Judeofobia: ¿una profecía autocumplida?
Fátima Barrutta
Cuando miramos lo que está pasando en algunas universidades norteamericanas y europeas, de manifestaciones de estudiantes contra Israel que incluyen infamantes discriminaciones y cancelaciones de docentes y alumnos judíos, tendemos a pensar que en un país como el nuestro, democrático y tolerante, esos desvaríos nunca van a ocurrir. Lamentablemente nos equivocamos.
Esta especie de multinacional terrorista de Hamás, que financia protestas planificadas en los países de Occidente como si fueran meramente espontáneas, desafortunadamente también está haciendo de las suyas en el ambiente académico uruguayo.
En el título hablo de profecía autocumplida, porque el curso que un puñado de estudiantes con sus protestas impidió que diera Alberto Spektoroski en la Facultad de Humanidades se titulaba justamente “La laicidad como problema”.
De algún modo, esas cuatro palabras son una síntesis perfecta de la irresponsabilidad y el patoterismo con que el académico fue impedido de compartir sus conocimientos, por un sector radical del gremio estudiantil con más peso del que electoralmente merece.
Y lo más sorprendente es que la UdelaR quiso -tal vez- enmendar la plana, convocando a Spektoroski a una mesa redonda en la Facultad de Ciencias Sociales, la que también fue “postergada” por las infamias del grupito extremista.
Si uno atiende a los distintos argumentos que se dieron oficialmente para justificar dicha postergación (sin poner nueva fecha, claro), advierte hasta qué punto el patoterismo sindical incide en los lineamientos académicos de nuestra principal casa de estudios.
Un docente declaró a la prensa que “en este contexto actual de hostilidad, consideramos oportuno suspender el seminario hasta que se aclare el panorama”, trasmitiendo la vergonzante idea de que los gritos valen más que la pluralidad de ideas.
“Va a estar”, dijo otro docente: “lo que pasa es que en este momento teníamos que parar un poco. Tiene que haber un ambiente de concordia. Esta es una casa de estudios, no un campo de guerra”.
Y nosotros nos preguntamos: ¿desde cuándo invitar a un docente de determinada religión convierte a la Universidad en un campo de guerra?
Otra cita inquietante fue dicha al diario El País por uno de los estudiantes que agraviaron al docente judío: dice que lo hicieron “para poder ser visibles en el espacio público, y tomando lo que otras comunidades de estudiantes están haciendo en todo el mundo”.
Asumen así que son piezas de un movimiento internacionalista, que pretende socavar los valores democráticos desde dentro.
El título del conversatorio que iba a realizarse en Ciencias Sociales también se convirtió en una profecía autocumplida: era nada menos que “¿Fin de Occidente?”, así, entre inquietantes signos de interrogación.
Y es lo que una se pregunta cuando ve estos increíbles actos de cancelación, en el marco de un centro de estudios que, como pertenece a todos, debería reflejar y respetar el arco más amplio de opiniones.
¿Tendremos que interpretar que estos eventos prefiguran el fin de Occidente, entendido este como territorio de democracia y libertad, en un mundo donde abundan los fundamentalismos?
¿Será que las libertades de que gozamos en Occidente incuban el germen de su propia destrucción, al habilitar protestas que las niegan o las pervierten?
Sin duda, del mismo modo que el conflicto que signó la segunda mitad del siglo XX fue entre democracias capitalistas y dictaduras comunistas, es muy posible que el de este siglo XXI haya mutado a una lucha desigual entre libertad y fanatismo.
Está en nosotros, en lo que impartamos en nuestras aulas y enseñemos a nuestros hijos, de qué lado del mundo queremos que siga estando nuestro pequeño país.