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El Partido Colorado, el futuro, la coalición y los oportunistas

Daniel Manduré

El Partido Colorado está pasando, desde ya hace un buen tiempo, por un difícil momento. No seríamos honestos con nosotros mismos al no reconocerlo y asumirlo.

Esta situación no es producto de la casualidad. Un partido acostumbrado a gobernar, un partido de mayorías, fuerte, que se ve disminuido en lo electoral.

Son muchos los factores que lo llevaron a eso. No creo que sea necesario insistir o profundizar en lo que ya todos conocemos. Las coyunturas externas que llevaron al país a una profunda crisis, fue uno de esos factores. Le terminaron pegando duro al partido de gobierno y a pesar de haber encontrado la salida que salvo al país, se terminó pagando un alto costo político, en buena parte por no haber comunicado adecuadamente todo lo que sucedió.

Pero tampoco podemos dejar de señalar los errores políticos propios, algunos reiterados en el tiempo. Las dificultades e incapacidades importantes al momento de la renovación. Los intentos de liderazgos que aparecían como renovadores pero que no prosperaron, que decepcionaron, frustraron y desconcertaron a quienes volvían a creer. Esas dificultades para recobrar en lo interno un abanico de diferentes opciones que lo nutran desde lo ideológico, con una raíz común pero que le ofrezca a la ciudadanía de variantes y alternativas, como históricamente tuvimos.

Constructores de la república

A pesar de todo seguimos creyendo. Asumimos el difícil momento, pero seguimos confiados. Porque es imposible dejar de creer en el partido que construyó la república. Con ese espíritu reformista y de gran sensibilidad social, que lo llevó a ser el escudo de los más débiles y gran defensor de la clase media.

El partido de las 8 horas, de los derechos civiles de la mujer, de la ley de divorcio, de las pensiones a la vejez y de invalidez, de los consejos de salarios, el de la defensa de la laicidad. El partido que crea por ley los liceos departamentales y la escuela de arte y oficios, la que diera paso luego a la Universidad del Trabajo. El de las escuelas de tiempo completo y el de la creación de los centros CAIF. El que construyó las principales plazas y parques en toda la República. El que construyó la rambla y delineó las principales avenidas. El último partido que supo transformar la educación con la formidable reforma impulsada por Rama y la seguridad social.

Creemos en ese partido, que mantenga su esencia, sus principios, sus ideales, pero también aggiornado a los nuevos tiempos, porque el Uruguay de hoy no es el Uruguay de hace más de 100 años.

Es difícil no haber nacido en el país y sentirse, aunque más no sea, un poco batllista. No hay sector en la vida del país que no tenga el sello del partido de Don Pepe.

Ese partido socialdemócrata, republicano, laico, de libertad y de justicia social que todos anhelamos.

La crítica y el oportunismo

No queremos un partido monocorde, donde se escuche una única voz, donde se confunda unanimidad con unidad.

Queremos un partido unido en la diversidad. Un partido contestatario y crítico, hacia adentro y hacia afuera. Un partido firme al momento de tomar decisiones, pero tolerante y respetuoso con la opinión del otro.

Ese derecho a criticar es un imperativo ético. El barrer debajo de la alfombra no aporta ni contribuye. Asumir esa crítica para avanzar forma parte también de la madurez y la responsabilidad.

Pero no cualquier crítica, la que embarra la cancha, la del oportunista, sino la crítica con fundamento, la que ilumina el camino y que enriquece.

No todas las críticas que escuchamos suman, no todas aportan ni todas contribuyen.

Este es un país donde todos nos conocemos. Conocemos al que en el acierto y en el error se maneja fiel a sus principios y con coherencia y a quien una y otra vez vive dando volteretas en el aire.

Pegan desde afuera y diría que es normal que se haga, son las reglas de juego, la crítica del adversario que aprovecha el momento.

Pegan, los que se fueron, sin la fuerza, el valor, ni los votos para pelear donde deben pelearse los partidos, adentro.

Pegan quienes parados en la puerta aún ni ellos mismos saben dónde están.

Pegan los que se dicen adentro pero que creemos que le hacen mandados a los de afuera.

Algunas críticas se respetan, otras, no son creíbles, huelen a oportunismo.

La crítica debe ser bienvenida, pero no la que proviene del despecho, la de la soberbia, la omnipotencia, la del iluminado que todo lo sabe, la de quien con dedo acusador señala al otro pero que las huellas que dejó en su pasado muy reciente desnudan sus debilidades, incoherencias y hasta la carencia ética de sus planteos.

La crítica auténtica debe darse desde la humildad.

La coalición, una nueva mirada

Las coaliciones vinieron para quedarse, no solo en Uruguay, en el mundo.

En algún momento diversos partidos, muy diferentes entre sí, con un propósito electoral, vieron que, para ganar, debían formar una coalición. Le dieron cierta formalidad orgánica y allí surgió el Frente Amplio. Un conglomerado de más de 20 agrupaciones, muchas de ellas, las de mayor peso en lo interno, aún convencidas en que la lucha de clases es la salida. Esos grupos que, con una mirada prehistórica, siguen apostando a la lucha del proletariado. Culpando al capitalismo de todos los males, pero mamando de su teta.

Por otro lado, otros partidos vieron que para gobernar y llevar adelante un proyecto de país diferente al que nos gobernó los últimos 15 años debían realizar acuerdos concretos en temas fundamentales. Como sucede en buena parte de Europa.

Coalición donde sus integrantes, sin fagocitarse, sin abandonar su identidad, pero con lealtad, sepan cumplir con los compromisos asumidos, los que algunos parecen olvidar. ¿Esto es posible? Si, es posible.

El funcionamiento de los partidos descansa en la necesidad de llegar a acuerdos, de lograr consensos, entre partidos que no son idénticos, ni lo serán y es fundamental que así sea, pero que deben tener la suficiente inteligencia, grandeza, humildad y madurez política para acordar.

Acordar y luego cumplir. Adaptarse a los nuevos tiempos, abrir la cabeza, desapolillar conceptos, reciclarse.

Hay un doble compromiso ético, el de la lealtad asumida con la coalición republicana y fundamentalmente el compromiso con nuestros propios principios e ideales. De la fortaleza de esto último dependerá en buena medida la suerte futura de lo primero.

Los principales dardos que lanzan los detractores de la coalición es la pérdida de identidad, cuando eso es falso. Un partido o sector político puede, como ha pasado, perder identidad o desdibujarse sin la necesidad de estar formando parte de una coalición de gobierno.

La coalición necesita de partidos fuertes, en especial de un Partido Colorado fuerte, con perfil claro, marcando diferencias y “golpeando la mesa” cuando sea necesario pero que también busque equilibrios y puntos de encuentro.

Sin oportunismos ni especulaciones, con responsabilidad institucional.

Hoy el Partido Colorado, no necesita un precandidato, necesita varios, que reflejen la natural y necesaria diversidad interna. Todos ellos con el peso sobre sus espaldas de una rica historia que los exige pero con la mirada siempre puesta en el porvenir.

Estamos confiados, como constructores de la república: los colorados lo podemos hacer mejor.

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