Johnson, nunca buscó convertirse en casto, y el divorcio con la Unión Europea no pretende se dedique al estado monástico, sino comenzar un coqueteo flexible en las relaciones con Biden, más allá que, este, para ganar el sillón de Washington no miró en algunas direcciones ni prestó atención a la izquierda filtrándose en el “Partido Demócrata”, mientras gran parte de sus miembros sufrieran tontera, y otros hicieran la vista gorda, como los burócratas en Bruselas.
Hace tiempo dejó de existir esa especie de estabilidad en las posiciones políticas europeas, motivando un nerviosismo producido por la inseguridad vivida en el continente, respecto a pensamientos y acciones.
Se habla hasta el cansancio, de globalización, pero en realidad se manifiesta de forma incisiva la unidad que debe primar y reinar para una reunificación con conceptos e ideologías similares, a efectos de una proyección armoniosa.
La realidad, es algo bastante diferente, porque cada día son más notorios los extremos del arco parlamentario, como asimismo asombra la intolerancia de una izquierda estructurada y retrógrada en pensamiento, y por otro lado el crecimiento de la ultraderecha, fascistas, que consideran a la Unión Europea como un verdadero cáncer.
Por un lado, partidos antieuropeos en Francia, Gran Bretaña, y Austria, reclaman “soberanías” perdidas, mientras en forma paralela, en Alemania, el “Partido Alternativa”, y el neonazi “Nacionaldemócrata”, crecen, esperando fluctuaciones en Hungría, Austria, y República Checa, a través de eurofóbicos.
Los “acercamientos” de los cuales tanto se habla, es verdaderamente una triste dramatización, porque no se puede obtener una línea política común – al menos parecida – pues las consignas no tienen afinidad, y es imposible lograr tolerancia, buscar el camino del medio, entre pensamientos tan opuestos.
Ahora, el primer ministro Boris Johnson, con la disolución “conyugal”, probablemente marcará el británico rostro victoriano.