Editorial

La libertad como ideología

César García Acosta

No hay nada más cierto que para morir, primero hay que vivir: todo el devenir por la lucha de la libertad a la que nos sometemos desde que nacemos, se transforma en la esencia de nuestra necesaria atención a prometernos nada más que vivir en libertad. Quizá sea una convicción y nada más, pero otorga una gran paz interior. Por ella, la conozcamos o no, la vida es vicisitud y cotidianeidad, y lejos de que los hechos nos sean ajenos, es la mismísima representación colectiva lo que sobrevendrá a nosotros mismos, no es más que nuestra propia transformación. Y transformarse, convengámoslo, es la trascendencia del alma. Hacia allí vamos todos: personas, colectivos, sociedades y países.

Lo explicaba en forma nítida Erich Fromm en su obra [El miedo a la libertad]. Los percibimos todos los días: “A pesar de los muchos descalabros sufridos, la libertad ha ganado sus batallas. Muchos perecieron en ellas con la convicción de que era preferible morir en la lucha contra la opresión a vivir sin libertad. Esa muerte era la más alta afirmación de su individualidad. La historia parecía probar que al hombre le era posible gobernarse por sí mismo, tomar sus propias decisiones y pensar y sentir como lo creyera conveniente. La plena expresión de las potencialidades del hombre parecía ser la meta a la que el desarrollo social se iba acercando rápidamente.”

Este pensamiento de Fromm llegó a su esencia al afirmar que, “Los principios del liberalismo económico, de la democracia política, de la autonomía religiosa y del individualismo en la vida personal, dieron expresión al anhelo de libertad y al mismo tiempo parecieron aproximar la humanidad de su plena realización. Una a una fueron quebradas las cadenas. El hombre había vencido la dominación de la naturaleza, adueñándose de ella; había sacudido la dominación de la Iglesia y del Estado absolutista. La abolición de la dominación exterior parecía ser una condición no sólo necesaria, sino también suficiente para alcanzar el objetivo acariciado: la libertad del individuo.”

Resulta claro que `la libertad´ como concepto, deja de ser una vaga idea social, para estructurarse en el basamento de nuestras vidas.

¿Pero qué hacemos desde la política para promover la libertad? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a concesionar posturas y objetivos para construir algo sobre las base de una idea? ¿Quién, porqué, cuándo y dónde se producirá nuestra mayor cesión de expectativas en la búsqueda de algo mejor?

¿Existe el consenso? ¿Qué imponemos cuando miramos el futuro?

En estos desafíos está inmerso el Partido Colorado.

Y esta clarísimo que Fromm cuando perfilaba en su pensamiento “El miedo a la libertad” miraba a la sociedad como foco heterogéneo, pero bien pudo haber pensado en el diseño de un futuro sobre la base de la negociación con enfoque político.

El partido sigue ajeno a todo; es más, va a contramano de todo. Seguir cruzando el semáforo en rojo es quedar inmersos en la incomprensión. Modernizarse es rediscutir conceptos y aceptar volver a las bases en forma renovada. Se terminó el tiempo de echar compañeros sólo porque creían ser más liberales, reformistas o progresistas. Ya no estamos en la era de la acusación infundada por pensar distinto.

La dictadura dio paso en 1985 a nuevos liderazgos.

En lo que sí debemos ser inflexibles los colorados y batllistas es en lo que hemos ido a lo largo de la historia, y lo que hoy somos como garantía de una coalición republicana que logré ser gobernante en un contexto difícil signado por una pandemia que desarraigó el empleo y marcó al futuro para siempre.

Y ahí es donde al menos yo veo al Partido Colorado: redefiniendo la libertad como concepto; haciendo que en cada casillero de la vida se pongo la ficha más adecuada con el fin de que los objetivos se hagan cada vez más posibles; renovando la política mostrando la capacidad de su gente en el manejo de la cosa público. En síntesis, veo al Partido Colorado como el partido de la libertad, y para conquistar esos horizontes debemos ensanchar la base y no acotarla a un imaginario tan limitado como el de una Convención.

O salimos al afuera de la sociedad o el miedo a la libertad nos encerrará en el pasado. Para construir es necesario algo más que la historia: debemos construir las utopías y que el “sobretodo” vuelva a ser el símbolo de la modernidad.

Sin eso seguiremos estancados. No hay que provocar a un joven por sentirse liberal de modo radical; jamás asumamos que un colorado no puede o no debe ser un progresista; y jamás dudemos que más allá de nuestras fronteras partidarias alguien pueda entender que es posible encontrar sus fronteras batllistas.

La sociedad de la información pone al mundo al alcance de su imaginación, y quizá sólo por eso, el Partido Colorado tiene que asumir su rol y construir sus propias utopías. A partir de ahí será posible construir acuerdos, elegir socios circunstanciales para armar gobiernos, y refrescar ideas que aunque con muchos años, siguen siendo la garantía del Estado uruguayo.

Cuando realmente nos demos cuenta que los mensajes construyen las ideas, el Partido dirá que es la hora señalada para gente joven se promueva a una candidatura, sin la limitación de la autocensura como epicentro del miedo a lo que vendrá.

Eso es el batllismo: libertad.

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