Politica Nacional

La LUC y el juego político de resistencias a los cambios educativos

Claudio Rama

Las resistencias al cambio son procesos normales en las personas con fuerte asociación a los niveles de aversión al riesgo, la posible pérdida de espacios de confort o la propia situación de seguridad de las personas, muy asociado a edad o condición socioeconómica. Mientras que las realidades las conocemos, siempre hay incertidumbres sobre los impactos de los cambios y siendo la subjetividad de ellos muy alta, especialmente para quienes carecen de información completa. Así, estas resistencias a los cambios asociados a diversos núcleos de incertidumbres, inseguridades y desconocimientos, se constituyen en los ejes centrales de las políticas de los diversos actores en relación a las dinámicas de lucha por el poder. Pero más allá de esta mirada de sicología social, la política se organiza para usar las aversiones a los riesgos como fuente de las estrategias político-electorales. Mientras que los gobiernos impulsan los cambios como forma de legitimación de su rol y de sus actos como mayoría, los sectores políticos antagónicos apelan a las resistencias y los miedos como forma de su propia legitimación y de conformación de posibles nuevas mayorías futuras.

Ello conforma una dinámica compleja de la política en los sistemas democráticos con una permanente tensión en relación a las políticas: mientras el gobierno propone acciones, la oposición impulsa resistencias a dichos cambios. Mientras los gobiernos democráticos apelan a los mecanismos de representación legítimos representativos, la oposición se focaliza en la construcción de contrapoderes desde la sociedad civil como resistencia. En este juego político democrático, apelar a las tradiciones del pasado corto, a las posibles incertidumbres del cambio, o inclusive a introducir tergiversaciones o directamente ficciones y mentiras en relación a los cambios, se constituyen en los ejes de las estrategias políticas de comunicación y las herramientas del debate político de quienes propenden a alcanzar el próximo gobierno en las elecciones. Se debate el futuro político, no el futuro de las transformaciones. No porque los cambios puedan ser positivos o no, sino por el propio juego político de acumular fuerzas y buscar nuevos adherentes, dado que los cambios al modificar las realidades actuales con implicaciones desconocidas, actúan sobre las expectativas y los niveles de aversión al riesgo de las personas. Estas no siempre son situaciones reales como las de los ludistas que rechazaban la introducción del industrialismo en el incipiente capitalismo industrial y tendían a romper las máquinas como mecanismo de rechazo a la introducción de los cambios, más allá que en la realidad el mecanicismo contribuyó a incrementar los salarios al aumentar la productividad e incluso aumentó el empleo. Pero en general los cambios son mucho más sutiles y se está frente a un escenario de ilusiones, de creación de riesgos posibles, de tergiversaciones o de miradas aún más ideológicas a partir de los niveles de aversiones al riesgo y al cambio que son maximizados en la lucha política. El hecho es apelar y convocar a las resistencias al cambio, no porque se afecten derechos o no se creen nuevos beneficios colectivos, sino para construir caminos políticos futuros para la oposición en el marco de la lucha electoral de las democracias. Así, es claro en el país esta realidad en la discusión del referéndum e incluso lo reconocen los protagonistas de la campaña del sí al proclamar que el objetivo es impulsar resistencias y acumulación de fuerzas para construir una fuerza político electoral que les permita ganar las próximas elecciones. No están en la discusión real los cambios de la LUC, sino la utilización política de las iniciativas del gobierno, para apelar a potenciales resistencias tradicionales a los cambios que ya se han introducido desde la votación Parlamentaria de la LUC. Para ello apelan a los temores de las clases medias, a inflar incertidumbres y miedos a una sociedad que sabemos tiene una baja disposición al riesgo, muy probablemente por su escala, su estructura social y demográfica y una lógica económica con poca movilidad social.  

En general, las resistencias al cambio, se apoyan en construir miradas negativas sobre el futuro que siempre es de incertidumbre, en tanto la vida es siempre primero imaginada y luego experimentada. En este caso incluso se busca reafirmar miradas egoístas en el sentido de poner los intereses corporativos por encima de conveniencias o intereses colectivos y en sostener la pérdida de determinadas beneficios sectoriales en detrimento siempre de otros actores sociales.  No es simplemente que se puede perder determinado espacio de poder,  sino que se resiste además al posible beneficio que puede tener otro sector (real o verdadero), por lo que el manejo de las resistencias al cambio se busca apoyar en el rechazo a otro actor social que se estaría beneficiándose en el marco de un sistema de suma cera. Este escenario suma cero, se conforma como el argumento central de reafirmación del rechazo al cambio. Incluso el supuesto beneficiado puede ser real o no, nacional o extranjero, siendo en este último caso donde se impulsan formas de chovinismo o nacionalismo a ultranza, muy tradicional en la dinámica política de rechazo a los cambios, al poner a alguien externo como beneficiario de los cambios.  Las fake news son el mecanismo para estas acciones.    

En este contexto, el debate intelectual de ideas y propuestas es casi maniqueo de buenos y malos, y se busca apoyar en miedos y faltas incertidumbres del futuro. Es un debate que busca reafirmarse en la aversión tradicional de las personas al riesgo y al futuro a través de falsear las informaciones. Este es en parte el debate que atraviesa el referéndum contra la LUC en el ámbito educativo. No es un debate sobre los cambios y la necesidad de ellos, ni tampoco sobre las características específicas de cuáles son los verdaderos cambios, sino sobre presunciones, sobre supuestas tradiciones de los últimos años colocadas como parte del ADN nacional.

La verdad es simple: estamos frente a una enorme transformación social, tecnológica y económica que obliga a introducir cambios en los sistemas educativos. Impone una actualización de los programas educativos, de los contenidos, de las tecnologías de enseñanza, de las formas de gestión y de la gobernanza de las organizaciones. Se requiere crear nuevas competencias de los estudiantes, sistemas y dinámicas institucionales más flexibles, más articuladas, más eficientes, más actualizadas, más pertinentes y mejor evaluadas, y por ende menos endogámicas y autárticas. Mejor gobernadas y más planificadas y evaluadas. El “problema educativo” es el ajuste de la oferta y las políticas educativas a las nuevas demandas laborales y a los cambios del conocimiento, no a los intereses de los grupos de poder.  Y la LUC apunta a ello. Por ello la decisión del 27 de marzo es entre trancar con miras a la futura campaña electoral para volver a la senda de 15 años pasados, donde la educación se consolidó como un espacio de ejercicio de prácticas de poder corporativas y que no mejoró lo necesario, o en su defecto ponerse del lado del futuro necesario del país y de los trabajan y estudian,  y que necesitan crear mejores capacidades y competencias.

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