El líder anticarismático
Washington Abdala (Infobae)
El carisma es la cualidad irracional que poseen algunas personas por medio de la cual generan adhesiones irracionales en los ciudadanos
El carisma es la cualidad irracional que poseen algunas personas por medio de la cual generan adhesiones irracionales en los ciudadanos. El carisma está conectado con la emoción, aunque su primer análisis de envergadura sociológica fue realizado por Max Weber quien lo ubicó como una forma de dominación. La dominación carismática era, sin dudas, la más especial en sus estudios comparados en relación con la dominación tradicional o la dominación burocrática.
Es un dato que hay personas que poseen magnetismo y empatía y esas condiciones les hacen su vida más fácil en el terreno político. El carisma, además, nunca es un atributo absoluto, pero es lo suficientemente sólido como para que el otro, el que no se ve hipnotizado por el carisma, reconozca (mordiéndose el labio) que aquel o aquella persona que no le simpatiza, sin embargo, posee algo “especial” cuando comunica. Esa “aceptación” es un reconocimiento implícito del carisma del otro. Fulana es una oradora “imponente”, Mengano “argumenta” de manera socrática o Perengano tiene “onda con los jóvenes”, son todas enunciaciones que delatan un ser probablemente especial, carismático o no. Todos sabemos cuándo alguien es carismático, nos guste o no.
El carisma en el llano de la política es distinto al carisma en la investidura del poder. Para los memoriosos, François Mitterrand o Felipe González, ambos fueron carismáticos en sus contextos regionales, pero ambos, además, con el poder a cuestas consolidaron un carisma arrollador. Carisma y poder hacen una combinación letal cuando se fusionan. No siempre es así, pero de serlo el combo es explosivo.
El primer Hugo Chávez (no debato su democraticidad o su autoritarismo, ese es otro debate del que tengo opinión formada hace tiempo) fue un personaje carismático. Claro, en Francia o España habría sido imposible un liderazgo así: locuaz, revulsivo, histriónico, gritón y lindando con el bufón. Pero quien niegue que era carismático en este continente es solo un necio.
Hay, también, otros personajes que campean en el mundo de la política que se analizan poco: los anticarismáticos, son aquellos que no atraviesan la pantalla de la televisión o la computadora, aquellos que no poseen gestualidad que demuestre que “sienten” lo que aspirarían sentir con sus demostraciones de emociones, aquellos que pueden articular un discurso o narrativa afinada pero “parecen no vivenciar” intensamente lo que verbalizan, o dicen lo correcto pero no empalman con la gente en sus ángulos afectivos. Son duros, rígidos, ásperos, no demuestran emociones que parezcan sinceras (aunque quizás sean así) o nos las sacan afuera lo suficiente para que el observador medio así lo perciba. Son, en general gente que no logra armar un acting que resulte natural, siguen con sus personalidades incólumes y se presentan sin articulación. No son demasiado expresivos o expresivas, y aunque lo sean, hay algo en sus miradas, en su presentación corporal, hay asuntos que delatan su poca seducción.
Estos segundos, atención, valen tanto como los primeros porque el anticarisma es también una condición que permite comunicar con esas limitaciones y al final, el mensaje arriba a destino dando una vuelta, se cuela por las perforaciones de la comunicación y puede hasta resultar “más auténtico” que aquel seductor o seductora de masas. Hay casos históricos de líderes que su rigidez, parquedad, grotesco, falta de expresividad y hasta limitaciones orales, sin embargo, hicieron de ellos personajes admirados y seguidos, claro, nadie podrá afirmar que seducían a las masas totale, pero si ejercían la influencia y el poder (por cierto, dos asuntos bien distintos). Y en algunos casos (es todo un debate) luego la historia recoge una mitología de carisma que en los hechos no era tal. La historia suele ser benévola en su mirada retrospectiva y sopesa resultados, con lo cual lo que sucedió es sometido a un escrutinio fuera de época. Es muy difícil no ser indulgente con algunos personajes, pero quienes los conocieron contemporáneamente no los aplaudían por su seducción.
Está lleno de estos segundos prototipos ganando elecciones. Gente que es limitada en su emocionalidad, que no atrae con su mirada (o se le sospecha de la misma), que no posee una voz atrapante y que parecen estar fuera de la cancha antes de arrancar, sin embargo, los contextos, los enojos, el cansancio y el hartazgo ciudadano consolidan liderazgos de esta tipología que a primera vista no serían ni considerados. Es casi una paradoja o una burla al sentido común, pero sucede en buena parte del planeta que gente de perfil muy distante al de las emociones básicas humanas son consolidados como líderes investidos de poder. O muchos de ellos poseen emociones refractarias al promedio y terminan resultando apañados por el cuerpo social.
Una funcionaria del Tribunal Superior de Justicia Electoral de Paraguay mueve una caja que contiene una máquina de votación (REUTERS/Agustin Marcarian/Archivo)
Una funcionaria del Tribunal Superior de Justicia Electoral de Paraguay mueve una caja que contiene una máquina de votación (REUTERS/Agustin Marcarian/Archivo)
Lo central de todos los perfiles que reseñamos (carismáticos o anticarismáticos) es que todos, sin excepción, van por la línea emocional y no apelan jamás a un encuadre lógico. El voto siempre es emocional. Es muy poca la gente que hace una análisis lógico-exegético del voto. La mayoría busca una identificación o un enganche para adherir a quien le llega más, y allí, curiosamente los carismáticos no siempre tienen las de ganar. Dependerá -repito- del estado de ánimo de la sociedad, del momento histórico y de la circunstancia coyuntural.
Es verdad, también existe el voto descarte, se vota al menos malo, pero el hecho de votar hace que el contrato se produzca y la justificación aparezca. Inclusive en esto del voto descarte, el anti-carismático puede encontrar su momento.
Los liderazgos no se inventan, nacen y se van construyendo con el tiempo y por más outsider que sea quien sea, parece requerir un período de comprensión básico de la liturgia del poder para poder formar parte de los brujos de la política. Es que la política no es una disciplina sencilla, está cargada de escenarios diversos y no siempre el candidato o candidata tiene buen desempeño en todos los atriles por los que tiene que transitar. Un buen orador de masas, no siempre es un buen entrevistado, o un buen entrevistado no siempre se sabe titular para enganchar un título de prensa escrita, o quien se sabe titular no siempre tiene la profundidad que se le exige a una primera figura en una larga entrevista radial, o una primera figura no siempre tiene el temple, la paciencia y la agudeza de evitar palabras que son un tifón. El político, en cierta medida, es un actor y no siempre quien es bueno en el drama es igual de bueno en la tragedia o en el humor. Y las sociedades no siempre tienen el mismo estado de ánimo. Es un desafío muy complejo la política.
Y es un asunto misterioso pero la política sigue convocando a Quijote y Sancho Panza. Está lleno de románticos que uno los mira y advierte inmediatamente su sentir y está también cargada de gente más pragmática, no siempre necesariamente con el pragmatismo que el ciudadano pide. Los románticos, increíblemente, le llegan a la gente por sus leyendas, son persona que pueden hasta tener muertes en su haber pero la imagen romántica los adorna. El Che Guevara quizás sea el epítome de esto. Hay pragmáticos que quedan encerrados en sus imágenes, quizás Ronald Reagan fuera uno de ellos. Observe el lector que en ambos casos estamos hablando de uno y otro, pero ambos carismáticos.
El anticarisma, a fin de cuentas, pesa tanto como el carismático, solo dependerá del momento histórico y del devenir de los acontecimientos, nada está asegurado nunca en el territorio de la política.