Editorial

El Partido Colorado y su batalla cultural

César García Acosta

Ayer en la televisión escuché a Andrés Ojeda reivindicar su historia en el partido como la de quien luchó contra el poder, accediendo al Senado y a la Secretaría General de su colectividad sólo por ser lo nuevo ante lo viejo. Olvidó otra vez que el Partido Colorado es tradición, y que -no tiene ni tendrá- directores o gerentes en su sistema de gobernanza. Ese solo hecho nos distingue de los demás. Sus afirmaciones hechas en Salto, en el marco de un acto organizado por el candidato colorado en la Coalición Republicana, son más pasionales que racionales. En la perspectiva de quienes nos sentimos batllistas, y no somos convencionales ni candidatos a nada, el rechazo surge naturalmente porque agravia la tradición colorada. No somos blancos ni rosados, somos, simplemente, colorados.

Quizá por estos “relatos” maniqueos es que sería necesario convocar a una especie de Congreso Ideológico que nos permita a todos regresar a lo básico de las ideas, para trabajar en recomponer los criterios que hicieron del batllismo el instrumento social y político más eficaz del Uruguay. Su clave no fue otra que anticiparse a las necesidades sociales y culturales de una época, haciendo prevalecer la justicia social y el estado de derecho. Su eje sin desviarse otorgaba la necesaria certidumbre que requiere desde la cultura hasta la economía. Las reformas, para ser viables, deben evitar los sobresaltos.

Lo mejor para elegir el sendero correcto es tomar como referencia el rol de lo probado: José Batlle y Ordóñez y su contexto político, deberían de ser nuestra referencia. Decía sobre estas cosas Domingo Arena: “si Batlle hubiese sido abogado, probablemente no habría reformado nada. ¡Pero por suerte, no llegó a ser abogado! En cambio es un reformador, y por eso vive 50 años más adelante que todos nosotros. Porque la característica de los reformadores es, precisamente, cierta discordancia de ideas con las ideas de las mayorías. Sin esa feliz discordancia, sin los factores casi siempre revolucionarios que aportan los reformadores, el progreso habría seguido una marcha de hormiga y la humanidad estaría todavía en pañales… Nadie que represente el tipo medio de las clases conservadoras, nadie que busque su inspiración en las ideas predominantes, podrá nunca reformar nada. Los reformadores son los que anticipan satisfacciones a necesidades todavía lejanas: son los que presiden ansias todavía en germen en lo más oscuro del alma popular –son los que inyectan sangre nueva- son los que injertan en el rústico árbol institucional la rama fructífera cuidadosamente seleccionada en el amplio jardín de las instituciones del mundo”.

Por eso, el alusión al Partido que advertía Arena: “la política, como la ciencia, debe estar en perpetuo movimiento si quiere responder a las necesidades de todos los momentos, y el Partido Colorado… tiene que estar constantemente alerta, en perpetua vibración. ¡Debe lanzarse  resueltamente al turbión de las ideas avanzadas porque es allí donde se darán las batallas decisivas!”.

Hasta que no tengamos claro qué pensamos todos, aclaremos nuestras ideas, sus procesos, y los convalidemos, el ruido comunicacional seguirá alterando la necesaria capacidad de entendernos.

Si pretendemos ser batllistas, reformistas y colorados, no deberíamos “prender el señalero para la izquierda y doblar para la derecha”. Aunque todo sea una cuestión de “perspectivas”, la fidelidad con nuestra tradición, debe ser un principio irrenunciable. Quizá por eso sea hora de superar la batalla cultural consensuando las ideas rectoras del Partido Colorado.

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