Los partidos tradicionales y sus fortalezas programáticas.
Miguel Lagrotta
En la política regional actual, incluido algún sector del batllismo, se levanta la bandera de una visión radical del liberalismo. Es una corriente que radicaliza los principios del liberalismo clásico, y se basa en la filosofía del anarquismo y el individualismo metodológico. Defiende el libre mercado, la propiedad privada, el individualismo, el voluntarismo, el pacifismo y el cosmopolitismo. El rol del Estado es mínimo o nulo, y se limita a proteger los derechos individuales, la seguridad y la justicia. Algunos representantes de esta corriente son Herbert Spencer, Ludwig von Mises, Friedrich Hayek, Murray Rothbard y Robert Nozick. El primer batllista en dirigir su pensamiento en esta dirección fue el Dr. Jorge Batlle.
Pero nuestro país tiene una cultura de estado muy profunda, y el rol, en general de los partidos políticos lo sostuvo a lo largo de nuestra evolución política. Los constituyentes de 1830 no reconocieron la existencia de partidos políticos. Deliberadamente buscaron socavar la influencia de lo que en la Latinoamérica de la época más se parecían a partidos, el caudillismo. Ana Frega sostiene que “la existencia de agrupamientos partidarios o de opinión era vista como un elemento capaz de socavar el orden y la estabilidad del gobierno” En cuanto a sus bases sociales, durante la segunda mitad del siglo XIX, el Partido Colorado encontró mayor número de simpatizantes en Montevideo, entre los sectores comerciales europeos, entre los inmigrantes (especialmente italianos y franceses) y, en los medios rurales, entre los agricultores. Los nacionales, en tanto, hallaron su mayor respaldo entre los grupos ganaderos, tanto los estancieros como la población rural dedicada a dicha actividad y entre la inmigración de origen español. En cuanto a su conformación ideológica, los colorados constituyeron una versión local de los partidos políticos liberales típicos de Latinoamérica durante el siglo XIX, más cosmopolitas, urbanos y anticlericales que los blancos, quienes se constituyeron en el partido conservador del Uruguay.
Hay que destacar que estos viejos partidos, aun conservando sus identificaciones tradicionales, lograron, sin embargo, transformarse progresivamente en partidos electorales, desde comienzos del siglo XX y, en especial, a partir de la sanción de la Constitución de 1918, que amplió considerablemente la participación política. De esta manera, la formación social entraba de lleno en el capitalismo cuando se producía esta transformación, pero su estructura social no estaba claramente diferenciada. Los elencos de notables de la época, utilizando la herramienta estatal, promovieron un desarrollo anticipatorio, primeramente, impositivo, y luego consensual, que permitió esta transformación, reteniendo el viejo marco cultural que permitió la ampliación de los contenidos de la ciudadanía en una forma claramente amortiguadora del conflicto social. Siguiendo a Adolfo Garcé, este sostiene que los rasgos más característicos de nuestra política en las décadas de 1940 y 1950 era la debilidad programática de los partidos políticos tradicionales. El reformismo neobatllista de don Luis sobre todo entre los años 1957 a 1951 desarrolló una gran política de reformas sociales y económicas para crear nuestro arraigado “Estado de Bienestar”. Sus detractores lo acusan de imitador y para nada innovador. En un análisis profundo queda claro, por seguir al historiador norteamericano Milton Vanger de que el primer batllismo, el de don Pepe, fue creador de su época y que tuvo la capacidad de construir una nueva sociedad. Luisito sostuvo con claridad que nuestro programa es el de ayer apostando más a recuperar el reformismo que proyectarlo. El propio don Luis sostuvo: “Uno de los males grandes que ha sufrido el país es haber alcanzado los beneficios de esta democracia sin haber sufrido jamás” En la difícil situación de la posguerra y el inicio de la Guerra fría la idea de Luis Batlle era como actualizar el modelo social, el país modelo, a esa situación. Siguiendo a Francisco Panizza que sostiene que la ocupación de Luis Batlle era mantener y consolidar el concepto de “…del Uruguay como país de excepción, colocado a la vanguardia del mundo en materia de justicia social logrando que pueblo y gobierno tengan el mismo anhelo de superación social. Yo no he tenido otra función que cuidar, vigilar y tutelar lo que el país se ha trazado para seguirlo sin cambiar de rumbo…conquistas como la nuestra no las vive, en estos momentos ningún pueblo de la tierra.” Una de las citas más recordadas sobre su idea social y económica es del año 1947 cuando en un discurso sostenía: “Cuando se amasa la riqueza entre el capitalista y el trabajador, lo que se produce es de todos y tiene que repartirse con equidad para que no exista el que lo tiene todo y el que no tiene nada, porque eso no es ni la tranquilidad ni la paz, ni la justicia; eso es la arbitrariedad y con arbitrariedad no podemos construir la paz social” En una traducción simple, la paz social, la armonía necesaria para el desarrollo nacional era la estrategia del batllismo en los años 50: solo se podía alcanzar con el estado paternalista, con su tutela permanente. O sea, un estado que buscaba el bienestar de todos los integrantes del país, superando lo negativo del capitalismo, sin condenarlo. En su último libro Vanger definió al proceso como “humanizar el capitalismo”. El modelo fue la industrialización intensiva y profunda y los instrumentos fueron el control estatal y el manejo del tipo de cambio. El objetivo en los inicios se cumplió ampliamente: se industrializó el país, se crearon fuentes laborales, aumentó el consumo interno. La realidad era que el modelo industrializador del batllismo venía configurándose desde el período terrista. Sin embargo, la responsabilidad del crecimiento económico lo tenía la actividad privada, la responsabilidad del estado era que la riqueza llegara al pueblo, a la clase media, que era y es el ADN batllista. El fundamento ideológico del batllismo de don Luis se manifiesta en un editorial del diario Acción en 1951 que sostenía: “estamos por nuevos impulsos a la industrialización en el país. En esta etapa histórica hay un capitalismo privado, socialmente necesario, socialmente útil, que implica progreso nacional y humano y que debemos impulsar. Así lo hizo desde el principio el batllismo y fue muy justa tal actitud, procurando fundamentalmente dos cosas: a) que tengamos una industria efectivamente nacional, es decir rescatando para nuestro país, nuestra propia riqueza, muchas veces en manos del empresismo imperialista o creándola nueva; b) favoreciendo y protegiendo el proceso industrializador, la Revolución Industrial del país en condición de que en tal proceso no se olvide un solo instante el elemento humano que es su principal protagonista, dando buenos salarios, toda clase de compensaciones y ventajas y participación razonable en los beneficios a los trabajadores” Como conclusión y siguiendo nuevamente a Francisco Panizza el neobatllismo luisista no le dio a los movimientos sociales una gran participación directa, por el contrario ubicó al estado como mediador de los cambios. Para el batllismo de los años 50 sostener la democracia era lograr humanizar el capitalismo.
Ver: Rompani, S. Luis Batlle. Pensamiento y acción. Alfa, Montevideo Quirici, G. Uruguay siglo XX una historia colectiva en movimiento. EBO Montevideo. Julio 2023 Klein, F. Retorno al Uruguay de los 50. Planeta. Montevideo. 2023.