Editorial

La polarización blanco-frentista

y la necesidad batllista

César García Acosta

Julio María Sanguinetti es más que un líder que hasta supera el posicionamiento tradicional de un caudillo. Es un reformador que, instalado adentro de un partido político, se ha transformado en una fuente de referencia e inspiraciòn (a favor o en contra), de un país y de una región. Lo es cuando dice o cuando no dice algo en relación a los hechos de la vida cotidiana e institucional. Los historiadores se enojan cuando escribe libros de historia. Y está bien, porque ellos representan una cofradía o hermandad donde todos dicen lo que convencionalmente es aceptado, como si ello se tratase de un protocolo de visiones con un tronco común, mientras que para Sanguinetti asumir sus propios roles como parte de un todo, es lo que le ha permitido observar y construir un país sin necesidad tener que desprenderse de la realidad.

Convengamos que ambos sustantivos podrían instalarse más allá de lo convencionalmente aceptado; después de todo somos una secesión de ausencias parafraseando ideas de consenso, donde el tiempo y la memoria cambian un poco las cosas, aunque jamás el perfil, la impronta o el desasosiego social de quienes inspiraron dos veces en sus vidas a votarlos como presidentes del país. En la historia uruguaya José Batlle y Ordóñez, Tabaré Vázquez y Sanguinetti han sido quienes accedieron a la Presidencia de la República dos veces en sus vidas, marcaron a fuego a generaciones que los eligieron confiando un país a sus criterios.

A unos días de las elecciones internas de los partidos políticos que dejan en evidencian una fuerte atomización de esas entidades rectores de la democracia republicana de Uruguay, dejan entrever que ahora sí se ha instalado la renovación política que no sólo pone fin a décadas de sensibilidades políticas, para quedar al descubierto ante el talente, la ideología, el concepto y la virtudes, de quienes de aquí en más pasarán a ocupar, al menos por 5 años, la conducción del país.

Esto no es un hecho menor, todo lo contrario. Constituye en sí mismo un cambio de rumbo radical -como votantes- porque somos quienes decidimos nuestros destinos a partir de un solo voto, el nuestro, el individual, ese que asumimos como una responsabilidad indivisible que sumada a la otros en un mismo sentido, se transforma en una agrupación, un partido, una expresión parlamentaria y finalmente, una ideología.

Y a este punto es al que pretendíamos llegar: el factor ideológico.

Se entiende por ideología al conjunto de ideas que caracterizan el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político.

Sanguinetti, ese líder y caudillo colorado y batllista emparentado con las grandes reformas del país, se ha sostenido en el transcurso de su vida a la idea batllista más allá de Batlle y Ordóñez. Y ha sido así porque su capacidad de reformista, durante sus gobiernos y sus oposiciones, y mucho más allá de los años de silencio por los que atravesó la República cuando la dictadura, fue Sanguinetti quien moldeó y forjó la matriz del pensamiento uruguayo de la segunda mitad del siglo pasado, colocando sus ideas –que traspasaron sus presidencias- tanto como lo hicieron las expresiones de Juan Carlos Onetti (se lo haya leído o no), que fueron marcando el rumbo de un país en su visión futura. Para entenderlo alcanza con  leer algunos pasajes de su obra “El Astillero” en un contexto político de tantos desafíos como en el que nos encontramos hoy en la antesala a las elecciones internas de os partidos políticos que, si algo deberían dejarnos, es la certidumbre para combatir un futuro incierto.

La actual polarización blanco-frentista, por su agravio a la idiosincrasia uruguaya, precisamente batllista, hace a la necesaria y constante remembranza que deberíamos hacer sobre Sanguinetti como el portador de un reformismo que debería ser el centro de todos los debates políticos, de ahora hasta el mismísimo día de las elecciones nacionales, más de junio cuando los partidos decidan quienes serán sus candidatos.

La reflexión está instalada en el desconcierto que las encuestas de opinión pública dejan evidencia permanente: el desapego de la gente es consecuencia de no visualizar quien es el portador verdadero de la matriz política de los uruguayos. Desde siempre lo ha sido el batllistmo (se sea o no batllista y se esté o no en el Partido Colorado).

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