Política nacional

La encrucijada de los brasileños

Daniel Manduré

No quisiera estar en la piel del pueblo brasileño cuando en octubre del próximo año deba decidir los destinos de la nación.

Estarán en una verdadera encrucijada.

Un dilema nada fácil de resolver.

Parecería que todo se va preparando para que el soberano debe elegir entre Lula y la reelección de Bolsonaro.

Brasil siempre sorprende, cuando uno cree que lo ha visto todo en política, siempre guarda un as en la manga.

Con un país con la corrupción enquistada en las más altas esferas del poder y que vió como iban a la cárcel los más importantes dirigentes del Partido de los Trabajadores, el entorno más cercano al ex Presidente, varios empresarios y hasta el propio Lula.

El tuvo al comienzo de su gestión, aciertos importantes en materia social, disminuyendo notoriamente la pobreza pero que fue ingresando en un espiral de corrupción pocas veces visto.

Diecinueve meses después, por un tema de competencia, de juridicción, el ex Presidente Lula queda libre y recobra sus derechos políticos.

Sus apariciones públicas parecen indicar sus intenciones de dar pelea.

A pesar del festejo de muchos, incluso de varios que por éstas latitudes son especialistas en subirse al carro, intentando relacionar su libertad con su inocencia y nada más alejado de eso.

Todos los casos de Lula con la justicia siguen en pie, con dos condenas concretas y ocho causas abiertas.

Tráfico de influencias, soborno y lavado de dinero son solo algunas de las perlas que adornan ese largo collar de hechos vinculados a la corrupción.

Por otro lado Jair Bolsonaro, que fue elegido seguramente como ese manotón de ahogado de una sociedad asfixiada por tanta corrupción.

Intentaba ser para ese pueblo descreído el antídoto para la enfermedad. Sin embargo el antídoto no ha dado resultado. Hemos visto a un Bolsonaro dominado por un nacionalismo, la religiosidad, racismo y homofobia.

Con un manejo de la pandemia verdaderamente demencial. Provocando a la ciencia, diciendo » tenemos que dejar de ser un país de maricas» o «de nada sirve quedarse en casa a llorar» y comparando al covid con una simple «gripecita».

Se pasea sin tapabocas, se besa y abraza con todos, alienta las aglomeraciones y las fiestas.

Joäo Doria, gobernador de San Pablo, que lo acompañara en la última elección pero que hoy es uno de sus  adversarios más duros dijo, refiriéndose a su comportamiento con la pandemia: «seguramente Bolsonaro en cualquier otro país sería considerado un genocida» y afirmando en otra oportunidad que no estaba es sus plenas facultades mentales.

Mientras todo esto sucede Brasil está entre los países con más contagios, más muertes y sin vacunas suficientes.

Ambos, tanto Lula como Bolsonaro tienen un rechazo muy fuerte en una parte de la sociedad. Pero también ambos continuan con apoyos y seguidores fieles.

Por el lado del actual Presidente ha caído su popularidad en los sectores más altos de la sociedad y en los de mayor educación, pero se mantiene entre los sectores más pobres, tal vez por los beneficios y ayuda financiera que el estado proporciona a esos sectores. La pregunta que habría que hacerse es que pasará cuando esa ayuda termine. Seguramente caerán en la marginalidad.

Una analista brasileña opinaba que Bolsonaro debería moderarse para tener chance. Difícil en alguien acostumbrado a la confrontación, el enfrentamiento y las posturas radicales pero que a su vez le conviene por sus intereses electorales que la elección se polarice.

La situación de Brasil es muy delicada, cuatro cambios de Ministros de Salud, destitución del Ministro de Defensa, Relaciones Exteriores, Justicia y los más importantes jefes militares entre otros.

Muy dificil para un pueblo diezmado por una pandemia y un Presidente negacionista que poco hace.

Mientras ésto sucede Lula se frota las manos. Apostando a la fragilidad mental del votante para que olvide la larga lista de delitos que aún pesan sobre su espalda.

No aparece, por ahora, ese aire renovador de algún otro candidato que le permita pensar al brasileño por un futuro esperanzador. No sé si el pueblo brasileño está para pensar en elecciones, pero de hacerlo, su decisión estará por el momento, entre la corrupción y la demencia.

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