La mística batllista al margen del poder
Jorge Nelson Chagas
“Ganó el Partido Colorado, pero perdió el batllismo”, dijo Amílcar Vasconcellos cuando se conocieron los resultados de las elecciones de noviembre de 1966. Ignoro si se refería a que la UCB con la fórmula Oscar Gestido- Jorge Pacheco no representaba cabalmente los principios batllistas o bien, apuntaba a algo más profundo: la mística batllista no estaba presente en el retorno del Partido Colorado al poder.
El Uruguay de mediados y fines de los años ’60 ya no era el mismo de los años ’40-’50. El mundo tampoco era el mismo. Una mirada atenta permite descubrir un aumento significativo de la conflictividad estudiantil universitaria y sindical. En este último caso, la fundación de la Convención Nacional de Trabajadores (CNT) – una verdadera proeza que unió a comunistas y anarquistas – implicó la existencia de un movimiento sindical unido en una central única capaz de realizar tanto paros parciales como generales en la órbita pública y privada. Por otro lado, estaba la FEUU. Durante décadas la UDELAR había suministrado cuadros al batllismo. Ahora la ruptura era evidente y la intelectualidad se volcaba a la crítica, por momento impiadosa, al Uruguay batllista.
No existe un solo libro de historia que analice detenidamente el gobierno de Oscar Gestido. Todo un síntoma de que el concepto que se maneja de “historia reciente”, se ha formado también con olvidos. Cómo sea, lo cierto es que la obsesión de Gestido de gobernar con un Partido Colorado unido chocaba con la dura realidad: en el coloradismo existían grupos con diferentes ideas de cómo sacar al país de la crisis. En un primer momento, marzo – junio de 1967 intentó conciliar las diferentes posiciones. Fue inútil. En julio-octubre se inclinó hacia el desarrollismo, incluso el ministro de hacienda Vasconcellos se negó a acordar con el FMI. Finalmente, el 9 de octubre, ante el aumento de la conflictividad sindical, decretó Medidas Prontas de Seguridad y nombró ministro de Hacienda, a César Charlone, el antiguo mago de las finanzas del régimen terrista.
Una lectura atenta de los editoriales del diario Extra – que en ese momento era portavoz del gestidismo – permite vislumbrar una suerte de pre-pachequismo. Los sectores duros del Partido Colorado empezaban a ganar espacio en la interna. No eran golpistas ni nada parecido, sino que entendían que el gobierno legítimamente debía aplicar – sin contemplaciones – el principio de autoridad para aplicar un programa de ajuste económico y poner en caja a los sindicatos. Y es en este punto donde conviene detenerse.
Pensar que Gestido era un ingenuo en esta cuestión, es un error. No fue en absoluto casual que colocara a Ulysses Pereira Reverbel al frente de UTE, al general Juan Pedro Ribas en el puerto y a Santiago de Brum Carvajal en el BROU, tres áreas claves del Estado. Si algo tenían en común estos tres hombres era su personalidad fuerte y un firme concepto de la jerarquía. Pero, al mismo tiempo, Gestido quería lograr un acuerdo con la CNT. Hoy puede resultar sorprendente que durante los cien días que el gobierno rompió con el FMI y en el gabinete gestidista estuvieran personas como Zelmar Michelini (Industria), Enrique Véscovi (Trabajo y Seguridad Social) y Luis Faroppa (OPP), no se haya logrado un pacto social. Más bien sucedió todo lo contrario. En parte, porque el gobierno no estaba totalmente depurado de los sectores duros (el ministro del interior Augusto Legnani prohibió la realización del Congreso Permanente para la Unidad Sindical de los Trabajadores Latinoamericanos). En parte también porque la CNT no tuvo el tiempo suficiente para procesar una discusión serena – separando la paja del trigo – sobre la coyuntura ante la urgencia de los problemas.
Y, por sobre todas las cosas, la situación económico-financiera del país en octubre de 1967 era extremadamente delicada, los márgenes para un diálogo entre los actores sociales estaban demasiado acotados. El gobierno daba la sensación de no tener un rumbo claro, ser poco expeditivo (la forma de tomar decisiones de Gestido implicaba un proceso burocrático muy centralizado y lento) y estaba sometido a una intensa presión en la interna del Partido Colorado para que mostrara firmeza.
Una frase muy repetida en aquel momento lo simbolizó cabalmente: “¡Póngase los pantalones Señor Presidente!”