El Partido
César García Acosta
A un partido político lo hace grande su historia. Medirlo depende sólo de ella, y nunca del estado de ánimo de una generación o por el nivel de su caudal electoral en un corto lapso de tiempo.
Por eso los politólogos observan en el transcurso del tiempo el devenir ideológico y hasta la impronta de los partidos y de sus dirigencias, durante los tiempos de confrontación conceptual a la hora de elegir qué camino transitar respecto de un gobierno, de una coalición electoral, o hasta incluso en sus debates internos, todo lo cual permite estudiar si su desempeño partidario es tan importante como para ser medido en sus expectativas y trascendencias hacia los demás.
Una encuesta de opinión pública de hace unos días reiteró lo que viene reafirmándose en el paso del tiempo: hay dos grandes bloques políticos en el país, y dentro de ellos hay una notoria hegemonía de visiones que al Partido Colorado lo reducen a la intriga de dónde han quedado sus bases ideológicas, dónde sus votantes, y dónde su nicho de interés electoral.
Es cierto que la cuestión partidaria actual muestra signos claros de organización, pero no es menos decir que todo gira en torno a las mismas personas de siempre. Y reconozcamos el trabajo que hacen y hasta sus motivaciones, pero asumamos que el tiempo pasa y que esa “interna” no contagia ni motiva.
Criticar siempre resulta una tentación; construir es más difícil.
¿Cuánto ganará y cuánto perderá el Partido Colorado si no adopta una visión más crítica sobre las acciones del gobierno de coalición al que pertenece? ¿Qué estrategia adoptará rumbo a la coalición que deberá formarse en Montevideo para poder competir con el otro bloque político que gobierna desde hace más de 30 años?
Y por sobre todo estas cosas, y quizá por ser la más sobresaliente de las incógnitas posibles, ¿cómo reinstalará el Partido Colorado al batllismo –y al sobretodo como símbolo- para que su historia tenga su correlato en el presente?
Las peguntas están, las respuestas institucionales, aún no.